El nacionalismo: unidos para desunir

    La supuesta unidad de muchos tiene como objetivo la desunión, la separación, la ruptura con los otros. Claramente el nacionalismo es un mal moral; es decir, simplemente, se trata ni más ni menos de un mal, de 'el mal'.

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    El nacionalismo vasco y catalán, unidos en la desunión de España.
    El nacionalismo vasco y catalán, unidos en la desunión de España.

    En junio del pasado año escribí unas reflexiones sobre el nacionalismo, centrándome en una manifestación del vasco, que no llegué a publicar. Hoy, aun con los matices y diferencias no menores existentes entre los diversos nacionalismos, cuando comienza el juicio del 1-O me ha parecido conveniente rescatarlo porque considero que la “victimización” argumental que los vascos y catalanes independencistas utilizan habitualmente constituye, por encima de una transgresión jurídica, social y política, una conducta inmoral que, además, carece del reproche de los estamentos religiosos que apoyan su reivindicación ante el supuesto derecho de autodeterminación y la necesidad de unas democrática liberación del pueblo.

    Así en el Parlamento Vasco ha sido pactado el preámbulo del borrador del nuevo estatuto vasco entre PNV y EH Bildu, presente en Madrid el gobierno más débil de la democracia española. Con tal motivo se realizó una cadena humana con la participación de unos cien mil nacionalistas vascos, uniendo con sus manos las tres capitales, siguiendo con los modos y simbología del independentismo catalán y de la cadena humana cuyo precedente lo fue entre Durango y Pamplona en el año 2014. Pudiera parecer algo muy sugestivo y base de una legítima reivindicación construida por mucha gente, voluntaria y espontáneamente; es decir, por la representación del auténtico pueblo vasco, pero no es así.

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    La supuesta unidad de muchos tiene como objetivo la desunión, la separación, la ruptura con el/los otros. Se trata de dividir aunque para ello sumen fuerzas partes tan antagónicas como se supone lo son los miembros del PNV de los de EH Bildu, argamasa independencista que les une por encima de sus diferencias, con el objetivo último de la la quiebra de la unidad (argamasa que se puede trasladar a la producida entre convergentes y la CUP). ¿Qué significa esto más allá, incluso, de los importantes análisis que habitualmente hacemos desde una perspectiva estrictamente política? Varios son los aspectos que considero debemos contemplar en nuestra respuesta.

    Las razones del deseo de separación pueden tener una pluralidad de causas, entre ellas la que ahora se llama supremacismo, a caballo entre el racismo y el etnicismo romántico

    En primer lugar, las pretensiones del derecho a decidir, las reivindicaciones nacionalistas, la independencia del lugar -país- al que uno pertenece supone romper una realidad preexistente, romper una unidad, causar una división. Cuando este es el caso -como, con los matices que se quiera, lo son el vasco y el catalán- en un contexto constitucional y democrático como es el de España, supone sin duda causar un mal moral por las consecuencias de su planteamiento y, de llegar a término, de su conclusión; afectando, por tanto, al orden político sí, pero al económico, social y moral, también.

    En segundo término, las razones del deseo de separación pueden tener una pluralidad de causas, entre ellas la que ahora se llama supremacismo, a caballo entre el racismo y el etnicismo romántico, que paradójicamente se plantea en lugares donde hay más libertad política y la dependencia del resto de la Nación es menor; es decir, las partes más ricas y prósperas desean desligarse del lugar donde se ha producido su riqueza mientras que las que carecen de tal bienestar y grado de autonomía (que lógicamente tendrían menos que perder) no plantean su “emancipación”. De lo que resulta la plena insolidaridad de los ricos.

