La zanahoria y el burro

    La izquierda le ha hecho creer a las clases más populares que son merecedoras de unos derechos inalienables que les fueron arrebatados por las clases nobles y burguesas.

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    Pablo Iglesias y Pedro Sánchez
    Pablo Iglesias y Pedro Sánchez

    La imagen la tenemos todos en la mente, y alguna vez nos la han puesto para explicarnos el comportamiento aborregado de una persona: es la de la zanahoria atada a un palo que se pone delante del burro para que el animal trote y trote tratando de alcanzarla. En el fondo, es la parábola de cualquiera que se pasa la vida intentando alcanzar una quimera mientras es manipulado por otros.

    El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra, porque todos tenemos algo de “burro” y, si no te engañan por una ideología concreta, te enganchan por el consumismo compulsivo, por el partido emergente de turno o por la tendencia de moda en ese momento, por la que, si no estás en ella, te rebajas a la categoría de cateto integral. Tenía razón Oscar Wilde al decir aquello de “No hay nada más peligroso que creerse demasiado moderno. Corre uno el riesgo de quedarse súbitamente anticuado”.

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    Todos tenemos algo de “burro” y, si no te engañan por una ideología concreta, te enganchan por el consumismo compulsivo o por el partido emergente de turno

    Pero hoy toca hablar de la izquierda. Y me perdonarán los pocos lectores que pueda tener de esa tendencia, tan lícita como la que más. Otro día tocará hablar de la derecha, pero hoy no es ese día. Creo que gran parte de los males actuales provienen de la ideología de izquierdas. Hablo de ideologías, no de personas, que las hay malas y buenas a izquierdas y derechas.

    Desde los primeros movimientos socialistas y utópicos, la izquierda le ha hecho creer a las clases más populares que son merecedoras de unos derechos inalienables que les fueron arrebatados por las clases nobles y burguesas. La lucha de clases de siempre, vaya. Esto, que no dejaba de tener parte de razón, sirvió para cebar una bomba potentísima de odio y rencor, que es el arma más útil para manipular a las masas. “Fíjate, ése te ha estado robando durante siglos, pero aquí estoy yo para rescatarte y darle su merecido. Tú vótame y ajustaremos cuentas con ellos”. La cosa es más sutil, pero ya nos han puesto el palo y la zanahoria delante de las narices.

    Todo es posible para estos mesías que cuentan con la habilidad para solucionar los problemas de la sociedad

    El odio y el rencor tensan como un arco los ánimos de esas personas que se sienten ultrajadas y con sus derechos pisoteados. Una vez soliviantados, proponles cualquier quimera, que aplaudirán tus ocurrencias por disparatadas que sean. Sanidad pública y de calidad para todos; la mejor educación gratuita; una justa distribución de la riqueza, los mejores servicios estatales, y así. Todo es posible para estos mesías que cuentan con la habilidad para solucionar los problemas de la sociedad. Si hasta ahora no se ha hecho, es porque a la clase dirigente sólo le ha movido la codicia y el egoísmo. “¿No veis la corrupción que aparece por todos lados? Es por ellos, que son corruptos y sinvergüenzas”. Los manipuladores, sin embargo, son los inmaculados, los incorruptibles, los estoicos que jamás caerán en esos vicios. Tal vez no haya nada más peligroso que un hombre que se crea inocente. Pero las masas raramente suelen distinguir a estos falsos mesías, y les aúpan enfervorecidas. El resultado, devastador, lo vemos en países como Venezuela, Cuba, Argentina y demás naciones a las que arriba un salvador de medio pelo.

    Y en esta encrucijada se encuentra nuestra querida España: dudando si encumbrar a unos falsos profetas que prometen un paraíso en la Tierra o si seguir soportando a unos políticos corruptos, codiciosos, huecos de valores, ambiciosos y preocupados únicamente por el propio bien. ¿No existe una tercera vía, la de los hombres honrados, fieles, trabajadores, patriotas, que busquen el bien común? No es una cuestión de siglas de partidos, sino de personas concretas. No creo en los partidos; creo en las personas. Y lo que se ha vuelto imperiosamente necesario es que las personas recuperen esos valores. El bien atrae. La mediocridad espanta. Para muchos, esto es una utopía, cuando no se dan cuenta de que utopía es lo que les proponen a ellos. Es decir, el palo y la zanahoria.

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