Gibraltar: y Londres cogió su fusil

    Desde hace ya tiempo, es una constante que cada gobierno español que empieza muestre su voluntad de dar un nuevo impulso al contencioso, a lo que Downing Street suele contestar con buenas palabras que de eso, nada.

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    Blas de Lezo, héroe de la batalla de Cartagena de Indias en 1741.
    Blas de Lezo, héroe de la batalla de Cartagena de Indias en 1741.

    Quién lo iba a decir. Resulta que el Reino Unido no podrá decidir nada sobre Gibraltar sin un pacto previo con España, tras activarse el brexit. En efecto, Brusleas otorgará a Madrid derecho de veto en cualquier acuerdo sobre el estatus del peñón. Llevaba tiempo sin salir este tema, y ahora lo hace por donde menos se esperaba.

    Desde hace ya tiempo, es una constante que cada gobierno español que empieza muestre su voluntad de dar un nuevo impulso al contencioso, a lo que Downing Street suele contestar con buenas palabras que de eso, nada. Porque nada nuevo hay bajo el sol; o había, al menos, hasta que llegó el brexit.

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    Todo arranca allá por 1713, fecha en la que se firma el Tratado de Utrech -ese por la que la familia política de Iñaki Urdangarín accedió al trono de España-. En su artículo 10, que ponía fin a nuestra Guerra de Sucesión, se dice que “el Rey Católico, por sí y por sus herederos y sucesores, cede por este Tratado a la Corona de la Gran Bretaña la plena y entera propiedad de la ciudad y castillo de Gibraltar, juntamente con su puerto, defensas y fortalezas que le pertenecen”. O lo que es lo mismo, la “roca” y poco más.

    Cualquiera que haya estado en Gibraltar se dará cuenta de que algo no cuadra. Porque, o son los siete kilómetros cuadrados más grandes del mundo, o aquí alguien ha tomado más de lo que le correspondía. Una costumbre, la de apropiarse de lo ajeno sin el mayor pudor, netamente británica.

    La Corona accedió por razones humanitarias a que los britanicos edificasen una serie de campamentos “provisionales” en el istmo

    Durante la primera mitad del siglo XIX, y a causa de una epidemia de fiebre amarilla, la Corona accedió por razones humanitarias a que los britanicos edificasen una serie de campamentos “provisionales” en el istmo que media entre Gibraltar y La Línea; es decir, sobre suelo español.

    Ni que decir tiene que dicha “provisionalidad” aún perdura a día de hoy, y que la extensión de dichas edificaciones fue a más desde entonces. Como colofón en 1938, durante la Guerra Civil, se construyo el actual aeropuerto, que se adentra más de medio kilómetro en aguas de la Bahía de Algeciras. Aguas españolas.

    Gibraltar es lo que hoy se denomina técnicamente un “Territorio Británico de Ultramar”; o lo que es lo mismo, una antigua colonia que no llegó a independizarse del todo pero cuya territorialidad sigue bajo auspicios britanicos. No pagan IVA, no forman parte de la UE y, en consonancia, la normativa comunitaria se la trae al pairo.

    Viven de los réditos que les supone ser un paraíso, y no sólo fiscal: contrabandistas y traficantes de drogas hacen su agosto desde el Peñón impunemente. Barcos mercantes de medio mundo acuden allí a limpiar sus bodegas -y, por ende, a contaminar las aguas españolas-, sin que las autoridades gibraltareñas muevan un dedo.

    Su actitud está a caballo entre el desprecio a España y un cierto resquemor hacia Gran Bretaña por sentirse algo olvidados

    Sus habitantes –los populares llanitos– son poblacion importada hace dos siglos, ya que la autóctona fue desplazada a lo que hoy es San Roque. Su actitud está a caballo entre el desprecio a España y un cierto resquemor hacia Gran Bretaña por sentirse algo olvidados.

    Como español, una parte de mí reclama la españolidad de Gibraltar. Si fuera inglés, pensaría que la roca es mía en virtud de un tratado internacional firmado hace casi dos siglos. El rol de Madrid es reclamar Gibraltar y el de Londres, mirar hacia otro lado. Así ha sido hasta ahora y así seguirá siendo. Hay prioridades más acuciantes.

    Eso sí, una de ellas es meter en vereda a ese hatajo de contaminadores que pueblan el Peñón y hacerles ver que, por muy llanitos que sean, las leyes están para cumplirse; con o sin brexit. Y si algún inglés desempolva ahora las Malvinas y apela a su ardor guerrero, que se acuerden de Blas de Lezo.

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