    Un tercer aspecto a considerar es la inagotable comprensión de la izquierda que a la par que se proclama como universal (constituyendo teóricamente parte de su ADN) se muestra totalmente abierta a las reivindicaciones nacionalistas. Resulta una paradoja incomprensible que la izquierda universalista comparta, entienda y apoye la fragmentación social y el localismo excluyente de un nacionalismo (vasco) que por mostrar ahora su cara más amable no deja, en modo alguno, de serlo. En este contexto hay que señalar algo que a la izquierda política aparentemente no le encaja: la desigualdad. Ya que -dicho claramente- el nacionalismo niega la igualdad, al menos la de los “otros” ya que se basa en la desigualdad, en la diferencia (supuesta o real) con los demás lo que se articula a través del derecho a la autodeterminación; y, en última instancia a su aspiración de particular y superior identidad. Obviamente, quien pasa a formar parte de las filas nacionalistas no sólo comparte un estatus de igualdad con el resto de sus correligionarios sino que, aunque fuera un ciudadano indeseable o sin mérito alguno, esa pertenencia le enaltece, le libera de sus limitaciones y le eleva a categoría superior del grupo nacionalista al que se ha unido.

    Esta especie de transmutación alquímica la hemos visto en las calles vascas con inmigrantes o jóvenes marginados o violentos que ante la presión de su descalificación como “maquetos” o “españoles” abrazaron los ideales abertzales, cuando no participaron activamente en la kale-borroka. Con ello se han convertido en auténticos nacionalistas, prohombres de la causa a quienes se les ha perdonado su pecado original.

    ¿Es imaginable que sin el terrorismo el nacionalismo vasco tuviera la presencia, el poder y la influencia que tiene?

    Si hemos acusado al nacionalismo, en general, de insolidario en el caso vasco se acrecienta tal dimensión cuando comprobamos su escasa preocupación por establecer mecanismos efectivos de participación en el ejercicio del pretendido derecho a decidir de aquellas decenas de miles de vascos que como consecuencia del terrorismo de ETA tuvieron que hacer la maleta, huir de su tierra, de su trabajo y, a veces, de sus propias familias ¿es una cuestión que realmente les preocupa? ¿Es imaginable que sin el terrorismo el nacionalismo vasco tuviera la presencia, el poder y la influencia que tiene?

    Por otro lado, resulta, cuando menos, curioso que la izquierda y el nacionalismo promuevan leyes llamadas de plena igualdad (LGTBi) -incluso entre los desiguales- mientras proclaman la desigualdad y la diferencia, preocupándose muy poco del ejercicio de la libertad de sus ciudadanos no nacionalistas (¿tal vez porque a algunos les gustaría no reconocerles tal título de ciudadanos?). Pese a ello fundamentan su inexistente derecho de autodeterminación/decisión/separación en el ejercicio de la libertad y de la democracia.

    Decenas de miles de personas, manos entrelazadas, ikurriñas y esteladas juntas, unida la gente para desunir: problema político y social de envergadura, mal moral para todos. Y, en medio de todo ello en el País Vasco la petición de “Gure Esku Dago”, organizadora de la cadena, del 10% de las ganancias de bares y restaurantes recordando, en este proceso de división, pasadas imposiciones llamadas -en pleno auge terrorista- impuesto revolucionario. En Cataluña los CDR y la presión al no nacionalista.

    ¿Qué pretenden el nuevo estatuto vasco y las leyes de desconexión catalanas? ¿Construir y unir a la sociedad o dinamitar puentes y dividir?

    Claramente el nacionalismo es un mal moral; es decir, simplemente, se trata ni más ni menos de un mal, de ‘el mal’.

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    José Eugenio Azpiroz ha sido diputado nacional del PP por Guipúzcoa (1993-2015); portavoz y presidente de la comisión de Trabajo y Seguridad Social; portavoz en Juntas Generales de Guipúzcoa (1987-1996). Presidente del PP del País Vasco y de Guipúzcoa. En la actualidad sigue ejerciendo de abogado (desde 1979), es doctor en Derecho y profesor de Filosofía del Derecho en el Instituto de Estudios Bursátiles adscrito a la Universidad Complutense de Madrid.