Cruda realidad / Al circo progre le quedan dos telediarios

    La buena noticia es que el circo progre (ecologismo, feminismo, ideología de género, comunismo…) tiene poco recorrido. Apuesto lo que quieran a que si Iglesias afianza su poder en España, los feminismos o los grupos LGTB bajarían de volumen hasta desaparecer.

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    Pablo Iglesias, junto a la activista LGTB Beatriz Gimeno, durante la marcha del Orgullo Gay de 2015 en Madrid / Twitter
    Pablo Iglesias, junto a la activista LGTB Beatriz Gimeno, durante la marcha del Orgullo Gay de 2015 en Madrid / Twitter

    El progrerío, la progresía, como quiera usted llamarlo, se presenta como la ‘ideología’ más sólida e invencible de nuestro tiempo. Todas las otras han dado, al menos, algún paso atrás. Pero ese conjunto indigesto de ‘ampliaciones de derechos’ y relativismo moral e intelectual solo conoce una dirección: adelante. De hecho, casi cualquier nuevo intento de ingeniería social es saludado con la advertencia de que «no hay marcha atrás».

    • El liberalismo, que vivió días de vino y rosas con Thatcher, se paró en seco.
    • El fascismo se hundió en una pila de cenizas humeantes de cadáveres.
    • La economía planificada se desechó en casi todo el planeta en la última década del siglo pasado.
    • Pero el ideario progre -ecologismo, feminismo, ideología de género, multiculturalidad, ensalzamiento de la revuelta, rebelión contra cualquier convención y toda esa parafernalia- no conoce reveses desde el final de Segunda Guerra Mundial, ni uno.

    Por eso, puede sonar extraña esta profecía que hago aquí con absoluta certeza: el ‘progresismo’, tal como lo conocemos y sufrimos hoy, tiene los días contados. No soy tan osada como para dar fechas, y quizá podríamos estar a más de una o dos décadas de nuestra liberación, pero el suceso es tan cierto, tan inevitable, como que el sol se pondrá hoy por el Este.

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    Tengo tres razones de peso para hacer este audaz pronóstico.

    La primera, que esta ‘ideología’ es inviable a la larga, lleva directamente a un callejón sin salida civilizacional, es enemiga enconada de la vida, con lo que tendrá que acabar o acabará con la civilización.

    La segunda, que, bajo un disfraz de unidad, fomenta la división en una serie de ‘grupos de víctimas’ que compiten por una cuota de poder y un presupuesto en disminución. Esto llevará a un enfrentamiento caníbal, a muerte, entre las facciones que la componen. Es decir, la progresía, como el ‘ouroboros’ mítico, se devorará a sí misma.

    Y la tercera y probablemente principal es que ninguno de los tres grupos ideológicos de poder de peso hoy en día cree en ella o tiene interés en perpetuarla.

    Un grupo de homosexuales sobre una carroza en el desfile del Orgullo gay de Maspoalomas, 2015 / Youtube
    Un grupo de homosexuales sobre una carroza en el desfile del Orgullo gay de Maspoalomas, 2015 / Youtube

    Empecemos por la primera. ¿Qué tienen en común el divorcio exprés, el ‘matrimonio’ homosexual, el aborto, la mentalidad anticonceptiva, el feminismo radical, la revolución sexual? Que todos son un ataque frontal contra la familia y que todos desincentivan la reproducción, es decir, abocan necesariamente a un ‘invierno demográfico’.

    El progresismo ni sabe ni puede decir «hasta aquí», además, siempre se plantea una nueva batalla, un nuevo ‘derecho’ que avance en la descomposición total de las instituciones que han creado nuestra civilización. Por eso el americano medio aún apenas ha podido hacerse a la idea de que el matrimonio de personas del mismo sexo es la ley de la tierra cuando ya le están pidiendo que acepte que su vecino barbudo y con voz de bajo se llama Leslie y debe dejarle usar el mismo vestuario que sus hijas.

    Es, en definitiva, una forma de locura que conduce al suicidio -en un plazo menor al que pensaba hace unos años- de nuestra civilización, que va a morir en un esperpento de equívocos.

    Las dos veces que hemos citado el progrerío como ‘ideología’ hemos procurado encuadrarlo entre comillas simples porque, efectivamente, no es tanto una ideología como un conjunto de tribus de autodesignadas víctimas, cada una con su propia reivindicación -léase, derecho a un pedazo de la tarta-, sin otra cosa en común que el esquema marxista de opresores y oprimidos.

    Y empieza a notarse, en un juego a la carta más alta en el que los valores cambian con las modas ideológicas.

