
A la izquierda le pasó una cosa curiosa cuando venía para acá, al siglo XXI. Probablemente les cueste creerme de primeras, pero la defensora del proletariado, representante de los parias de la tierra y capitán de la famélica legión, se ha convertido en la chacha más hacendosa y servicial de la élite.
Circula por las redes sociales un gráfico que ha abierto muchos ojos e irritado muchos hígados. Y que, llámenme cínica, apenas me ha hecho alzar levemente una ceja. Se trata de una distribución de votantes de los distintos partidos por tramos de renta, indicando que en Podemos hay una mayor proporción de pijos -de casta, si ustedes quieren- que en ningún otro.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraNo significa, como algunos han entendido, que la mayoría de los ricos vote a Podemos, sino a la inversa: que en Podemos hay una proporción curiosamente alta de ricos. Como cualquier resultado de encuestas, hay que tomárselo ‘cum grano salis’ y cierto saludable escepticismo.
Pero, en líneas generales, me cuadra. Y vuelvo a lo que decía arriba. Igual que Bertolt Brecht ironizaba al decir que «el gobierno está muy descontento con el pueblo y ha decidido elegir otro pueblo», otro tanto podría decirse de la izquierda, que se siente traicionada por el proletariado.
Marx dejó muy clarito que el deber de los proletarios en las sociedades capitalistas era crecer desmesuradamente y depauperarse hasta la inanición, pero, sobre todo a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial, empezaron a hacer exactamente lo contrario, a comprarse un coche y una casita y a veranear en la playa.
El proletariado clásico, ese que aparece en todos los carteles revolucionarios de principios del siglo pasado, se convirtió en una especie en vías de extinción, engrosando la clase media.
No hay nada que tenga más éxito que decirle a la gente que sus problemas no son nunca cosa suya sino de la opresión que sufren
Sin oprimidos a los que salvar, la izquierda perdía su razón de ser, así que, con la Escuela de Frankfurt y luego más a partir de esa patética búsqueda de la playa bajo el pavimento de París, el Mayo Francés, se pusieron a buscar nuevos oprimidos.
Y, claro, los encontraron, que no hay nada que tenga más éxito que decirle a la gente que sus problemas no son nunca cosa suya sino de la opresión que sufren: mujeres, culturas del Tercer Mundo, indígenas, inmigrantes, homosexuales, transexuales e incluso el propio planeta con el ecologismo sandía, verde por fuera y rojo por dentro.
Pero con todo ello había alguien que estaba quedando francamente alienado, por emplear terminología marxista: los de abajo, el pueblo llano. Y alguien que se estaba beneficiando: la clase alta, las élites.
Si no me cree, pregúntese quién se beneficia con los submarxismos de moda. ¿Quién se ha beneficiado con la incorporación masiva de la mujer al mundo laboral? El empresario, naturalmente, que para sostener a la familia del empleado puede pagar la mitad, porque trabajan los dos.
¿Quién se beneficia de la Revolución Sexual? El empresario de nuevo, que dispone de más trabajadores sin familia o con menos hijos y, por tanto, se conforma con un sueldo más bajo. Por no hablar de que las perversiones de moda exigen bastante ocio y, en no pocos casos, bastante dinero.
¿Quién se beneficia de la inmigración masiva? ¡Caramba, otra vez! El empresario, que dispone de mano de obra barata y no muy ducha en reivindicaciones salariales.
¿Quién ansiaba dejar prístino el bosque de sus cotos de caza, quién tenía el tiempo y la finca para apreciar la naturaleza no contaminada por la mano del hombre mientras los rojos de entonces soñaban con fábricas humeantes y centrales eléctricas? De nuevo el rico.
La izquierda ha pasado de defender lo popular a denostarlo con el nombre de ‘comercial’
La izquierda ha pasado de defender lo popular a denostarlo con el nombre de ‘comercial’, y no hay película, libro, obra de arte que ensalcen los intelectuales de la zurda que guste a un obrero auténtico. En cambio, los ricos, los muy ricos, pagan fortunas por los adefesios perpetrados por artistas oh tan revolucionarios.
Le propongo un reto: haga una lista de las lacras no económicas que más a menudo oye denunciar a la izquierda y pregúntese dónde son más frecuentes según las estadísticas, si en la clase alta o en la baja, desde homofobia a violencia de género pasando por la xenofobia.
Las élites pueden olvidar la tradición, pero no desvincularse de las modas, porque son su verdadero código secreto, su manual de contraseñas, lo que les identifica. La camiseta del Che queda siempre mucho mejor si es de marca, pero el comunismo de toda la vida huele a potaje rancio, está intolerablemente ‘demodé’, así que la opción más ‘in’ es esta izquierda 2.0 que, además, les ayuda a redimirse del imperdonable pecado de ser rico sin tener que renunciar a serlo.