Cruda realidad / Barcelona y la burbuja occidental

    Ya sé, ya sé: no todos los musulmanes son terroristas. Solo faltaba: son mil millones. Pero es sospechoso que se intente hurtar de modo tan torpe lo que todos acabamos sabiendo y viendo: que si no todos los musulmanes son terroristas, lo inverso se acerca bastante más a la verdad.

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    Cientos de ciudadanos dejan flores y velas encendidas en La Rambla de Barcelona / EFE

    El jueves pasado el terrorismo islamista golpeó de modo brutal en Barcelona, aunque es probable que esa palabra, ‘islamista’, no la lea en su diario habitual ni la oiga en los noticieros. Para qué, si ni siquiera el presidente del Gobierno se atreve a ponerle nombre al horror, o aún el propio Rey de España.

    Sí, estamos todos unidos contra el terror, que es como estarlo contra los tanques. Uno lee portadas como la de El País del día siguiente del ataque (‘Matanza terrorista en La Rambla de Barcelona’) y se pregunta si en 1939 hubiera titulado ‘Tanques invaden Polonia’. #NoTodosLosAlemanes, ya saben, hubiera sido un buen ‘hashtag’.

    Algunas personas creen que La Sexta da información.

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    Ya sé, ya sé: no todos los musulmanes son terroristas. Solo faltaba: son mil millones. Pero es, cuando menos, sospechoso que se intente hurtar de modo tan torpe y pueril lo que, al fin, todos acabamos sabiendo y viendo: que si, faltaría más, no todos los musulmanes son terroristas, lo inverso se acerca bastante más a la verdad. Y no que dé la casualidad de que pertenezcan a esa religión, sino que pretenden actuar en su nombre.

    ¿Qué creen nuestros mandarines, que si reconocen que hay cierto problema con la interpretación del Islam por algunos individuos vamos a lanzarnos a quemar kebabs? Y si esa es la idea que tienen de nosotros, ¿por qué nos dejan votar?

    Velitas de Ikea 

    Las élites occidentales están empeñadas en una guerra para impedir que veamos lo que tenemos delante de las narices o, al menos, que atemos cabos. Nos venden un montón de basura en forma de consignas que no solo son antiintuitivas, sino perfectamente idiotas, como esa del primer ministro canadiense Justin Trudeau -verdadero ‘poster boy’ del buenismo postmoderno– según la cual, si matas a tus enemigos, ellos han vencido.

    Ahora, entiendo que puede haber muy nobles y buenas razones para no hacerlo, pero, desde luego, si matas a tus enemigos has vencido, como ha sabido cualquier pueblo desde que la Humanidad se irguió en la sabana. No sé qué hubiera sido de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial con esa filosofía.

    El mismo tipo de ataque se repite en Europa con una letal monotonía y seguimos respondiendo con idénticos gestos vacíos y apelaciones sentimentales

    El mismo tipo de ataque se repite desde hace años en Europa con una letal monotonía y seguimos respondiendo con idénticos gestos vacíos y apelaciones sentimentales, como si hacer algo efectivo por nuestra supervivencia fuera el pecado imperdonable. Leo que, un día después, ha habido otro ataque en Finlandia. Pero, ya saben, no podrán con nosotros; tenemos velitas de Ikea y no nos da miedo usarlas.

    Policías custodian las inmediaciones de la Plaza de Cataluña tras los atentados yihadistas / EFE

    Es una paradoja común que el ‘diversófilo’, el que nos asegura a todas horas que todas las culturas son igualmente válidas (implícitamente, todas superiores a la nuestra) y nos anima a aprender de las otras sea a menudo el que se quede en el detalle folclórico e ignore las diferencias reales. Es decir, es la última floración de un supremacismo occidental con el agravante de ser inconsciente.

    Un chico de Torrelodones

    Es supremacismo occidental en el sentido de que, inconscientemente, piensa que los valores occidentales, los que hemos desarrollado a lo largo de milenios, son en realidad universales, que todos venimos a tener por buenas y deseables las mismas cosas y, en el fondo, todos pensamos igual. Si eso no es imperialismo intelectual, no sé cómo llamarlo.

    Lejos de ser esos seres abiertos a otras culturas y otras mentalidades, sospecho que nunca ha habido una sociedad más solipsista, más cerrada a todo lo que no sea ella misma. Oh, sí, nos encanta veranear en sitios exóticos («tía, tenías que ver a los pobres de Calcuta, tía; son tan felices…»), comer en un etíope y asistir a un espectáculo de danzas senegalesas, pero no hay más.

    ¿Creen que van a darnos las gracias, a dejar de atacar porque nos ven ‘buenos’? Lo que ven no es buena voluntad, sino miedo y debilidad y eso excita al enemigo a redoblar sus ataques

    Nuestra pasión multicultural no va más allá que cualquiera de nuestras pasiones enlatadas y procesadas como cualesquiera otros productos de consumo, sin ahondar jamás sobre qué mueve a esa gente, qué piensa, qué valora… Y qué distintos son a nosotros en tantas cosas esenciales para la vida social.

    Por ejemplo, esa idea de responder a cada ataque con nuevas concesiones. ¿Creen que van a darnos las gracias, a dejar de atacar porque nos ven ‘buenos’? No, no es así como se interpretan las cosas en la mayor parte del planeta. Lo que ven no es buena voluntad, sino miedo, cobardía y debilidad y eso, de siempre, ha excitado al enemigo a redoblar sus ataques, no a rendirse.

    Vivimos en una cámara de eco, imaginando que el mundo fuera de Occidente son extras de nuestra grandiosa superproducción, a los que podemos dar el papel de luchadores antiimperialistas o siniestros yijadistas según nuestra preocupación del momento o nuestro sesgo ideológico, pero en la idea de que, en el fondo, debajo de cada pastor del Waziristán late un chico de Torrelodones pugnando por salir, y no.

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