Los nuevos fueros, por Pablo Nuño

    Es cierto que en ocasiones, la abolición de los fueros y de los privilegios, o el mero reconocimiento de derechos en el plano legal, no ha bastado para la consecución de la igualdad en todas las esferas de la participación pública y política.

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    Fernando el Católico confirmando los fueros de Bizkaia en Guernica en 1476.
    Fernando el Católico confirmando los fueros de Bizkaia en Guernica en 1476.

    La característica central y motriz del surgimiento de la sociedad contemporánea a través de las distintas revoluciones burguesas de los siglos XVIII, XIX y XX, fue la igualdad de derechos y la abolición de aquellas estructuras políticas y jurídicas caducas basadas en la diferencia y el privilegio. La sociedad del Antiguo Régimen estratificada en estamentos u órdenes sociales se sustentaba en la existencia de una condición fundamentalmente determinada por el nacimiento.

    Un individuo nacido en una «condición» privilegiada implicaba su automática adscripción a un fuero específico que regía sus avatares personales, jurídico-procesales y fiscales. Así pues los nobles en España antes de la Constitución de Cádiz se regían por un fuero especial con una jurisdicción y un estatuto fiscal propios.

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    Evidentemente, la mera noción de los fueros y de la existencia de estructuras socio-jurídicas distintas por el mero hecho de una «condición» heredada fue juzgándose injusta y discriminatoria, por lo que el proceso histórico y legislativo fue poco a poco aboliéndolas para consumar la igualdad y la dignidad de todos los individuos.

    Si la igualdad o la libertad no son efectivas en la práctica se pueden crear o recrear injusticias y discriminaciones

    Es cierto que en ocasiones, la abolición de los fueros y de los privilegios, o el mero reconocimiento de derechos en el plano legal, no ha bastado para la consecución de la igualdad en todas las esferas de la participación pública y política. Es por ello que nuestra Constitución, con carácter progresivo, ordena a los poderes púbicos en su artículo 9.2 a «promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas; remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud y facilitar la participación de todos los ciudadanos en la vida política, económica, cultural y social». Naturalmente, si la igualdad o la libertad no son efectivas en la práctica, se pueden crear o recrear injusticias y discriminaciones, de ahí la validez e importancia de ese artículo 9.2.

    Sin embargo, los poderes públicos deben ponderar sus acciones de promoción o fomento para no entrar en contradicciones o contribuir a la creación de nueva formas de discriminación y de intolerancia. Es decir, en palabras de Stuart Mill deben buscar aquella situación de «perfecta igualdad que no admitiera poder ni privilegio para unos ni incapacidad para otros».

    No sólo es perverso crear o recrear nuevas formas de discriminación para, en teoría, sublimar injusticias presentes o pretéritas, sino que es profundamente retrógrado y anti-moderno

    Los poderes públicos deben buscar formas audaces y respetuosas con el Derecho (y los demás derechos de las personas) para promover esa situación ideal. La posibilidad efectiva de recurrir una injusticia ante los tribunales que dictarían una reparación efectiva, o la concienciación general a favor de la no discriminación, podrían ser algunas de ellas. Es cierto que la tarea no es siempre fácil ni obvia.

    Sin embargo, ese noble afán no debe contradecir ni incumplir la exhortación del artículo 14 de la C.E: «Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social», pues desgraciadamente tendría un efecto perverso y retrógrado.

    Efectivamente, no sólo es perverso crear o recrear nuevas formas de discriminación para, en teoría sublimar injusticias presentes o pretéritas, sino que es, por mucho que pueda parecer sorprendente y políticamente incorrecto, profundamente retrógrado y anti-moderno.

    El mundo posmoderno está caminando a marchas forzadas contra la modernidad, contra el postulado de libertad y de igualdad

    En otras palabras, cuando se intentan reparar «deudas históricas» o «desigualdades estructurales» con medidas de fomento poco ortodoxas, se pueden crear nuevas injusticias, nuevos agravios. Ya lo decía el Barón de Montesquieu, que a pesar de su condición aristocrática empeñó toda su vida en conseguir un mundo más libre e igualitario, «una injusticia hecha al individuo es una amenaza hecha a toda la sociedad».

    La inversión de la carga de la prueba o la presunción de criminalidad en determinadas circunstancias procesales; la adopción de incentivos económicos que pudieren tener un efecto de «privilegios fiscales»; la censurabilidad de determinadas opiniones o manifestaciones del derecho a la libre expresión por constituir nuevos «delitos de honor»; la inobservancia de los principios de «mérito y capacidad» en la selección o nombramiento de servidores públicos, que podría equivaler a nuevas manifestaciones de la Regalía; entre otros, podrían ser algunos indicios del advenimiento de un nuevo sistema político y social que basado presuntamente en los «Derechos Humanos», no hacen sino crear «Nuevos Fueros» y que lejos de favorecer a un colectivo determinado, minan los principios básicos de igualdad, dignidad y convivencia democrática.

    En su archiconocido ensayo sobre «¿Qué es el Tercer Estado?», Sieyès explicó las injusticias del Antiguo Régimen y por qué era necesario abolir los privilegios. «¿Quién osaría decir que el Estado llano no contiene en si todo lo necesario para formar una nación completa? (…) si se hiciera desaparecer el orden privilegiado la nación no sería menos, sino más». Desgraciadamente con «sus Nuevos Fueros», el mundo posmoderno está caminando a marchas forzadas contra la modernidad, contra el postulado de libertad y de igualdad, eso es un hecho. No seamos ingenuos.

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