    En la disputa entre un negro y una blanca, ¿quién gana? ¿ella por ser mujer o él por ser heredero de generaciones de esclavos?

    En la disputa entre un negro y una blanca, ¿quién gana? ¿Ella por ser mujer y, por tanto, sujeto oprimido por el patriarcado, o él por ser negro y, por tanto, heredero de generaciones de esclavos?

    Si un grupo de Inuit -antes, esquimales- caza una orca, ¿qué es más progresistamente virtuoso, prohibirlo porque las orcas son un animal protegido y todos amamos a Gaia y el ser humano es el cáncer del planeta? ¿O permitirlo porque forma parte de sus costumbres y el explotador hombre blanco no es quién para cuestionar las tradiciones ancestrales del pueblo que ha expoliado?

    A la larga, los grupos chocan y acabarán dejando de unirse contra el supuesto explotador -el varón occidental heterosexual- para devorarse entre sí. De hecho, ya andan a la gresca: las primeras protestas contra las medidas que obligan a los locales públicos a admitir varones biológicos que se creen mujeres en los baños y vestuarios femeninos tiene a no pocas feministas en pie de guerra. Y la frialdad entre grupos de activistas negros y defensores del LGBT es sobradamente conocida, aunque se disimule cuanto se puede.

    Miembros del grupo terrorista Estado Islámico/ YouTube
    Miembros del grupo terrorista Estado Islámico/ YouTube

    Por último, la progresía es insostenible porque ninguno de los tres grupos ideológicos de poder creen en ella ni tienen especial intención de mantenerla.

    El primero, en rápida disminución y retirada, está constituido por quienes aún mantienen un aprecio por la civilización y las verdades eternas. Lo llamaría ‘derecha’, sino fuera porque esa palabra está secuestrada por partidos nihilistas como el PP, que no se dejan ganar en progresismo por nadie. Estos que digo son prácticamente invisibles, opinan a la defensiva, ven reducirse sus filas y están virtualmente exilados del debate público. Carecen de partidos y tienen en contra a gobiernos, organizaciones internacionales, instituciones financieras, multinacionales y grandes medios de comunicación. Buscan refugio en Internet, en sitios como Actuall.

    El segundo está formado por los partidarios de la utopía socialista. Estos son los que han creado, controlan, alimentan e imponen al resto del espectro político el ‘progrerío’, razón por la que los grupos de feministas no defienden a las mujeres de derechas, los activistas antirracismo ignoran a los negros conservadores o las organizaciones de gays y lesbianas abominan de los gays y lesbianas que se niegan a ser de izquierdas.

    Por último, están los de fuera, los que esperan a nuestras puertas, especialmente el Islam. Estos han firmado tácitamente un pacto de no agresión antinatura con la izquierda para acabar con el enemigo común, la cultura cristiana occidental. Como en el pacto Ribbentrop-Molotov, son en realidad enemigos jurados y cada uno está seguro de aplastar al otro o domarle cuando llegue el momento. Yo, personalmente, apuesto por el Islam.

    Y ninguno de estos grupos tiene interés en conservar el progresismo. El primero tiene una amplia facción, quizá mayoritaria, que lo acepta a regañadientes, como algo inevitable, pero no va a defenderlo en solitario, en ningún caso. Y el Islam -o cualquier otra cultura del Tercer Mundo que pueda imponerse- lo aborrece con odio teológico.

    Pero el caso más interesante es el de los creadores del invento, la izquierda radical. ¿Por qué habrían de eliminar su propia creación, que defienden con tanto ahínco y que ha triunfado de forma tan arrolladora, una vez alcanzada su meta definitiva?

    Si Podemos afianzara su poder en España, Pablo se nos haría patriota y los grupos LGTB bajarían de volumen hasta desaparecer

    Pues por eso, porque es solo una herramienta, un ácido para desactivar las defensas de la civilización, como los belicistas soviéticos crearon y fomentaron el movimiento pacifista internacional. La prueba de lo que digo está a la vista: ¿era antipatriota la Unión Soviética de Stalin, o permitía insultos a la patria? ¿Había muchos gays reivindicando derechos con Mao? ¿Cuántos perroflautas hay en Corea del Norte?

    El escenario quizá se juzgue improbable -personalmente, espero de corazón que lo sea-, pero si Podemos lograra afianzar su poder en España, apuesto doble contra sencillo que Pablo se nos haría patriota, que las marchas de indignados se iban a terminar y que las reivindicaciones feministas o de los grupos LGTB bajarían de volumen hasta desaparecer.

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