Cruda realidad /  Fernando Savater defiende la Restauración

    Fernando Savater es uno de los 'pensadores populares' de la derecha 'civilizada', especialmente porque no es de derechas. Acaba de hacer una defensa del sistema socialdemócrata de Occidente (que incluye al ‘PPSOE’) frente a los populismos. ¿Tiene razón? Veamos.

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    Fernando Savater / EFE
    Fernando Savater / EFE

    La derecha al uso, la que supuestamente manda en España en este momento y se bate el cobre en las elecciones occidentales desde hace medio siglo, se siente ilegítima y por eso no se cree del todo lo que dice hasta que un ‘progresista’ les da en algo la razón.

    Y Savater es ese progresista razonante y razonable que entona un amable «no es esto, no es esto» ante la deriva enloquecida de la progresía y que, sobre todo, se ha ganado a los conservadores  con su postura valiente frente a ETA.

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    A mí leerle me gusta y me duele, no tanto porque crea que le asiste la razón por cuanto encapsula con acierto todo lo que ha representado el ‘consenso’ durante más años de los que tengo en Occidente, ese intento de ‘tabula rasa’ incruenta de economía social y liberalismo político conocido como ‘socialdemocracia’, y no puedo dejar de sentir cierta nostalgia al leer la defensa que hace del añoso sistema en una reciente tribuna en -cómo no- El País,Recapitulación‘.

    Lamenta don Fernando que últimamente se ponga en duda la vigencia del sistema democrático, dudas que parten, aunque no lo haga explícito, de sus propios filas, ya que los ejemplos que pone del ‘voto equivocado’ son, precisamente, el ‘Brexit’ y Trump, es decir, las dos bestias negras más recientes del consenso.

    Si existen urnas y toda la parafernalia del voto pero solo hay una opción, eso tiene un nombre, pero no es precisamente democracia

    El razonamiento de Savater roza lo contradictorio. En una democracia es el pueblo el que decide entre un abanico lo más amplio posible de opciones, de formas de gobernar. Si existen urnas y toda la parafernalia del voto pero solo hay una opción, eso tiene un nombre, pero no es precisamente democracia.

    Y, sin embargo, algo de eso hemos denunciado en estas mismas páginas, la idea de que el bipartidismo al uso desde hace medio siglo en Occidente enmascara en realidad una única opción, de forma que votando al PSOE o al PP -a republicanos o demócratas; al SPD o la CDU, a Conservadores o Laboristas- se obtienen medidas idénticas.

    Es, como cualquier otra tesis, discutible. Lo que no podía imaginar es que desde el otro lado me dieran la razón  de forma tan contundente y por parte de pluma tan autorizada y prestigiosa. Comenta Savater en la tribuna citada que «hace sonreir el cabreo de quienes reprochan a los gobernantes de derechas, los “liberales”, ser también socialdemócratas…¡como si pudieran ser otra cosa!».

    Y, si no se puede ser otra cosa, ¿qué importancia tiene qué partido gane las elecciones? ¿Qué importancia tienen, de hecho, las elecciones?

    Toda la primera parte del texto, dos tercios a ojo, la dedica a ensalzar la democracia, es decir, la elección por el pueblo de la forma de gobierno… Para acabar diciendo que solo hay una forma de gobierno posible.

    Afirma que «cuando preguntemos a un europeo cuál es su filiación política, si es sincero responderá: “Soy socialdemócrata… como todo el mundo”. Porque la socialdemocracia es hoy la ideología política que mejor expresa ese doble carácter que Paul Thibaud ha llamado “socio-liberalismo” y que ha sido hasta ahora, al menos desde la II Guerra Mundial, el substrato ideal sobre el que se sostiene el sistema democrático». Oh, estupendo, qué alivio no tener que decidir.

    Lo que en realidad parece estar defendiendo Savater es el modelo de la Restauración, una alternancia pacífica de dos partidos, ninguno de los cuales va a poner en peligro el sistema ni a legislar de un modo sustancialmente distinto del otro, al tiempo que se mantienen ‘las formas’, el ritual democrático, dando al común la ilusión de que está eligiendo cómo se le gobierna.

    No se lo reprocho. En política, como en cualquier otra cosa, la gente tiene opiniones sustantivas,  quiere esto y no esto otro, antes que ideas sobre cómo decidirlas, y ‘democracia’ solo designa un método, no una sustancia.

    Si Savater cree que el consenso socialdemócrata es la cúspide del pensamiento político, hace bien en defenderlo e incluso rechazar que la gente pueda optar por otro.

    La pega que puedo ponerle a este texto es que, para entender la crisis de este modelo ‘definitivo’, Savater se limita a echar balones fuera. «En un mundo de votantes que se informan casi exclusivamente por Internet, que no leen prensa ni mucho menos libros, que aprecian lo chocante o truculento mas que las argumentaciones trabajadas sobre temas que de cualquier manera desconocen, que disfrutan con los histriones y se aburren con quienes miden sus palabras…», dice.

    Porque, naturalmente, en Internet -donde, casualmente, he leído su artículo- solo hay morralla, mientras que la prensa es el notario infalible e imparcial de todo lo que ocurre. ¿En qué universo paralelo vive Savater si se cree eso?

    ¿Cuándo se ha atendido más a «argumentaciones trabajadas» que a «lo chocante o truculento», si el mismo periódico en el que escribe, cuando quiere que se introduzca una nueva medida de ingeniería social recurre invariablemente a «lo chocante o truculento» -el caso lacrimógeno, la foto conmovedora- en vez de fiarlo todo a «agumentaciones trabajadas»?

    Internet no añade nada a la irracionalidad política, meramente permite elegir entre irracionalidades, si se quiere. Una solo tiene que observar una campaña electoral previa a Internet para advertir que no es a las neuronas del votante a donde se dirige el mensaje de los partidos.

    La pluralidad de opiniones de la que habla el filósofo es, en realidad, una pluralidad de tendencias dentro de una misma opinión, de tonos en un mismo color

    O también, en una línea parecida dice Savater: «El gran adversario de la socialdemocracia no es quien la modula según las circunstancias históricas (no hay unas tablas de la ley socialdemócratas, como las hay contra las leyes entre los populismos) sino el abandono de la educación que, junto con la justicia partidista, anulan a los ciudadanos que mejor podrían desarrollarla».

    Pero en la sociedad abierta que defiende Savater no puede haber una única opinión, un único dogma, esa es la «gracia». Siendo así, ¿qué quiere decir que su abandono puede evitarse con «educación», salvo que se esté refiriendo a un adoctrinamiento que refuta su apertura y pluralidad?

    Lo cierto es que la sociedad abierta de la que habla es un mito no menor que la Atlántida. La pluralidad de opiniones es, en realidad, una pluralidad de tendencias dentro de una misma opinión, de tonos en un mismo color. Mientras ha sido así, mientras ha funcionado esta opinión dominante, el pueblo la ha respaldado.

    Pero el problema es que todo vacío acaba llenándose y toda neutralidad acaba derrotada por un bando, a la larga. La socialdemocracia decretó que no hay tribus, sino individuos. Y ahora su peligro no es la ‘falta de educación’, sino la existencia de tribus muy reales que, precisamente por creer en sí mismas, pueden frustrar el sistema valiéndose de sus propios mecanismos.

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