¿Es innata la orientación sexual?

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    Autobús HazteOir.org
    El tercer vehículo lanzado por HazteOir.org en el que reivindica la libertad de expresión y el derecho de los padres a educar a los hijos / Actuall

    Pocas veces ha suscitado una campaña hostilidad tan unánime como la del autobús de Hazte Oír: la totalidad del espectro político con representación parlamentaria, todas las televisiones y radios (con la excepción de Intereconomía); toda la prensa –salvo Actuall o La Gaceta- sea virtual o en papel, incluyendo semanarios eclesiales como “Alfa y Omega”. Lo más llamativo ha sido la condescendencia con que los mil y un funcionarios del Ministerio de la Verdad pontificaban que “la ciencia acredita que hay ninos atrapados en cuerpos de ninas y viceversa”.

    Por supuesto, el mantra en cuestión no es científico, sino ideológico. Lean el extenso informe “Sexuality and Gender”, publicado por Lawrence Mayer y Paul McHugh, de la Universidad Johns Hopkins. El famoso “nino atrapado en un cuerpo del sexo opuesto” es un mito. ¿Se han parado a pensar nuestros entusiastas transgeneristas que están dando por buena una antropología dualista, cartesiana? Seríamos mentes, espíritus puros (¡pero sexuados!), almas macho y hembra encarceladas en cuerpos corruptibles; y, a veces, se le asignaría por error un cuerpo femenino a un alma masculina, o viceversa. Ahora bien, ¿no habíamos quedado en que las almas no existen, que somos simplemente animales con un cerebro complejo?

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    “No es en absoluto claro que los estudios neurobiológicos hayan descubierto nada significativo acerca de la identidad de género»

    Contestarán quizás que la identidad masculina o femenina –encerrada en cuerpos del sexo opuesto- no está en el alma sino en “los circuitos cerebrales”. Pero, por mucho que se ha indagado, no se ha encontrado en el cerebro “el lóbulo de la identidad sexual”. Tras analizar los estudios de Nancy Segal, Giuseppina Rametti, Emiliano Santarnecchi o Hsaio-Lun Ku, Mayer y McHugh concluyeron que “no es en absoluto claro que los estudios neurobiológicos hayan descubierto nada significativo acerca de la identidad de género [es decir, que los cerebros de personas que manifiestan “disforia de género” difieran en algo de los de personas normales, cómodas con su sexo]. […] La experiencia disponible en el campo de las imágenes cerebrales y la genética no demuestra que el desarrollo de una identidad de género distinta a la del sexo biológico se deba a factores innatos”.

    Si la “disforia de género” no se debe a factores innatos (“circuitos cerebrales”), debe concluirse: 1) que se debe a factores educativos, emocionales, ambientales; 2) que es, por tanto, reversible (especialmente, si se ayuda al nino a superar su trastorno con un tratamiento psicológico adecuado). Y, en efecto, la experiencia disponible parece confirmar ambas cosas. El DSM-5 (Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría) documenta que la “disforia de género” desaparece de manera natural en la pubertad en un alto porcentaje de casos: entre un 70% y un 98.2% en los nacidos varones, y entre un 50% y el 88% en las nacidas como mujeres; la doctora Michelle Cretella, presidenta del Colegio Americano de Pediatras habla de porcentajes entre el 75% y el 95%. Y la experiencia clínica de Kenneth Zucker –que trataba a los ninos con disforia de género, no con hormonas del sexo opuesto que preparan al cuerpo para una futura operación de cambio de sexo, sino con terapia psico-social dirigida a reconciliarles con su sexo biológico: asesoramiento a padres, juegos con ninos de su mismo sexo, etc.- confirma que la disforia de género es reversible: 22 de las 25 ninas tratadas en su clínica de Toronto superaron su problema.

