Cruda realidad / Podemos y el indiscreto encanto de la destrucción

    La película V de Vendetta y la destrucción final del Parlamento es el guión del pensamiento revolucionario. No se trata de construir sino de hacer volar el orden existente. Y esa es –sospecho- la clave no racional de populismos como el de Pablo Iglesias.

    0
    Pablo Iglesias y Guy Fowkes, protagonista V de Vendetta

    Podemos ha presentado su programa con formato de catálogo de Ikea y todo el consenso de economistas serios coincide en que es un disparate, que las cuentas no salen, se pongan como se pongan. Su líder, Pablo Iglesias, ha quedado expuesto en las redes y en los medios en tantas y tan flagrantes contradicciones que en cualquier otro escenario le hubieran supuesto, no ya la pérdida de votos, sino la retirada total del grupo de la vida política.

    Incluso el electorado ha podido comprobar cómo podemitas y asimilados, una vez desembarcados en los ayuntamientos de las grandes ciudades, se han dado una prisa infame en cometer las tropelías que denunciaban en los otros, los de siempre, con singular descaro.

    Algunas personas creen que La Sexta da información.

    Suscríbete a Actuall y así no caerás nunca en la tentación.

    Suscríbete ahora

    Y, sin embargo, lejos de perder seguidores, si hemos de hacer caso a las encuestas, los ganan.

    En principio, tratándose de una democracia razonablemente próspera, pacífica y avanzada como la nuestra, se diría que el avance de Podemos es un misterio.

    Lo importante no es lo que venga después de la catarsis final, lo que importa es la destrucción, tan aparatosa como en un videojuego

    ¿Han visto ‘V de Vendetta’? No se lo aconsejo, es un disparate infantil de cabo a rabo, aunque se convirtiera en una película de culto hasta el punto de que la célebre máscara de Guy Fawkes que lleva su protagonista -y, al final, la masa anónima de ‘rebeldes’- pasó a ser el símbolo de ese grupo de hackers ‘justicieros’, Anonymous, y es protagonista habitual de las marchas radicales secuela del 15-M.

    Toda la película es significativa de los delirios y las confusas pulsiones que mueven a nuestra izquierda radical, pero tengo para mí que el símbolo perfecto está en la escena final: los rebeldes hacen estallar el Parlamento de Londres en medio de fuegos artificiales ante la mirada de miles de rebeldes que observan extáticos tras sus máscaras, una explosión que parece no terminar nunca. Pero termina y, con ella, la película.

    Y en esa escena, en esa loa a la destrucción pura y dura, a ese éxtasis de explosiones, creo ver la cifra, la clave no racional del pensamiento revolucionario. Toda la cinta ha estado pintando un gobierno fascista de caricatura, el régimen derechista de opereta, con vertiente eclesial y todo, al que todo revoltoso sueña con enfrentarse. Y al final vencen los rebeldes destruyendo el Parlamento. Fin.

    Ni la menor insinuación de lo que pueda venir después, ni unas imágenes difuminadas, ni la sugerencia de una transicion o un relevo: lo que importa es la destrucción, tan aparatosa como en un videojuego.

    Es algo que está en la izquierda desde Marx. El pensador alemán dedicó muchísimo espacio -la parte del león de ese mamotreto infumable que es El Capitala describir las contradicciones del capitalismo y otro tanto a explicar cómo se produciría su caída, seguida de la dictadura del proletariado y, finalmente, la sociedad sin clases.

    Pero a esta última apenas le dedica unas páginas apresuradas y vagas, como si aquello a lo que nos encamina la historia y que se supone es la sociedad ideal meta de todos los esfuerzos revolucionarios no tuviera demasiada importancia.

    Y esa es la cosa, que no la tiene. Y ése es el muro con el que chocan todos los que tratan de poner delante de los ojos a los podemitas la realidad de Venezuela, país tenido por paraíso revolucionario por los líderes de Podemos, o Grecia, a cuya coalición gobernante, Syriza, han calcado tantas medidas fallidas de su programa inicial.

    Eso es una apelación a la razón y aquí se trata de emociones, como no se cansa de repetir el estratega de Podemos, Íñigo Errejon, y como prueba la ‘carta de Espinete’ dirigida por la organización a los potenciales votantes.

    Eche un vistazo a los podemitas que conozca o que pueda ver en marchas y manifestaciones. ¿Le parece que es el tipo de persona que estaría a gusto en la URSS de Brezhnev, en la Cuba de hoy? No me refiero a su miseria u opresión aquí, meramente a su orden, al aburrimiento de la vida regulada y regimentada, a los días siempre iguales.

    Podemos huye de hablar de Venezuela o Grecia, cuando no se cansó en su día de reivindicarlas

    Podemos huye de hablar de Venezuela o Grecia, cuando no se cansó en su día de reivindicarlas, porque son un fracaso, de acuerdo. Pero no solo. Tengo para mí que tampoco hablarían de ellas demasiado aunque fueran un éxito mediano, razonable pero, al fin, real y aburrido. Porque lo divertido en ambos casos era el proceso revolucionario, las marchas, las banderas, el entusiasmo… Y la destrucción.

    Una recuerda bien los comentarios de las enormes marchas con vela incluida en la Plaza Syntagma, con enfrentamientos con la policía incluidos. “Aquí se está haciendo historia”; “en Syntagma se está construyendo el futuro de Grecia”. Pero, como se le ocurre al menos avisado, en una marcha no se construye nada.

    No tengo muchas esperanzas en darle la vuelta a una mitología cuyo atractivo se ha construido pacientemente desde los institutos, las universidades y la cultura durante generaciones, pero tengo muy claro que oponer un mensaje meramente racional a un entusiasmo emocional no va a funcionar.

    Comentarios

    Comentarios