
Yo te saludo, mi dilecto alumno.
No tomes demasiado en consideración la etimología. Me refiero a la salutación que encabeza toda misiva y que los seres educados no debemos olvidar -ya sabes que la educación es fundamental en tu trabajo y en el mío-. Te saludo, pues, y no me refiero a la salud de tu cuerpo, que conservaré muchos años, y tampoco a la de tu alma, que no conservaré en absoluto, aunque eso no hace falta que te lo repita porque ya lo sabes.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraComo también sabes que no me gusta tu nombre, Pablo Iglesias.
Te llamaré PI, que nos remite a un número, una cifra fría y sin espíritu, sin sentimientos, como decís en vuestro rudimentario lenguaje. No me gusta nada tu nombre porque me recuerda a aquel que llamaban “el apóstol”: un gran tipo que mataba en nombre del Otro, o sea, que entendía muy bien el concepto de “religión” según mis enseñanzas. Asesinar en nombre de mi odiado Otro, como estos simpáticos musulmanes. Sin embargo, tuvo una supuesta revelación y desde aquel momento se dedicó a perseguirme. Usé todas mis armas para tentarle, y cayó, pero confiaba demasiado en el Otro, y no se le ocurrió nada mejor que confesar que tenía “una espina clavada en la carne”. ¡Maldita sinceridad que os mete en la cabeza ese Hijo del Otro! Tú no le haces caso, y haces bien, PI.
Es un chiste malo apellidarse así y perseguir a los cuervos de los curas
En cuanto a tu apellido, es un sarcasmo. Como lo era el del fundador del Partido Socialista. Es un chiste malo apellidarse así y perseguir a los cuervos de los curas. Me gusta, pero es demasiado obvio.
Aprovecho mi última frase, dilecto PI, para entrar en materia. Estás cometiendo errores que tienen que ver con ser demasiado obvio. Tendré que sustituir a tu mentor que es, me temo, muy vanidoso y te induce a serlo, descuidando lo importante: la soberbia.
No se puede actuar tan directamente, PI. Fíjate en mis otros discípulos de traje y corbata y misa diaria: me siguen y acatan mis órdenes sin llamar la atención, sin escándalos, sin mostrarse. Actúan bien: roban, matan, perjuran y corrompen todo lo que pueda corromperse, en especial el alma de los ninos y la de esos ingenuos católicos. Pero no se hacen notar, PI. Y tú, ahora, sí. Muy mal. Tengo que reprochártelo.
El hecho de que estés tan cerca del poder no te autoriza a descubrirte.
El hecho de que te haya situado en la mejor posición para negociar en el tablero político de mi odiada España, no significa que debas perder los buenos modales
El hecho de que yo –sí, yo- te haya situado en la mejor posición para negociar en el tablero político de mi odiada España (me da asco escribir el nombre de esta nación que tanto daño me ha hecho), no significa que debas perder los buenos modales. Nosotros, te lo he dicho al principio, somos muy educados. Pero si empiezas utilizando a los titiriteros para loar a mis amigos terroristas, puedes terminar asesinando a los cristianos o llevándolos a las catacumbas de nuevo. No cometas esta lamentable equivocación.
Los seguidores del Hijo del Otro crecen en las catacumbas y, por alguna razón que desconozco, se multiplican cuando los matas. La muerte corporal no importa, PI. Os lo advirtió el Hijo del Otro, ese hombre de Galilea: la muerte que importa es la del alma, PI. Sin embargo, la muerte del alma no es tal. Él os engañó, como siempre. Para el Otro la muerte del alma significa que vendréis a mi, y esto, como comprenderás, me llena de orgullo y satisfacción.
Has olvidado que tu atuendo, tu aspecto, es solo una argucia para atraer a los jovencitos incautos y a los viejos resentidos. “Marketing”, ya sabes. Esa disciplina que tan buenos alumnos, y tantas satisfacciones me ha dado porque la he basado en la insatisfacción permanente. El Otro dice que solo él puede llenar vuestro vacío. Os engaña otra vez. Lo lleno yo colmando todos vuestros deseos, a cambio de… Bien, ya sabes a cambio de qué, PI.
Tan solo recuerda las chaquetas de pana de mi amigo Felipe González: venían a ser como tu coleta
No quiero extenderme. Tan solo recuerda las chaquetas de pana de mi amigo Felipe González: venían a ser como tu coleta. Ahora, Felipe –tampoco me gusta su nombre- está con algunos de mis servidores más preparados. Tú también llegarás a ese nivel, pero tienes que volver a tu sutileza inicial, aquella que sacaba de quicio a los ingenuos de Intereconomía y a dos elementos que se debaten entre seguirme o no, Federico y Alejo. Estoy en ello.
Por lo demás, no te impacientes. Tengo que mover con habilidad todas mis fichas. Todos tenéis un papel asignado, incluso ese otro alumno aventajado, Albert. Qué gran idea sugerí a Arcadi y a Boadella para que llamasen a su partido con un nombre que me recordaba tanto a mis queridos Danton y Robespierre.
Por cierto, y termino, prohíbe a los tuyos que hablen de la guillotina. Es también demasiado obvio. El enemigo solo tiene que ver la cuchilla cuando está exactamente sobre su cabeza.
Y distánciate de mis discípulos más bocazas, Maduro, por ejemplo. En cuanto a Verstrynge, le daré también algunas indicaciones porque tuvo un ataque de sinceridad con un listo que se llama Gonzalo Altozano.
Bien, toma nota. Me despido, o no, relativamente, con la cálida cordialidad que me caracteriza.
Sauronio.