Salvar el naufragio

    PP: ¿Sí o no? El autor argumenta por qué votó una cosa el 20D y ahora lo hará por otra formación el 26J.

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    El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy (c), el presidente del PP andaluz, Juanma Moreno (2d), la ministra de Empleo y Seguridad Social en funciones, Fátima Báñez (i), y el presidente del PP y presidente del PP en Málaga, Elías Bendodo (d), brindan con unas cañas de cerveza en el Mercado de Atarazana (Málaga)/EFE.
    El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy (c), el presidente del PP andaluz, Juanma Moreno (2d), la ministra de Empleo y Seguridad Social en funciones, Fátima Báñez (i), y el presidente del PP y presidente del PP en Málaga, Elías Bendodo (d), brindan con unas cañas de cerveza en el Mercado de Atarazana (Málaga)/EFE.

    No soy votante del PP. No, al menos, desde que se mudó a esa cosa informe y descolorida que denominamos el centro político. Es decir, la nada, la indeterminación, el ponerse de perfil y no afrontar ninguna cuestión espinosa con algo de cuajo, arrestos y entereza. En el PP abundan los insípidos y los tibios. Los del hoy sí y mañana ya veremos. Los del éstos son mis principios y, si no te gustan, tengo otros.

    No me considero deudor eterno de unas siglas. En los últimos años he tratado de votar a personas, no a partidos. A veces, esas personas estaban en el PP, y otras muchas veces, no. Nunca me ha importado, como me decían algunos, “tirar mi voto a la basura” votando a agrupaciones con pocas o nulas posibilidades de éxito. No por lo exótico en sí de votar a un partido pequeño, sino porque aprecio a los valientes que defienden unas ideas con las que coincido. Tal vez el éxito no resida en obtener unos escaños como en mantener incólumes unos principios. Más vale quedarse solos en la verdad que acompañados en la mentira.

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    Casi nunca he votado al mal menor. Por el camino del mal menor siempre se llega al mal mayor. No entiendo a ésos que llevan décadas votando al PP “porque es el mal menor” y nunca se han atrevido a dar su papeleta a quienes han enarbolado valores firmes y comprometidos. Esos votantes se han convertido, como los políticos a los que votan, en insípidos y grises; en conservadores, en la peor de las acepciones de este término.

    «Me niego a mostrar fidelidad inquebrantable y sin fisuras a una opción política. Pecaría de dogmático»

    Decía que no me considero atado a ningún partido político. Varía según las circunstancias y las decisiones que vayan tomando sus dirigentes. Me niego a mostrar fidelidad inquebrantable y sin fisuras a una opción política. Pecaría de dogmático. En diciembre no voté a Rajoy. Las circunstancias eran distintas a las actuales: se provenía de una mayoría absoluta (que el PP dilapidó); se habían incumplido las promesas electorales en materia de políticas próvida; la defensa de los populares en la unidad de España había sido flojita, como casi todo lo que defienden, etc.

    Las circunstancias, repito, han cambiado. El PP viene de una mayoría simple. Los populismos se han hecho muy fuertes. Las amenazas para los que defendemos una idea de España se han multiplicado. Existe un hecho patente: el partido Popular es el único capaz –por número de escaños, que no por gallardía- de defender los pocos restos del naufragio en el que estamos sumidos.

    Según escribía la pasada semana López Quintas, tres son los “restos” que hay que salvaguardar: mantener la paz social, el respeto a la libertad religiosa y a la libertad de educación y la defensa de la unidad nacional. En el último punto, Ciudadanos sería sin duda un garante, pero en los dos primeros, ni ellos, ni el PSOE ni, mucho menos, Unidos Podemos, están por la labor. Nos guste más o menos, ésta es la situación real.

    Cada uno debe hacer su propio discernimiento. No existe una receta válida para todos. Se dan las circunstancias, tal vez, para considerar que estamos en una situación excepcional que harían legítimo optar por el mal menor. Porque si voto al PP no pasará de ser eso: un mal menor.

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