Al-Andalus, la cruz y el autodesprecio español

    Rafael Sánchez Saus, catedrático de Historia Medieval, ha tenido el valor de desempolvar, desmitificar y resumir en forma amena para el gran público la olvidada historia de los mozárabes.

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    Tras la conquista musulmana de la península ibérica, al-Ándalus se integró inicialmente en la provincia norteafricana del Califato Omeya.

    “El dimmí [cristiano o judío de Al-Andalus], puesto de pie, presentaba su dinero al exactor musulmán, que estaba sentado en una especie de trono; el muslim lo tomaba y luego cogía por el cuello al dimmí, diciéndole: “Oh dimmí, enemigo de Alá, paga la jizya (es decir, la indemnización que nos debes por el amparo y tolerancia que te concedemos); los demás mahometanos que allí se encontrasen debían imitar al exactor, empujando bruscamente al dimmí pagador y a cualquiera otro de su grey que le acompañase. A este divertido espectáculo debía ser admitido todo el que quisiera gozar de él […]”.

    Este fragmento pertenece al imprescindible libro de Rafael Sánchez Saus Al-Andalus y la cruz (Stella Maris, 2016). Aunque publicado en enero, aún podrá encontrarlo si corre a la librería. Sánchez Saus, catedrático de Historia Medieval, ha tenido el valor de desempolvar, desmitificar y resumir en forma amena para el gran público la olvidada historia de los mozárabes, los cristianos que quedaron bajo dominio islámico tras la invasión de 711. Sería inexacto hablar de “minorías cristianas”, pues lo cierto es que en el siglo IX todavía representaban el 80% de la poblacion, y no serían sobrepasados en número por los musulmanes hasta muy avanzado el siglo X.

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    Hablo de “desmitificar” porque la historia de la mozarabía le llega al español actual envuelta en mitología progre: “España de las tres culturas”, exquisito respeto de los refinados andalusíes a “las gentes del Libro” (que contrastaría con la intolerancia fanática de los hirsutos cristianos del Norte), bellas y emancipadas jovenes de andares de gacela a las que sus enamorados recitan versos entre el perfume de los nardos y el rumor de las fuentes… (Sánchez Saus explica, por cierto, que las yawari cantadas en los diwans eran en realidad esclavas sexuales; las esposas legítimas permanecían encerradas a cal y canto en los gineceos).

    La “tolerancia” andalusí consistía en el sistema de dimma: se respetaba la vida del no musulmán, pero sometiéndole a capitidisminución cívica y pesados tributos cuya finalidad era -además de llenar las arcas de los amos musulmanes– humillar al infiel, empujándole indirectamente a la conversión al Islam (lo asombroso es que tardaran cuatro siglos en conseguirlo totalmente). La jizya, el impuesto especial que pesaba sobre cristianos y judíos –explica Sánchez Saus- “representaba la compra del derecho a la vida en el seno de la comunidad islámica. Está dotada de un sentido ideológico que va mucho más allá de lo fiscal: la negativa a pagarla somete de nuevo al dimmí a las reglas de la yihad, es decir, a los únicos destinos posibles de la esclavitud o la muerte”. Según cierto alfaquí citado por Simonet, la jizya era “la cuota pagada por el dimmí como sustitución de la pena capital que merecía en razón de su infidelidad”.

    La vida de un cristiano valía la mitad que la de un musulmán según el sistema de compensaciones pecuniarias penales

    Pero no era sólo el impuesto: la vida cotidiana del mozárabe estaba rodeada de mil vejaciones que debían recordarle su inferioridad: prohibición de montar a caballo, de poseer armas, de casarse con musulmanas (las cristianas sí podían casarse con mahometanos, pero los hijos debían ser educados en el Islam). La vida de un cristiano valía la mitad que la de un musulmán según el sistema de compensaciones pecuniarias penales. La Córdoba del siglo IX no era muy diferente de la Raqqa (“capital” del Estado Islámico) de 2016. Los mozárabes tuvieron muchas Asias Bibis. Lean la historia de San Eulogio y las decenas de cristianos cordobeses ejecutados por blasfemia. O la de los trescientos crucificados en la rebelión del Arrabal. O la épica rebelión de Omar Ibn Hafsún, musulmán convertido al cristianismo que resistió cuarenta años en Bobastro –la Masada mozárabe- el envite de los ejércitos del emirato.

