
La irresistible ascensión de Albert Rivera está relacionada –se nos explica- con su aura suareciana: cuarenta años después, tenemos de nuevo a un líder joven y glamouroso que pilotará la Segunda Transición y salvará a España de la polarización. Rivera ha enarbolado la bandera del “centro” y despliega una retórica terceraviaria: “ni rojos, ni azules”, ni izquierda ni derecha.
La superstición según la cual “las elecciones se ganan en el centro” ha sido una de las más nocivas en la historia democrática española. La supuesta necesidad de “centrarse” ha sido la excusa para el sistemático desarme ideológico y moral de la derecha. ¿En qué sentido puede Ciudadanos ser “el centro”? Si Ciudadanos es el centro, eso significa que el PP es “la derecha”. Sí, el PP que subió los impuestos más de lo que reclamaba Izquierda Unida, liberó a Bolinaga, permitió el desafío separatista catalán, dejó en su lugar todas y cada una de las leyes ideológicas de Zapatero (del aborto al matrimonio gay, de la memoria histórica a las políticas de género) y no redujo realmente el gasto público (pese a todo el griterío sobre “recortes”).
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraSi el PP fracasa en diciembre y triunfa Ciudadanos, asistiremos al enésimo “giro al centro” pepero
La obsesión centrista se da sólo en la derecha. La izquierda está orgullosa de ser lo que es, y nunca se presenta como “centro”. Es la derecha la que, atormentada por no sé sabe qué misterioso pecado original, peregrina penitencialmente hacia el centro desde hace cuatro décadas, sin conseguir alcanzarlo nunca. Si el PP fracasa en diciembre y triunfa Ciudadanos, asistiremos al enésimo “giro al centro” pepero. Cuando analicen las causas del fracaso, no se les ocurrirá que pueda deberse al abandono de cualquier principio liberal-conservador y de la defensa de la unidad nacional.
Alguien esgrimirá las encuestas en las que los españoles ubican al PP en el 8.5 en una hipotética escala izquierda-derecha de 0 a 10. Concluirán que “todavía tenemos una imagen rancia”, y buscarán formas de hacerse todavía más progres y socialdemócratas.
Desgraciadamente Ciudadanos se queda a medias, quizás por temor a destruir su imagen centrista
Sin entender que, por mucho que intenten alcanzar el centro, siempre estarán, en términos relativos, a la derecha de un paisaje político cuyo centro de gravedad, para desgracia de España, se desplaza interminablemente hacia la izquierda. Enrique García-Máiquez lo explicó genialmente hace unos meses, recurriendo a Blas y Epi: “Levántese, señor Rajoy, y dé un enérgico paso lateral hacia la izquierda. Su mano derecha ¿se ha transformado en mano izquierda? ¿No? ¡Cómo! ¡Pero si ocupa el lugar donde antes estaba la izquierda!”.
Lo cierto es que algunas de las propuestas anunciadas este fin de semana por Ciudadanos en Cádiz sitúan a este partido objetivamente a la derecha del PP, si es que contamos como “derecha” la defensa de la unidad nacional. Por ejemplo, el cuestionamiento de los cupos vasco y navarro, la derogación de la Disposición Transitoria Cuarta (que prevé la posible incorporación de Navarra al País Vasco) o la idea de “cerrar el proceso constituyente” mediante la derogación del artículo 150.2 de la Constitución.
Ahora bien, desgraciadamente Ciudadanos se queda a medias, quizás por temor a destruir su imagen centrista. El art. 150.2 –que establece que el Estado puede transferir a las CCAA competencias de titularidad estatal “que por su propia naturaleza sean susceptibles de transferencia” – ha sido sólo una más de las vías de agua a través de las cuales un Estado siempre dispuesto a complacer a los nacionalismos ha ido haciendo dejación de facultades imprescindibles para mantener una política nacional coherente, convirtiendo a aquéllas en “estaditos” que legislan sobre derechos y deberes de los ciudadanos, introducen desigualdades entre españoles y rompen la unidad de mercado.
Cerrar a estas alturas el boquete no serviría ya para mucho: el daño ya está hecho. El ejercicio libérrimo y desleal de las competencias educativas por Cataluña y País Vasco, por ejemplo, ha convertido el sistema de enseñanza en un mecanismo totalitario de inmersión lingüística y adoctrinamiento ideológico.
Para que España tenga un futuro, no bastará con detener la sangría de competencias estatales: es necesario recobrar algunas ya transferidas
Lo mismo cabe decir de la extraña propuesta de sustituir el Senado por una conferencia de presidentes autonómicos. La idea tiene una impronta confederal: una cumbre de “jefes de Estado” ibéricos.
No queda clara la competencia legislativa que vayan a tener, pero uno se malicia que al final aparezca por algún lado la concesión de un derecho de veto a las CCAA respecto a las leyes que afecten a sus competencias. Convertir la segunda cámara en una ONU autonómica agravará aun más el troceamiento de la soberanía nacional en 17 pseudo-soberanías regionales. ¿Por qué no suprimir el Senado sin más?
Para que España tenga un futuro, no bastará con detener la sangría de competencias estatales: es necesario recobrar algunas ya transferidas. Es preciso que el Estado recupere las competencias de educación, sanidad y justicia. Es preciso acabar con la farsa de las CCAA como estaditos y de la autonomía como soberanía. Hay partidos que tienen propuestas mucho más claras en esa dirección: UPyD y, sobre todo, Vox (el único partido con un programa nítidamente liberal-conservador, al que la derecha sociológica española no ha querido dar una oportunidad: ella sabrá por qué). Las CCAA podrían subsistir como super-diputaciones con facultades de mera gestión o ejecución, pero no legislativas. El poder legislativo debe volver al pueblo español como un todo.