
Qué despiporre de imágenes, qué avalancha en el surtidor del ojo, qué géiser de maldades, qué chorreo por elevación hacia lo más bajo me sobrevino al imaginar –y no ver, para poder creérmelo– a Carolina Bescansa dando el pecho a su bebé en el escaño del Congreso el primer día de sesiones. Ejercicio postural del meollo de eso que llaman la “nueva política”. Diputados exhibiéndose en bicicletas por el Congreso, una diputada amamantando a su bebé en el escaño, como ya hicieran las eurodiputadas Hanne Dahl y Licia Ronzulli en el Parlamento Europeo. Sudor y leche para representar el asalto al cuerpo, la última frontera de la voluntad de poder. No más sangre, no más lágrimas: la nueva política como modalidad del costumbrismo. Caricatura del pueblo, para el pueblo, pero sin el pueblo. Transpiración y lactancia. El Parlamento como una nueva casa cuna, con su olor a humanidad y bebés llorando a la hora de comer.
Fluidos y humores corporales contra el espíritu de las leyes y su adusta formalidad. Nunca más la separación. Nunca más lo legislativo, lo ejecutivo y lo judicial. Abolición de toda separación. Lo político y lo no político, la forma y la naturaleza, el texto y el cuerpo, la liturgia y el instinto, lo público y la intimidad, todo es política en el tiempo de la post política. Adiós, Montesquieu. Hola, Foucault. Nunca más el decoro.
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Suscríbete ahoraCuando la calle entra en un Parlamento, la democracia acaba saltando tarde o temprano por la ventana
No hay nada menos auténtico que la naturalidad desquiciada –fuera del quicio– de eso que llaman la calle entrando en el Parlamento. Cuando la calle entra en un Parlamento, la democracia acaba saltando tarde o temprano por la ventana.
El parlamentarismo, como todos los códigos altamente formalizados de una sociedad civilizada, es el resultado de una lenta evolución. Sus códigos son los que son, y no otros, porque así es como protegen al pueblo de sí mismo, de sus peores instintos. También sirven para limitar el poder: las formas son el pacto no escrito entre la calle y los políticos para que estos no se extralimiten. La exhibición de Carolina Bescansa amamantando a su hijo transmite lo contrario: no hay nada de la vida de la gente que escape al poder de los políticos. Si ellos dan ejemplo haciendo política con su cuerpo, ¿qué no serán capaces de hacer para practicarla con el tuyo?
Las formas son necesarias porque representan lo contrario del estado de naturaleza. En toda formalización de la autoridad, hay una codificación inteligente de significados que el poder tiende a preservar de la violencia de la turba. Desde Hobbes para acá sabemos que todo Estado es, en esencia, un complejo Leviatán formalista que tiene un único propósito: dejar atrás la espontaneidad, disuadir al pueblo de darle rienda suelta. En una democracia representativa, el rígido formalismo parlamentario es además una garantía de que la voluntad del pueblo se expresa lo más lejos posible de los cambios de humor y el ruido de la calle.
Cuando, en una ocasión, le preguntaron al Papa Ratzinger por qué le daba tanta importancia a la liturgia –el rigor litúrgico es uno de los pilares de su pensamiento, junto al diálogo fe-razón–, el Papa sabio vino a responder –cito de memoria, tratando de ser fiel a la idea– que la liturgia es la forma que tiene la Iglesia de llevar a cabo su misión universal, el arcón que preserva el mensaje de Jesús a toda la Humanidad.
Nada es tan sospechoso como un código que se proclama a sí mismo a gritos
Si lo que pretende Podemos es restaurar la confianza en los políticos, la actuación de Carolina Bescansa solo conseguirá que la gente sospeche aún más de sus representantes, precisamente porque la diputada no ha podido disimular la voluntad de que su gesto sea un símbolo, una representación, un teatro. Nada es tan sospechoso como un código que se proclama a sí mismo a gritos. Convertir el Parlamento en una caricatura de la calle probablemente hará que la calle responda a la larga con una caricatura aún más cruel de los políticos. No es subvirtiendo las viejas formas con un pecho al aire –como el personaje de la libertad guiando al pueblo, en el célebre cuadro de Delacroix–, sino, por el contrario, haciéndolas aún más estrictas, como la democracia parlamentaria volverá a seleccionar a los mejores y recuperará su autoridad.
Ya puestos a dar el do de pecho, que fluya por todos los vasos eso que nutre y blanquea las comisuras, directamente de la ubre y sin pasteurizar. Se me ocurre un montón de titulares para la crónica parlamentaria del día: “Vivir de la teta del Estado”; “A mamar, a mamar, que la legislatura se va a acabar”; “Ubres borrascosas”; “Teta de novata”; “Chupemos todos, y yo el primero, por la senda constitucional”; “A lo hecho, pecho”; “No nos representan, pero nos alimentan”; “Toma del frasco, Mariano”; “Central lechera soberana”,… y no sigo, que me pierdo. Para una vez en mi vida que veo una teta, va y es de Podemos.