    ¿Cuántos de nuestros escolares han oído hablar de Omar Ibn Hafsún (Samuel tras su bautismo)? ¿Por qué se nos ha escamoteado la verdadera historia de Al-Andalus? ¿Por qué se nos ha vendido el cuento castrista (por don Américo) de la “España de las tres culturas”? Tengo una hipótesis: al idealizar Al-Andalus, se está deslegitimando a la “insidiosa Reconquista” (Cebrián), bárbara cabalgada de malolientes cabreros mesetarios que, al grito de ¡Santiago!, destruyeron el fragante jardín multicultural.

    Rafael Sánchez- Saus, autor de 'Al-Andalus y la Cruz'
    Rafael Sánchez- Saus, autor de ‘Al-Andalus y la Cruz’

    Y la Reconquista es el proyecto fundacional de España. Lo dijo, entre otros, alguien tan poco sospechoso de chauvinismo cañí como Julián Marías: “España es un caso excepcional, probablemente único, de país definido por un programa explícito”. El programa era la recuperación de la unidad nacional y la identidad cristiana-occidental que ya había tenido el país en la época visigoda, perdidas en la catástrofe de 711. Mientras territorios que habían sido tan importantes para la cristiandad como los actuales Egipto, Túnez (San Agustín) o el propio Israel quedaban irreversiblemente islamizados, España apostó contra toda esperanza por la expulsión del invasor. Fueron casi ocho siglos de lucha, en los que, pese a la fragmentación en reinos diversos, nunca se perdió del todo la conciencia de pertenencia a un todo nacional que alguna vez debería ser restaurado: por eso diversos reyes castellanos y navarros se proclamaron imperatores totius Hispaniae en el apogeo de su poder.

    Y ese gran proyecto de retorno a Occidente fue imantando y aglutinando a los territorios peninsulares –“incorporando”, diría Ortega y Gasset: la nación como “gran sistema de incorporaciones”– hasta culminar en los Reyes Católicos. Incorporaciones voluntarias suscitadas por la empresa común. Una empresa que después continúa en cierto modo con la conquista y evangelización de América.

    Deslegitimar la Reconquista es negar la raíz de España. Y es el caso que buena parte de la intelectualidad española está empeñada desde hace décadas en la autonegación nacional. Mientras escribo esto, me llega la noticia de la concesión del importante Premio Jovellanos a un Ensayo sobre el desamor a España. Apuesto lo que quieran –ojalá me equivoque- a que el estupendo libro de Sánchez Saus no alcanzará tan altas distinciones.

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    Francisco J. Contreras Peláez (Sevilla, 1964) es catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Sevilla. Autor de los libros: Derechos sociales: teoría e ideología (1994), Defensa del Estado social (1996), La filosofía de la historia de Johann G. Herder (2004), Savigny y el historicismo jurídico (2004), Tribunal de la razón: El pensamiento jurídico de Kant (2004), Kant y la guerra (2007), Nueva izquierda y cristianismo (2011, con Diego Poole), Liberalismo, catolicismo y ley natural (2013) y La filosofía del Derecho en la historia (2014). Editor de siete libros colectivos; entre ellos, The Threads of Natural Law (2013), Debate sobre el concepto de familia (2013) y ¿Democracia sin religión? (2014, con Martin Kugler). Ha recibido los premios Legaz Lacambra (1999), Diego de Covarrubias (2013) y Hazte Oír (2014). Diputado de Vox por Sevilla en la XIV Legislatura.