
Franz Von Papen fue aquel político del Zentrum católico que, en una República de Weimar fragilizada por la crisis económica y el ascenso de los partidos anti-sistema (nazi y comunista), y habiéndose quedado lejos de la mayoría en las elecciones de noviembre de 1932, insistió en llegar al poder a toda costa, aunque fuese aliándose con el diablo. El diablo se llamaba Hitler.
Von Papen maniobró para arrancar del presidente Hindenburg la investidura de un gabinete en el que, aunque Hitler ostentaría la cancillería, la mayoría de las carteras quedarían en manos de la derecha civilizada; el agitador austriaco estaría atado en corto: “dentro de dos meses tendremos a Hitler acogotado en un rincón”.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraPero dos meses después Hitler había dinamitado irreversiblemente el Estado de Derecho –vía incendio del Reichstag, nuevas elecciones tuteladas por una policía ya dirigida por Goering y “ley de plenos poderes” en marzo de 1933- y era Papen quien se había convertido en comparsa. Lo que siguió lo conocemos todos.
Si Podemos llega a gobernar con el PSOE y los nacionalistas, España se podría bolivarianizar
Pablo Iglesias no es Hitler: no tendremos un Auschwitz. Pero “sí se puede” bolivarianizar España, si Podemos llega a gobernar con el PSOE y los nacionalistas. Las concesiones que exigiría la ultraizquierda para apoyar la investidura de Sánchez implicarían la voladura del sistema de 1978. Si el PSOE asume la propuesta de un referéndum de autodeterminación en Cataluña, se tiraría por la borda el principio de soberanía nacional española, piedra angular de la Constitución.
Es posible que Iglesias haya avanzado esa reivindicación maximalista como peón sacrificable en una negociación que sí terminaría incluyendo otras demandas, como el “plan de emergencia social”. Un plan que supondría una orgía demencial de gasto público, lo cual requeriría a su vez la elevación de la presión fiscal a niveles confiscatorios.
La reforma laboral, que ha permitido volver a crear empleo, sería revocada. El art. 135 de la Constitución, que prohíbe incurrir en déficit superior al fijado por la UE, sería inmolado en el altar de la “justicia social”. España incumpliría su compromiso de reducir el déficit público a un 2,8% en 2016. La prima de riesgo volvería a dispararse; resultaría imposible refinanciar los 250.000 millones de deuda pública que deben ser negociados este año.
Iglesias no es Hitler, pero sí el Chávez español
No solo quedarían arrasados los brotes verdes de relativa recuperación; sería peor: nos hundiríamos en un piélago peronista de ruina económica y deterioro del Estado de Derecho. La libertad educativa, la religiosa y la informativa (recordemos que lo deseable es “que todos los medios de comunicación sean públicos”) estarían en peligro. Iglesias no es Hitler, pero sí el Chávez español.
En las democracias maduras, los partidos constitucionales de derecha e izquierda establecen un cordón sanitario para impedir la llegada al poder de los movimientos antisistema: lo acabamos de ver en Francia, cuando republicanos y socialistas se apoyaron recíprocamente en la segunda vuelta de las regionales para cortarle el paso al Frente Nacional.
Las grosse Koalitionen CDU-SPD son moneda corriente en Alemania. Pero aquí Pedro Sánchez está dispuesto a pactar con la extrema izquierda antes que con el PP y C’s. Se dice que los barones socialistas lo impedirán. No lo creo. Lo único que dicen los barones –algunos de los cuales gobiernan ya sus comunidades mediante acuerdos con la ultraizquierda- es que Podemos debe renunciar a la autodeterminación catalana si quiere tratos con el PSOE. Nada objetan a los “planes de emergencia” bolivarianos. Si Iglesias cede en la cuestión territorial, tendremos Frente Popular.
La gran anomalía democrática española es una izquierda dispuesta a aliarse con el populismo neocomunista y los separatismos antes que con un moderadísimo centro-derecha constitucionalista. Todos en la izquierda consideran tabú la “gran coalición” PP-PSOE. El cordón sanitario con que debería aislarse a Podemos se lo aplica nuestra izquierda al PP. Ocurrió en el Pacto del Tinell, ocurrió en las municipales de mayo (cuando, por ejemplo, el PSOE ni siquiera aceptó la oferta de Esperanza Aguirre de investir alcalde al perdedor Carmona para frenar a Ahora Madrid), y posiblemente ocurra ahora.
Nuestra izquierda demoniza a “la derecha” como si se tratase de una amenaza para la democracia, una abominable plaga fascista. Y estamos hablando de una derecha que ni siquiera es tal: la “derecha” que subió los impuestos más de lo que pedía Izquierda Unida, que dejó en su sitio todas las leyes ideológicas de Zapatero, que le salvó la vida al grupo PRISA, que se suma al linchamiento de Marta Rivera de la Cruz cuando ésta tiene la gallardía de cuestionar la discriminación sexual en la Ley de Violencia de Género… Una “derecha” económicamente socialdemócrata y culturalmente eunuca.
En realidad, la satanización grotesca de “la derechona” es lo único que le queda a una izquierda que navega a la deriva desde que se hizo patente el fracaso del socialismo (hundimiento definitivo en su versión soviética, y gradual pero cada vez más innegable en su versión socialdemócrata).
El PSOE ha dejado a España al borde de la bancarrota y con niveles de paro superiores al 20% las dos veces que ha pasado por el gobierno
El PSOE ha dejado a España al borde de la bancarrota y con niveles de paro superiores al 20% las dos veces que ha pasado por el gobierno. Ante su fracaso de gestión, lo único que le queda al PSOE es agitar un relato histórico-ideológico que presenta a la derecha como el brazo armado de los ricos, enemiga de los “derechos sociales”, obstaculizadora del “progreso”, nostálgica del franquismo, en tanto que identifica a la izquierda con la defensa de la libertad, la democracia y la justicia.
Y el relato, increíblemente, funciona. Funciona porque la izquierda ha gozado durante décadas del monopolio casi perfecto de la cultura: televisiones, universidad, enseñanza media, cine… Funciona porque la derecha dimitió de la batalla de las ideas desde la Transición, e intenta legitimarse solo mediante sus resultados prácticos: esas cifras económicas que supuestamente “cantan por sí solas”, en las que confiaba Rajoy para vencer, y que una vez más no han sido suficientes. Nada habla por sí solo. Ya dijo Nietzsche que “no existen hechos, sino interpretaciones”. Y la izquierda impone las suyas a placer desde hace mucho.