
A pesar de haber obtenido más votos que nadie en las últimas elecciones generales, tanto desde la izquierda como de una parte de la derecha se ha fraguado un estado de opinión que ve la posible continuación de Mariano Rajoy al frente del gobierno poco menos que insoportable.
Los argumentos son, no hace falta decirlo, antitéticos en cada caso. El sector progresista, desde Ciudadanos a Unidos Podemos, pasando por lo que queda del Partido Socialista, identifica a Rajoy con el capo di tutti capi de la corrupción política, además de acusarlo de haber recortado el Estado del bienestar y “derechos” básicos como, por ejemplo, abortar a los dieciséis años sin necesidad de pedir permiso a los padres –que de todos modos, desgraciadamente, en muchos casos concederían encantados.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraPor el contrario, el sector conservador, desde una parte del Partido Popular hasta Vox (por describirlo también en términos de partidos), sostiene que Rajoy no sólo no ha recortado el gasto público, sino que ha proseguido endeudándonos, fracasando en el objetivo marcado de reducción del déficit. Por otro lado, le reprocha al jefe del ejecutivo haber mantenido intacta la legislación de Zapatero, asumiendo prácticamente íntegros los discursos de la “derrota” de ETA, la ideología de género y la Memoria Histórica, sin olvidar la flojedad frente a las violaciones de la Constitución perpetradas por el gobierno catalán.
Con los datos en la mano, las críticas conservadoras son tan inapelables como falaces son las progresistas, salvo en lo que respecta a la corrupción. Es cierto que solamente aquel “sé fuerte”, dirigido vía teléfono móvil al tesorero del PP encarcelado, en otros países de nuestro entorno cultural hubiera sido suficiente para que Rajoy dimitiera. Pero de ahí a considerar la corrupción como patrimonio de un partido, ignorando la superior gravedad cuantitativa (al menos, por lo que sabemos a día de hoy) de los casos que afectan al PSOE o a CDC, por no hablar de los vínculos financieros de fundadores y dirigentes de Podemos con regímenes dictatoriales, hay un paso que sólo puede darse desde el más desvergonzado sectarismo.
Hay razones de peso para temer que el sucesor o la sucesora del actual presidente del PP aún puede ser peor
Sin embargo, la crítica conservadora está expuesta a cometer un error fatal, y es pensar que sustituyendo a Rajoy se solucionan nuestros problemas. En realidad, hay razones de peso para temer que el sucesor o la sucesora del actual presidente del PP aún puede ser peor: que seguiría acentuando la deriva del principal partido de la derecha hacia la socialdemocracia, es decir, hacia un modelo de sociedad en la que la dependencia del Estado no hace más que aumentar en todos los órdenes. Y seguiría entregado en cuerpo y alma (lo de cuerpo va sin segundas) al lobby LGTB, con su particular idea de tolerancia, consistente en que no debe haber tolerancia con quienes no compartimos sus postulados ideológicos.
Hoy, en España, cualquier político que se atreva a enfrentarse a los dogmas de la socialdemocracia y la ideología de género está condenado a una prematura muerte civil
El perfil de progresista blando que imagino en el futuro sucesor de Rajoy no obedece a una particular inclinación mía al pesimismo, sino a una consideración de nuestra realidad social y cultural que intenta ser lo más desapasionada posible. Hoy, en España, cualquier político que se atreva a enfrentarse a los dogmas de la socialdemocracia y la ideología de género está condenado a una prematura muerte civil. Quien más se ha aproximado a esta actitud heroica, el presidente de Vox, Santiago Abascal, no ha alcanzado siquiera los 60.000 votos.
Es verdad que ha existido un bloqueo mediático claramente orquestado desde el gobierno, mientras Unidos Podemos, en impúdico contraste, ha recibido todo tipo de facilidades para difundir su demagogia y sus mentiras. Pero esto no basta para explicar los pobres resultados del único partido liberal-conservador que se ha presentado en las dos últimas elecciones.
Y tampoco basta la teoría del voto útil o voto del miedo. La causa profunda es que en España, incluso muchos de quienes tendrían la audacia de autodenominarse conservadores, ya con ser una minoría, ni siquiera abrigan unas ideas realmente firmes y claras. La mayoría de ellos se ha rendido hace tiempo a la presión ambiental; ha dejado de defender en la sobremesa, frente al cuñado de turno, sus convicciones más íntimas, suponiendo que tenga algunas.
El término puesto de moda recientemente, “cuñadismo”, es más bien la caricatura de una gran carencia, la de cuñados más respondones (y soy el primero en culparme, que cada cual tiene lo suyo) ante ciertos estribillos manoseados que uno tiene que escuchar entre conocidos, compañeros de trabajo y familiares. Por tener la fiesta en paz, permitimos que las tonterías al uso queden sin respuestas directas. Queremos retirar a Rajoy, cuando la mayoría de nosotros no practicamos ni la centésima parte de heroísmo que querríamos ver en el actual presidente en funciones.
Mariano es el triste reflejo de lo que somos. Es probablemente lo menos malo a lo que puede aspirar una sociedad en la que la familia llamada “tradicional” está en retroceso, y con ella sus valores esenciales. Una sociedad en la que se temen los discursos conservadores sin tapujos, porque muchos los interpretan como una crítica implícita a su situación familiar y afectiva. Defender hoy la familia formada por el padre, la madre y los hijos, resulta ya francamente ofensivo para millones de divorciados, solteros con hijos y no digamos homosexuales, pese a que nunca existió tal intención de ofender. Vivimos en una clase de mundo histéricamente susceptible, en el que proclamar lo que es bueno se considera agredir a lo menos bueno; en el que decir la verdad sobre las heridas se interpreta como una despiadada insensibilidad con los heridos.
En la crisis de la familia es donde se encuentran el Estado-niñera de la socialdemocracia y el milenio del Orgullo Gay, convirtiéndose en la nueva religión global
En la crisis de la familia es donde se encuentran el Estado-niñera de la socialdemocracia y el milenio del Orgullo Gay, convirtiéndose en la nueva religión global. En lugar de tratar de apoyar la principal institución humana, es más fácil decir que cualquier asociación subjetiva vale tanto como una familia. En lugar de tratar de favorecer una economía productiva y competitiva, es más fácil decir que papi Estado se ocupará de todo, para que nadie tenga que esforzarse demasiado. Y cuando la ciencia médica no pueda hacer más, que el doctor nos administre una inyección terminal.
Le afean a Rajoy que presuma de leer el Marca (gran periódico deportivo, por lo demás) en un país donde sólo una minoría insignificante lee libros que valgan la pena, o siquiera libros de cualquier tipo; donde hay flamantes estaciones del AVE (la de Tarragona, por ejemplo) donde no se puede comprar el ABC ni una simple novela. ¿Y pretendemos que cuando se marche Rajoy nos convertiremos por arte de magia en una sociedad mejor? Ya es hora de que dejemos de creer en los magos.