Cruda realidad / Bob Dylan, un Nobel de baratillo

    A una, que echó los dientes oyendo que la respuesta estaba en el viento, my friend, le duele tener que decirlo, pero Dylan merece tanto el Nobel como el llorado autor de El Capitán Trueno.

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    Bob Dylan y el capitán Trueno

    Ironizaba Jorge Luis Borges, cuando le preguntaron por qué no había ganado el Nobel de Literatura en su enésima edición, que negarle el premio era ya una tradición escandinava.

    Este año, que el prestigioso y cada vez más sobrevalorado galardón ha ido a manos de un añoso hippie, Bob Dylan, tengo que contradecir al maestro argentino y concluir que la Academia Sueca, más que tradiciones, sigue modas.

    Algunas personas creen que La Sexta da información.

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    A una, que echó los dientes como quien dice oyendo que la respuesta estaba en el viento, my friend, le duele tener que decirlo, pero Dylan merece tanto el Nobel como el llorado autor de El Capitán Trueno. La edad en que uno puede encontrar ‘profundas’ las letras de Bob Dylan no supera en mucho la veintena en personas normales, de las que tienen que cumplir un horario de trabajo y ocuparse de una familia.

    O merece tanto como Obama, Gore, Rigoberta Menchú o José Manuel Santos merecen el de la Paz, es decir, nada. Sus versitos son ramplones, fáciles, adolescentes y pretenciosos. Quizá por encima de la media de las canciones ‘pop’, pero eso es decir muy poco. Desde luego, no lo aguanta medio asalto a miles de poetas menores que podrían ser reconocidos por Estocolmo (u Oslo, que siempre me lío).

    No sé siempre habrá sido así, pero desde que me fijo, los Nobel ‘blandos’ -los ‘duros’ siguen teniendo cierto fuste, que en Física o Medicina las cosas hay que probarlas-, los opinables y subjetivos (y aquí incluyo Economía) son premios con que se recompensa el pensamiento dominante.

    A Obama, para recordar un caso bastante bochornoso, se le propuso para el Nobel de la Paz cuando llevaba once días, once, en la Casa Blanca. Mal podría el cuadragésimo cuarto presidente haber contribuido mucho a la paz en menos de dos semanas de mandato, con lo que concluiremos piadosamente que premiaban una esperanza.

    Esperemos que sea así, y que se haya visto defraudada, o habrá que concluir que la Academia Sueca es una banda de cínicos reconociendo los esfuerzos por la paz del líder que más países ha bombardeado de la historia.

    En realidad, los escandinavos se dejaron llevar por ese histerismo que aupó a Obama al poder, a dos dedos de la adoración mesiánica que el buen hombre hizo lo que pudo por fomentar, con ese «ya empiezan a bajar las aguas de los océanos».

    Intuyo que hay un homenaje a esas pueriles ideas neo-adánicas de los 60a, del Mayo Francés a Woodstock, que se encarnaron en el hippismo, los perroflautas originales

    Los Nobel premian la ideología ‘correcta’, el pensamiento de las élites. El problema es que el pensamiento dominante ya hiede a viejo, si no a cadáver, y se hace muy poquito original o nuevo con ella. Esto, unido quizá a la nostalgia del comité que concede los premios, y a que no es cuestión de declararlo desierto, ha dejado el premio en manos del cantautor yanqui de voz insoportablemente nasal.

    John Lennon
    John Lennon

    Pero intuyo que hay, además, un homenaje a esas estúpidas y pueriles ideas neoadánicas de los sesenta, del Mayo Francés a Woodstock, que se encarnaron en el hippismo, los perroflautas originales. Lo curioso es que, en una época que ha igualado ‘lo moderno’ con ‘lo bueno’, el pensamiento dominante tiene ya muchos años de recorrido, demasiados cuando, cada vez que se ha aplicado en su versión más pura, el resultado ha sido invariablemente desastroso.

    Nuestras élites han congelado lo moderno, han descubierto algo que no desmerece de la cuadratura del círculo o el movimiento perpetuo, que es la modernidad intemporal. Hay ideas que son ‘modernas’ porque sí, por definición, aunque aún peinen canas, algo así como los muy rebeldes y cañeros (en su momento) Rolling Stones, que siguen subiéndose a los escenarios aunque pronto necesiten un andador y quién sabe si unos pañales.

    Bien pensado, los podemitas no son otra cosa que una canción de Bob Dylan -o, incluso, el Imagine de John Lennon- convertida en movimiento político. Está hecho, como las canciones de Dylan, de quejas estridentes expresadas en forma de preguntas

    Da un poco de vértigo pensar que estamos en manos de unos hippies aunque en algunos casos lleven corbata

    El Nobel a Dylan es una gigantesca y simbólica palmadita en la espalda que nuestros envejecidos mandarines se dan a sí mismos, asegurándose que eso sigue siendo lo moderno, lo rompedor, lo contracultural, aunque en realidad sea la apolillada cultura oficial cuyos presupuestos ideológicos hacen agua por todos lados.

    Da un poco de vértigo pensar que la generación contra la que se rebelaron los ‘hippies’ fue la última generación que llego a adulta, realmente, al menos en lo que se refiere a quienes deciden, y que estamos en manos de unos hippies aunque en algunos casos lleven corbata.

    Al final, tampoco yo puedo estar segura qué ha movido a esos tipos del norte a conceder un Nobel a un cantautor de tres al cuarto, pero sea cual sea la respuesta, hay algo de lo que estoy cierta: no está en el viento.

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