
Cada cual puede pensar de VOX lo que le dé la gana, faltaría más, pero hace falta estar sumergido hasta el occipucio en una cultura enferma para ponerlos al nivel de ETA, e incluso por debajo de sus restos. Y, sin embargo, eso es lo que se está haciendo con motivo del acto por España en Alsasua en el que participaron Ciudadanos y VOX.
Alsasua y su epílogo es, en realidad, la perfecta radiografía de una sociedad profundamente enferma. La reacción del PSOE solo puede definirse de vil, y un caso especialmente triste es el del ministro de Interior, el juez Grande-Marlaska, cuyo nombramiento fue aplaudido por tantos que admirábamos la valentía con la que se había enfrentado en su día a las amenazas abertzales.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraEn entrevista con la cadena COPE, Marlaska ha denunciado que el contexto que se vive en Alsasua, donde se condenó a ocho jóvenes por agredir a dos guardias civiles y sus parejas, hace que el acto no fuera la mejor manera de reivindicar al cuerpo en Navarra. “Quizás para defender a la Guardia Civil se pueden plantear acciones que no conlleven la posibilidad de crispación o incidentes”, ha explicado, sugiriendo que se realicen acciones “en otro formato”. Y añade: “Todo el mundo tenía el derecho a manifestarse, pero no se puede obviar que había una alta probabilidad de que los incidentes que ocurrieron pasaran”, ha señalado.
Analicemos cuidadosamente lo que está diciendo el ministro del Interior. Marlaska está admitiendo que hay una parte del país que gobierna donde defender su nombre mismo y a un cuerpo de las fuerzas de seguridad es causa más que probable de disturbios violentos.
Hace tanto tiempo que vivimos esta situación anómala que hemos perdido toda sensibilidad para advertir su gravedad y alcance. Es comprar en bloque la narrativa nacionalista, exactamente igual que se hace en Cataluña: el País Vasco -como Cataluña- no es realmente España, es otro país, y nuestra policía, que es solo eso en el resto del territorio, es allí una fuerza de ocupación.
«La vergonzosa respuesta del partido en el poder a los sucesos de Alsasua ponen de manifiesto esa situación enfermiza de la que, por lo visto, lo sensato es no hablar»
Ahora bien, si uno compra esa narrativa, la consecuencia obvia para cualquier persona decente es retirarse de allí tan deprisa como se pueda y darles la independencia, porque estamos ocupando esos territorios ilegítimamente. Pero si se rechaza ese relato, si se cree que ese territorio es tan español como Burgos o Madrid, entonces es obligatorio y urgente contrarrestar la violencia y la mentira.
Porque si la primera deducción lógica de las palabras del ministro -¡del Interior!- es que se está reconociendo esa terrible anomalía que ningún Estado sobre la tierra puede mantener mucho tiempo sin quebrarse, la segunda es que es más grave plantarle cara al mal que enfrentarse a él. Cualquier gobierno decente, ante los sucesos de Alsasua, se pondría inequívocamente del lado de los manifestantes, con independencia de su ideología o posicionamiento electoral y se sentiría avergonzado de que en un solo metro cuadrado de España sea tabú su nombre y resulte un riesgo defender a la Guardia Civil.
Mutatis mutandis, es lo que estamos viendo en países vecinos con las famosas no go zones, barrios y a veces ciudades enteras tomadas por bandas de inmigrantes de primera, segunda y hasta tercera generación que se niegan a pertenecer a la nación que les acoge y donde la autoridad del Estado está ausente.
«Dejar que el problema crezca y se pudra es la mayor vileza que pueden cometer nuestras autoridades»
Aunque en nuestro país solo ahora empezamos a alimentar esas ‘zonas prohibidas’ producto de una política de inmigración descerebrada, tenemos un trasunto de no go zones en las comunidades autónomas cuyas autoridades han decidido tácita o expresamente que no son parte de España.
Las declaraciones de Marlaska y, en general, la vergonzosa respuesta del partido en el poder a los sucesos de Alsasua ponen de manifiesto esa situación enfermiza de la que, por lo visto, lo sensato es no hablar, como en esas familias en las que nunca se nombra una situación patológica o un pariente calavera.
Es pensamiento mágico, o darle otra patada a la lata, eso de pensar que los problemas desaparecerán si uno hace como que no existen. En la democracia de partidos, sin embargo, tiene sentido, aunque sea un sentido siniestro: enfrentarse al problema puede llevar a pérdida de votos y, sin duda, a pérdida de apoyos parlamentario, con lo que es racional ignorar el problema y esperar que cuando estalle, lo haga en la cara del rival.
Lo he dicho otras veces: si al PSOE o al PP les parece tan terrible la ‘amenaza populista’ de VOX, lo tiene muy fácil para neutralizarlo. Basta que sean los partidos mayoritarios los que se manifiesten sin miedo en el País Vasco o en Cataluña, los que actúen de forma que el resto de los españoles advirtamos que, para nuestros gobernantes, estos dos territorio son tan españoles como cualquier otro, y que no se va a consentir en ellos que la ley española sea burlada y el nombre de España, proscrito.
No hacerlo así equivale, como he dicho antes, a reconocer que los nacionalistas tienen razón, en cuyo caso lo único que puede hacerse es iniciar un proceso de independencia en ambos territorios de cuya españolidad el propio Gobierno demuestra dudar. Pero dejar que el problema crezca y se pudra es la mayor vileza que pueden cometer nuestras autoridades, las que llevan décadas cometiendo, por las que serán duramente juzgados por la Historia y, esperamos, por los propios votantes.