Hay hasta una señora o señorita cuya existencia ignoraba felizmente hasta la fecha, Verónica Pérez, que insiste en que es ella la única que manda ahora en el viejo partido.
La cosa me recuerda a una novela de Wenceslao Fernández Flórez donde estalla una revolución en una ciudad y se hace alcalde el primero que llega al ayuntamiento y sale al balcón.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraUna se pregunta a qué tanta porfía, cuando el PSOE y el PP podrían llevar ya desde las pasadas Navidades gobernando en amor y compaña. Ya hemos dicho en otras ocasiones que el PSOE no tiene mejor socio que el PP, que con mayoría absoluta tuvo a bien respetar todas y cada una de las leyes aprobadas por Zapatero y contra las que votaron indignados en su día. Aquí, la izquierda gobierna y la derecha administra, todo lo más.
Son dos hermanos, el PP más sosito y parado, timorato y serio, y otro más vivalavirgen, simpaticón y caradura, el PSOE
Quizá en eso esté el quid de la cuestión, la razón del empecinamiento de Sánchez, que no es otro que el pánico comprensible a que todos le veamos las vergüenzas a la partitocracia y, contemplándoles juntos, comprobemos que son gemelos que se han repartido los papeles como buenos hermanos.
Hay un hermano, el PP, más sosito y parado, timorato y serio, y otro más vivalavirgen, simpaticón y caradura, el PSOE.
El PP envidia en secreto al PSOE su desparpajo deslenguado y su don de gentes, y le imita con descaro; el PSOE confía en que el PP recoja sus estropicios ocasionales y, sobre todo, mantenga con su presencia, más de orden, la farsa que han montado.
Porque los dos hermanos opinan, en el fondo, más o menos lo mismo y gobiernan bastante igual aunque finjan en el escenario llevarse como el perro y el gato. Cualquiera que haya visto juntos y lejos de las cámaras, en una circunstancia ajena a las lides de partido, a dos políticos, uno socialista y otro ‘pepero’, habrá visto cómo confraternizan alegremente, mejor o peor según sea su química personal, pero siempre sin hostilidad, como lo harían dos médicos de hospitales rivales o dos abogados de despachos en competencia.
Son del gremio, están en A como podían estar en B y llevan mucho tiempo alternando juntos. Pueden, claro, llevarse mal. Pero rara vez hay odio, mucho menos por enfrentamiento ideológico. Quien quiera ver odio en la vida política, odio africano, odio homicida, lo encontrará más fácilmente entre dos altos cargos de un mismo partido.
El enfrentamiento duro es siempre personal, y por eso es más común en las filas del mismo grupo. La sonrisa de triunfo que pudo verse ayer en la cara de Eva Matarín, la gran defensora de Tomás Gómez, no es probable que tuviera mucho que ver con la gobernabilidad de España. A Tomás Gómez le defenestró en su día Pedro Sánchez, llegando a mandar que se cambiaran las cerraduras de la Federación Socialista Madrileña para que el ex presidente de la FSM no pudiera entrar. Y ahora la revancha debe de saber a gloria.
Y ese es el gran secreto a voces de nuestra democracia, que entre el PSOE y el PP -y Ciudadanos, no nos engañemos- hay la misma diferencia que entre el Barça y el Madrid. Los dos juegan a lo mismo, cambian de jugadores y de entrenador, representan, en fin, cosas muy similares, pero no se te ocurra decirle a un hincha que son iguales. Te vendrá con matices infinitos, si es que se rebaja a discutir semejante irreverencia, porque lo que hay es tribu, lealtad a unos colores, los ‘míos’ y los ‘otros’. Nada más.
Se tiran los trastos pero están de acuerdo en lo importante: capitalismo keynesiano, intervencionismo en todo y manga ancha en cuestiones de bragueta, que es el modo de destruir ese núcleo de resistencia al poder que es la familia
No es algo exclusivo de nuestro país. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial los dos partidos que en cada país de Occidente se reparten el bacalao juegan a lo mismo, a tirarse los trastos a la cabeza como si fueran el negro y el blanco, cuando en realidad ya se han puesto de acuerdo en todo lo importante: una ideología de ‘fin de la historia’ con un capitalismo keynesiano, creciente intervencionismo en todo y manga cada vez más ancha en cuestiones de bragueta, que es el modo de destruir ese irreductible núcleo de resistencia al poder que es la familia.
Podrían, repito, llevar meses gobernando en perfecta armonía, si no fuera porque se les vendría abajo el teatrillo. Y el espectáculo debe continuar, aunque sea a costa de que el PSOE, que es la columna vertebral del sistema, coquetee con los antisistema y vuelva a la pana que popularizó González y al discurso de «los descamisados» con el que tantos éxitos cosechó en su día Alfonso Guerra.
Eso, y el hecho de que, una vez profesionalizada y desideologizada la política, lo que quedan son los egos y la ambición desnuda.
Y Sánchez ha visto la Moncloa al alcance de la mano y la visión de quedar para siempre en los libros de historia como presidente del Gobierno de España, aunque sea una semana, ha sido demasiado fuerte para una personalidad, nos tememos, no demasiado sólida.