Cuatro razones para no creerme lo del cambio climático, por Miguel Vidal

    ¿Cuál es la traducción en dinero del discurso medioambientalista de los supuestos defensores del Planeta? ¿Por qué cientos de políticos de todo el mundo agitan desde París la bandera de un cataclismo de alcance planetario? ¿Y qué pinta la Iglesia en esta inmensa teatralización?

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    Cumbre del Clima París COP21
    Protesta por el estado de emergencia en Francia, que incluye la prohibición de manifestarse durante la Cumbre del Clima. (Fotografía: Ian Langsdon / EFE)

    1º Porque sube más el dinero que el termómetro. ¿Sabes leer esta cifra: 5.740.115.000.000? Yo no estoy muy seguro. Podría ser algo así como 5 billones, 740.115 millones. Esto es lo que los políticos y los agitadores medioambientales reunidos en París dicen que costará frenar en África el cambio climático.

    El Banco Mundial y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente dicen que el supuesto freno al cambio climático solo para África costará 94.600 millones de euros. Y como no me hago a la idea de cuánto dinero es semejante cantidad, lo he convertido en pesetas. Quince billones, setecientos cuarenta mil, ciento quince millones de pesetas. Cada año.

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    Esta es la bonita cantidad que los políticos y los agitadores medioambientales dicen que necesitan los Gobiernos africanos para frenar el cambio climático en el continente en el que, al parecer, es menos necesario frenar el cambio climático. No he encontrado las cifras de lo que necesitaría China. Y sigo sin hacerme una idea de lo que representa esa inmensa cantidad de dinero.

    Con semejante cantidad se acabaría con la pobreza, la enfermedad y el hambre en todo el continente (y en el resto del mundo) y en unos pocos años. ¿Y preferimos destinar esa cantidad a supuestamente evitar el calentamiento en dos grados centígrados de la temperatura media del Planeta de aquí al siglo XXII?

    ¿No sería mejor destinar esa cantidad durante un par de años a acabar con la pobreza en todo el mundo, y luego hablamos del calor que hace?

    Semejante cantidad de dinero es mentira: ni existe, ni existirá nunca, ni se destinará a evitar supuestos calentamientos globales, ni servirá para enfriar más que las botellas de champán de los magnates del cambio climático y de los políticos y los agitadores medioambientales que viven de esta pujante ideología, la nueva religión del supermercado de las “ideas”, que ese sí es global y ciertamente amenazante.

    2º Porque los secuestradores no me inspiran confianza. Mientras arrancan adoquines para lanzar a la policía o insultan a cualquier autoridad legítimamente elegida, los alborotadores climáticos, auténticos sacerdotes de la nueva religión termométrica, anuncian por las calles el siguiente dogma: el modelo económico actual condena a tus hijos al apocalipsis climático.

    La solución es acabar con el modelo económico que nos ha traído hasta aquí. “Cambiarlo”, dicen. ¿Y cuál es en realidad el maléfico modelo económico en el que vivimos?

    “La agitación sobre el cambio climático actúa en realidad como una formidable tapadera en manos de todos los políticos”

    Es libertad de mercado, competencia, consumo, propiedad privada, democracia, libertades individuales. El modelo económico que condenan es el propio sistema. Pero la Historia prueba que el cambio que proponen no conduce a otra cosa que al fin de la libertad, de la competencia, del consumo, de la propiedad privada, de las libertades y de la democracia.

    No parece razonable cambiar grados centígrados por libertades. De manera que mientras el discurso ecológico esté secuestrado por la izquierda y su instinto destructivo, jamás me merecerá la menor credibilidad.

    Es necesario cambiar muchas cosas, muchas injusticias, pero nunca en la Historia cambiaron las cosas quienes quisieron sustituirlas por injusticias aún mayores.

    3º Porque los científicos están ausentes. ¿Dónde están los científicos? ¿Por qué en asuntos relativos al cambio climático solo escucho a políticos y alborotadores medioambientales?

    Los políticos que me anuncian el fin del mundo termométrico prefieren hablar de una nueva ley contra el cambio climático que del suicidio demográfico, del hundimiento del sistema de pensiones en una generación, de incumplimientos electorales, o del aborto. Y que yo sepa, en España sigue costando más vidas el aborto que el calor. Y así será por más que suba la temperatura, mientras no se cambie la legislación abortista.

    “¿Preferimos destinar dinero a supuestamente evitar el calentamiento del Planeta de aquí al siglo XXII, que a acabar con el hambre y la enfermedad?”

    El cambio climático del que nos hablan no tiene nada que ver con el clima y el Planeta. La agitación sobre este asunto actúa en realidad como una formidable tapadera en manos de todos los políticos de todo el mundo, o al menos de los cientos reunidos en París.

    Algún científico ha hablado, es cierto. Pero el que habla suele ser siempre aquel cuyo salario depende de los presupuestos públicos, el que contempla su futuro profesional a la luz del poder político. Y hay demasiadas voces que han sido calladas por la inmensa fuerza de esta nueva religión, y demasiadas discrepancias en el mundo científico acerca de lo que está sucediendo.

    En cuanto a los charlatanes, necesitan del miedo apocalíptico para financiarse, así que ninguna de sus predicciones son verosímiles. Y ninguna se cumplió jamás.

    De modo que mientras no se callen la boca los políticos en París, los científicos de alquiler y los alborotadores medioambientales en todo el mundo, no me puedo creer una sola palabra de cuanto dicen.

    4º Y esa Iglesia que no entiendo. Esa que de repente, sin que ni una sola sotana 10 minutos antes hubiera mencionado el asunto, se rasga ahora las vestiduras ante el termómetro y proclama las virtudes salvíficas de la lucha contra el cambio climático.

    Y al final del discurso, que no homilía, resulta que te los encuentras caminando de la mano con Podemos por las calles de Madrid.

    No puedo negar el supuesto cambio climático, ni los supuestos riesgos de la explotación de los recursos naturales, ni nada de todo eso. No lo niego, ni lo afirmo, porque carezco de conocimientos al respecto. No soy científico.

    Pero tampoco soy idiota. De modo que mientras todo esto se manifieste como la última forma de milenarismo, seguiré poniéndolo en duda.

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    Jamás pensé que uno pudiera ganarse la vida hablando de la vida de los otros, así que sigo creyendo que no soy un periodista. Dicen que éste, el segundo oficio más viejo del mundo (el que estás pensando es el tercero), se ha profesionalizado. Yo me dedico a intentar disimularlo. Este es mi blog http://mvidalsantos.tumblr.com/