Cruda realidad / Ramón Espinar y Los Miserables

    Nada de lo que ha hecho Espinar, el morado hijo de 'black', es ilegal. Pero demuestra que todo en Podemos es teatro:  faranduleros contratados a toda prisa para una representación que interpretan mal, disfrazados de perroflautas, cuidadosamente desaliñados.

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    Como cualquier otro joven de su edad, en esta España necesitada de salvapatrias bolivarianos, Ramón Espinar pidió la paga a su obrerísimo padre, vicepresidente del Consejo de Caja Madrid, 60.000 euros del ala, para comprar un piso de protección oficial -ya saben, esa vivienda que se reserva para los más desfavorecidos-, que luego vendió sacándose un pico.

    Ramón Espinar, pese a estos sus humildísimos orígenes -«somos los hijos de los obreros que no lograsteis matar», tiene dicho el hijo del usuario de tarjetas ‘black’-, ha sabido superarlos gracias a su esfuerzo y vivo ingenio hasta convertirse en el portavoz del Grupo Unidos Podemos-En Comú Podem-En Marea en el Senado.

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    Como su currículum cabe en un billete de metro, achacaremos su fulgurante éxito a esa sagacidad financiera y a una novedosísima teoría económica que le permite afirmar ante las cámaras, sin que se le mueva un músculo, que el pelotazo no fue ‘beneficio’, sino «una diferencia entre el precio de compra y el de venta». Vuelvan a leerlo.

    El señor portavoz compró la casa en 2010 por 146.224 euros y sin sorteo público. Supongo que le bastó enseñar sus harapos y verle tan famélico. Porque, ya hemos dicho, se trataba de una Vivienda de Protección Pública (VPP) construida en terrenos cedidos por el Ayuntamiento de Alcobendas y, por tanto, con precio inferior al que marcaba por entonces el mercado.

    Tal fue la pena que debió dar que ni siquiera tuvo que inscribirse en ningún registro municipal o, al menos, estar empadronado en Alcobendas. Pagó una entrada de 52.000 euros más IVA y, para el resto, suscribió una hipoteca, de esas que conceden los bancos a los pobres sin ingresos. Y a la semana va y la vende, en una operación de 176.000 euros.

    Ramón es un nino de la alta burguesía, que ha vivido siempre desahogadamente –como Iglesias, Monedero, Bescansa, Maestre – y que ha jugado con astucia sus cartas

    Interrumpimos esta programación para incluir un mensaje de Espinar: «Madrid no es ciudad para jovenes ni para nadie. Es genial, pero está al servicio de la especulación. Hay que recuperarla para la gente corriente». Gracias, podemos seguir.

    Porque, compadreo presunto aparte, nada de lo que ha hecho el bueno de Ramón es ilegal, y quizá, poniéndonos en plan muy, muy bienpensados, tampoco inmoral.

    Ramón es un nino de la alta burguesía, que ha vivido siempre desahogadamente -como Pablo Iglesias, Monedero, Bescansa, Rita Mestre, etcétera- y que ha jugado con astucia sus cartas.

    ¿Chanchullos, chollos, prebendas, ventajas, amiguismo, compadreo? Muy probablemente, pero lo verdaderamente grave es que Ramón vaya de lo que no es y que se ponga estupendo, como el resto de sus correligionarios, con el resto del personal.

    Ramón es insoportablemente moralista, como todos los puritanos de Podemos.

    Ramón va predicando vestido de pureza, como todos los calvinistas ginebrinos de su formación.

    A Ramón no hay quien lo aguante cuando se pone a buscar pajas en ojos ajenos llevando con donaire la viga del suyo.

    Ramón Espinar, pese a todo, no es un caso aislado en absoluto en la formación morada; al contrario, representa lo normal en su formación y, en general, en esa constelación de grupos revolucionarios de instituto que ha surgido como una excrecencia tumoral de la LOGSE.

    Ramón es como Tania «No es no y punto» Sánchez dándole una contrata municipal en Rivas a su hermano, o Rita «Asaltacapillas» Maestre contratando a papá y mamá.

    Porque una comprende perfectamente las ganas del votante podemita de acabar con la caterva de ladrones que prospera a la sombra del poder y su anhelo por ser gobernados por quienes no conviertan la política en un patio de monipodio. Hasta ahí, claro.

    Lo que no me entra en la cabeza es por qué han podido pensar que esta panda va a ser distinta. En el tiempo que llevan, con el poder que han rebañado, ya las han hecho de todos los colores.

    ¿Y por qué no? ¿Por qué hay que creer que unos tipos que desean el poder van a ser puros como azucenas? ¿Qué ha pasado con la cautela normal, con el normal conocimiento de la naturaleza humana?

    Disculpen, me dicen por el pinganillo que hay un nuevo mensaje de Espinar, atentos: «Yo me fui de Erasmus y no creo que mis hermanas puedan. Es la misma familia con los mismo curros pero nos han hecho más pobres». Gracias, seguimos.

    Jugar a pobres tiene una larga tradición entre la gente con posibles: ya Maria Antonieta gustaba de disfrazarse de pastorcilla en Versalles

    Jugar a pobres tiene una larga tradición entre la gente con posibles. Ya Maria Antonieta gustaba de disfrazarse de pastorcilla en Versalles, y desde entonces ha sido habitual, solo que con la pretensión de que nos lo creamos.

    Porque, digámoslo de una vez, todo en Podemos es una farsa. Esa es su gran verdad. Parecen una mediocre compañía de faranduleros contratados a toda prisa para una representación que interpretan mal. Van con trajes de atrezzo, no tanto vestidos como disfrazados de perroflautas, cuidadosamente desaliñados.

    Es su uniforme, porque tienen que fingirse clase obrera, y no les sale. Es como si fueran otros tantos Alonso Quijano que, en vez de por leer novelas de caballería, hubieran enloquecido viendo demasiadas veces la versión cinematográfica de Los Miserables.

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