Escribo con dolor.
Escribo hoy con el alma entumecida, desbordada de tristezas.
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Suscríbete ahoraLa incierta pesadumbre de temer que la Patria va al vacío, que su destino es el abismo y su futuro, un continuo presente de bajezas. Y de sueño. España no despierta.
¿Y los españoles?
Estamos hastiados de muertes y de ocasos.
Estamos hartos de mentiras, de calumnias, de insultos y presiones para que salte en pedazos la convivencia nacional. Sesenta años de crímenes etarras y otros siete de terror psicológico en Cataluña; ahora empiezan el terror físico y los golpes.
Saltará, pues, en pedazos la convivencia nacional. Estoy seguro.
Porque hay cosas, unas pocas, que valen más que la vida, el dinero, el bienestar y el hedonismo suicida de esta sociedad enferma. Y el español no es un tullido del espíritu, nunca lo ha sido.
«Estamos hartos de las mentiras ‘históricas’ sobre Franco; de los eufemismos sobre el genocidio abortista; de los chantajes del feminazismo y de los ideólogos de género, corruptores de niños y niñas»
Esta sociedad enferma de egoísmo necesita una purificación y, otra vez, fieles a su diabólico impulso, los rojos de todos los matices -del morado republicano al rosa afeminado-, la van a hacer posible.
Entonces, los matices de rojo serán solo los de la sangre fresca y los de la sangre seca y coagulada.
Estamos hartos de las mentiras «históricas» sobre Franco; de los eufemismos sobre el genocidio abortista; de los chantajes del feminazismo y de los ideólogos de género, corruptores de niños y niñas; y de la invasión de los inmigrantes: esos jóvenes sanos con capacidad de violar en serie a nuestras mujeres tienen de refugiados lo que yo tengo de chino.
Así que repasemos, recordemos a la jerarquía católica lo que decía en todo el mundo sobre la salvajada española del 36. Pregunto, sorprendido, con todo respeto, que la sana doctrina no cambia, ¿o sí?
Y que los enemigos lo son aunque pongamos la otra mejilla y tengamos que amarles.
Cristo los llama enemigos: «Amad a vuestros enemigos y haced el bien a los que os odian».
Traducido: tenemos enemigos y tenemos a quienes nos odian -Deus dixit-; como también «tendremos siempre pobres entre nosotros».
Recordemos, decía, la Carta Pastoral Colectiva del Episcopado de Bélgica, en diciembre de 1936:
«… la guerra civil, en sí misma tan funesta, se ha agravado con una horrible guerra religiosa. En todo el territorio en que reina el comunismo, se extendió un orgía infernal de incendios de iglesias y conventos, de asesinatos de obispos, sacerdotes y religiosos, exterminando sin piedad a las personas y a las cosas que representan la Religión Católica. Inclinémonos respetuosamente ante las nobles víctimas de un odio satánico al nombre cristiano, porque tenemos derecho a pensar que han ganado la palma del martirio en el sentido propio y elevado de la palabra. Esta guerra ha tomado, por tanto, el carácter de una lucha a muerte con el comunismo materialista y ateo y la civilización cristiana de nuestros antiguos países occidentales».
Y al cardenal Hinsley, arzobispo de Westminster, que exponía proféticamente:
«Las fuerzas anti-Dios están resueltas a hacer de España el centro estratégico de una revolución mundial contra las bases mismas de la sociedad civilizada de Europa. De lo que se trata es de una lucha entre la civilización cristiana y la pretendida civilización soviética».
O al Papa Pío XI, en su alocución a los prófugos españoles, el 14 de septiembre de 1936:
«Cuánto hay de más humanamente humano y de más divinamente divino; personas sagradas, cosas e instituciones sagradas; tesoros inestimables e insustituibles de fe y de piedad cristiana al mismo tiempo que de civilización y de arte: objetos preciosísimos, reliquias santísimas: dignidad, santidad, actividad benéfica de vidas enteramente consagradas a la piedad, a la ciencia y a la caridad; altísimos Jerarcas sagrados, Obispos y Sacerdotes, Vírgenes consagradas a Dios, seglares de toda clase y condición, venerables ancianos, jóvenes en la flor de la vida, y aun el mismo sagrado y solemne silencio de los sepulcros, todo ha sido asaltado, arruinado, destruido con los modos más villanos y bárbaros, con el desenfreno más libertino, jamás visto, de fuerzas salvajes y crueles que pueden creerse imposibles, no digamos a la dignidad humana, sino hasta a la misma naturaleza humana, aun la más miserable y la caída en lo más bajo».