    «De las personas que se sometieron a cirugía de reasignación de sexo, el riesgo de hospitalización psiquiátrica es tres veces superior a la media»

    Pero Zucker ya no podrá tratar a más, pues el gobierno canadiense ha cerrado su clínica. En todo Occidente, una ideología pseudocientífica y totalitaria está consiguiendo que los Estados orienten a los ninos con trastornos de identidad sexual hacia los bloqueadores de la pubertad (impedir que a un nino le salga el bigote o a una niña las mamas), y después hacia la hormonación de por vida (que incrementa de manera importante el riesgo de cáncer, problemas cardíacos y diabetes) y la cirugía de cambio de sexo (es decir, la mutilación de un cuerpo sano). Todo ello con la excusa de una “disforia de género” que podría ser superada con terapias de reconciliación con su sexo. Todo ello, cerrando los ojos a lo que revela el estudio de Cecilia Dhejne y otros doctores del Karolinska Institute de la Universidad de Gotemburgo: en las personas que se sometieron a cirugía de reasignación de sexo, el riesgo de hospitalización psiquiátrica es tres veces superior a la media; el de intentar el suicidio, 4.9 veces superior; el de consumar el suicidio, 19.1 veces superior.

    La ideología que nos impone la nueva policía del pensamiento –a la que, al parecer, sólo resiste ya Hazte Oír- está, por lo demás, llena de flagrantes contradicciones internas. Se insiste, como vimos, en el carácter innato de una identidad sexual que puede no corresponderse con la del sexo biológico. Pero, ¿no afirmaba la ideología de género que no existe el sexo (determinación biológica), que todo es “género” (construcción cultural y libre elección individual)? ¿En qué quedamos? ¿Nacemos con una identidad sexual o la elegimos y construimos libremente?

    En realidad, el liberacionismo sexual ha ido yuxtaponiendo –como explicó lúcidamente Yael Farache en este vídeo– nada menos que cuatro conceptos, a los que se asigna carácter innato o cultural-construido según convenga: 1) El sexo cromosómico y genital, que es innato; 2) El género, es decir, los roles sociales, sensibilidad, inclinaciones, etc., convencionalmente asignados a hombres y mujeres: todo eso es cultural (“la mujer no nace, se hace”, Simone de Beauvoir dixit); 3) La orientación sexual, es decir, el sentirse atraído por el propio sexo o por el contrario: el lobby gay suele sostener que es innata e inmodificable (se dice que el homosexual nace tal, que no elige serlo); 4) La identidad sexual, es decir, el género “sentido” o deseado, que no coincide con el sexo biológico en el caso de los transexuales, ni tampoco tiene por qué coincidir con una determinada orientación sexual (hay transexuales –hombres que han extirpado sus genitales masculinos- que se sienten atraídos por las mujeres: el fenómeno es conocido como “autoginefilia”).

    Muchos ideólogos de género incluyen en el “género” la orientación sexual: que a los hombres les gusten las mujeres y viceversa sería algo cultural, aprendido (“heteronormatividad”). Ahora bien, eso contradice la tradicional reivindicación del carácter innato de la homosexualidad. Cabe una solución de compromiso: el homosexual lo es de manera innata e insuperable, pero el heterosexual lo es por aprendizaje cultural. Por tanto, sería imposible pasar de la homosexualidad a la heterosexualidad (y, de hecho, las leyes de derechos LGTB prohíben ya la terapia correspondiente), pero siempre estaría uno a tiempo de hacer el viaje inverso, sacudiéndose la opresiva “heteronormatividad” y pasando de la heterosexualidad a la homosexualidad. La ley del embudo.

    Toda esta montaña de contradicciones y sofismas se ha convertido en doctrina de Estado y va a ser enseñada a los ninos en las escuelas. Y quien tenga algo que objetar es, por supuesto, un ignorante y un sembrador de odio.

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    Francisco J. Contreras Peláez (Sevilla, 1964) es catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Sevilla. Autor de los libros: Derechos sociales: teoría e ideología (1994), Defensa del Estado social (1996), La filosofía de la historia de Johann G. Herder (2004), Savigny y el historicismo jurídico (2004), Tribunal de la razón: El pensamiento jurídico de Kant (2004), Kant y la guerra (2007), Nueva izquierda y cristianismo (2011, con Diego Poole), Liberalismo, catolicismo y ley natural (2013) y La filosofía del Derecho en la historia (2014). Editor de siete libros colectivos; entre ellos, The Threads of Natural Law (2013), Debate sobre el concepto de familia (2013) y ¿Democracia sin religión? (2014, con Martin Kugler). Ha recibido los premios Legaz Lacambra (1999), Diego de Covarrubias (2013) y Hazte Oír (2014). Diputado de Vox por Sevilla en la XIV Legislatura.