Por su parte, el padre Enrico Rosa, en la «Civiltà Cattolica» (septiembre de 1937) escribía:
«Se trata de algo más que de una Cruzada, semejante a las antiguas; se trata de una campaña contra subvertidores extranjeros y malhechores, hombres asaz peores que los musulmanes y los moros, como los invasores actuales, en quienes la perversión del apóstata y el genio del hombre moderno se juntan al odio y a la pujanza».
«Miserables que no llegan a la altura de las suelas de las botas de Líster o de Serrano Suñer, que se hicieron juntos una foto en los 80 para ahogar de una maldita vez la sangre que aún clamaba»
Siendo obispo de Salamanca, el cardenal Enrique Pla y Deniel afirmaba en su pastoral «Las dos ciudades»:
«La lucha actual reviste, sí, la forma externa de una guerra civil, pero en realidad es una cruzada. Fue una sublevación, pero no para perturbar, sino para restablecer el orden. Lucha a favor del orden contra la anarquía, a favor de la implantación de un gobierno jerárquico contra el disolvente comunismo, a favor de la defensa de la civilización cristiana y sus fundamentos: religión, patria y familia contra los sin-Dios y contra-Dios, los sin Patria y hospicianos del mundo en frase feliz del poeta».
Y, con fecha 1 de julio de 1937, en la Carta Colectiva del Episcopado Español se lee:
«Conste antes que todo, ya que la guerra pudo preverse desde que se atacó ruda e inconsideradamente al espíritu nacional, que el Episcopado español ha dado, desde el año 1931, altísimos ejemplos de prudencia apostólica y ciudadana. Ajustándose a la tradición de la Iglesia y siguiendo las normas de la Santa Sede, se puso resueltamente al lado de los poderes constituidos, con quienes se esforzó en colaborar para el bien común. Y a pesar de los repetidos agravios a personas, cosas y derechos de la Iglesia, no rompió su propósito de no alterar el régimen de concordia de tiempo atrás establecido. ‘Etiam dyscolis’: A los vejámenes respondimos siempre con el ejemplo de la sumisión leal en lo que podíamos; con la protesta grave, razonada y apostólica cuando debíamos; con la exhortación sincera que hicimos reiteradamente a nuestro pueblo católico a la sumisión legitima, a la oración, a la paciencia y a la paz. Y el pueblo católico nos secundó, siendo nuestra intervención valioso factor de concordancia nacional en momentos de honda conmoción social y política».
«La Iglesia no ha querido esta guerra ni la buscó, y no creemos necesario vindicarla de la nota de beligerante con que en periódicos extranjeros se ha censurado a la Iglesia en España. Cierto que miles de hijos suyos, obedeciendo a los dictados de su conciencia y de su patriotismo, y bajo su responsabilidad personal, alzaron en armas para salvar los principios de religión y justicia cristiana que secularmente habían informado la vida de la Nación; pero quien la acuse de haber provocado esta guerra, o de haber conspirado para ella, y aun de no haber hecho cuanto en su mano estuvo para evitarla, desconoce o falsea la realidad«.
«No nos hemos atado con nadie -personas, poderes o instituciones- aun cuando agradezcamos el amparo de quienes han podido librarnos del enemigo que quiso perdernos, y estemos dispuestos a colaborar, como Obispos y españoles, con quienes se esfuercen en reinstaurar en España un régimen de paz y justicia. Ningún poder político podrá decir que nos hayamos apartado de esta línea, en ningún tiempo» (Del apartado nº 3, Nuestra posición ante la guerra).
Es suficiente. Es un resumen del parecer de la Iglesia sobre aquel drama entre hermanos.
Pretenden desvirtuar, qué digo: quieren manipular hasta la náusea, la Historia de España.
Exhumando a Francisco Franco van a desenterrar odios ancestrales.
Y lo van a hacer unos cobardes que sueltan el vientre en una comisaría y solo saben disparar a traición a gente desarmada.
Miserables que no llegan a la altura de las suelas de las botas de Líster o de Serrano Suñer, que se hicieron juntos una foto en los 80 para ahogar de una maldita vez la sangre que aún clamaba.
Y, mejor o peor, pero surgió entonces un pacífico silencio.
¿Queréis gritos y ruidos? Los tendréis, y atroces, como se os ocurra tocar un solo hueso del General Franco, quien no os deja descansar en paz. Y volveremos a derrotaros.
Volverán, como un anhelo de gloria, banderas victoriosas.
¡Viva Cristo Rey!