
La historia es real y ha ocurrido en un viejo, pequeño y cutre centro comercial del extrarradio de Madrid. Un retrato de la sociedad en pequeño, ya verán. El presidente de la comunidad de propietarios es el dueño del también pequeño y poco surtido supermercado. Lleva años en el cargo; los mismos desde que empezó la decadencia total de la galería comercial. El centro aparece hoy oscuro, semivacío, sucio y desvencijado.
Los pocos clientes que aún acuden a él lo hacen porque no hay más tiendas en el barrio. Como es poco acogedor, cada vez van menos clientes; como van menos clientes, se cierran más tiendas, y como se cierran más tiendas, van menos clientes. El clásico círculo vicioso.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraEl presidente hace tiempo que es el rey y señor del exiguo reino, y hace y deshace a su antojo, en lo poco que aún puede hacer y deshacer. Casi todos los dueños de las cada vez más escasas tiendas saben de sus opacidades en materias administrativas, y se conoce de buena tinta que la corriente que consumen las cámaras frigoríficas del supermercado la pagan entre todos los propietarios; lo mismo que ocurre con los hornos de la panadería, casualmente regentada por el vicepresidente de la desgraciada comunidad.
Es sencillo: un electricista amigo del presidente, con mucha maña y poca conciencia, se encargó de conectar los aparatos a la corriente general del edificio. De modo misterioso, los contadores de la luz de las zonas comunes experimentan un sospechoso repunte a las cuatro de la mañana, que es cuando todas las luces del centro comercial están apagadas pero el panadero comienza a hacer su pan. Todo el mundo sabe que el pan hecho con la corriente que pagan los otros siempre sabe más rico.
A todo esto, el administrador de la comunidad está hasta la retambufa de ambos sujetos y trata de desenmascararlos pero, por motivos que darían para otro artículo más, no lo logra, y lo único que puede hacer es desfogarse con este humilde plumilla, que le escucha paciente mientras sorbe su café.
Mejor es que te roben algo, mirar para otro lado y que te dejen en paz a que se metan contigo
Todas las mañanas, los dos sujetos van a desayunar a uno de los bares (yo, prudentemente, voy a otro, para permitir que el desconsolado administrador se desahogue); bar regentado por uno de esos que saben y callan, que mejor es que te roben algo, mirar para otro lado y que te dejen en paz a que se metan contigo. Puros arrestos de valentía, en definitiva.
El caso es que ahí se despachan a gusto -mientras ven las noticias en el televisor del grasiento local- contra el gobierno, los políticos, los concejales, los diputados, los imputados, los empresarios, los sindicalistas, la madre que los trajo al mundo y el sursum corda. “Son todos una panda de corruptos”, sentencia uno de ellos, muy digno. “¿Corruptos? Lo que son es una panda de hijos de la grandísima… Así va el país”, apostilla el otro.
El dueño del bar, de reojo, sigue la conversación mientras seca los vasos con una toalla. “Si es que con gente así no se puede”, añade tímidamente. Se suceden los improperios, insultos y descalificaciones, a la vez que se les oye hablar de “sinvergüenzas”, “no respetan nada”, “esto lo resolvía yo de dos puñetazos en la mesa”, “no tienen ningún principio ético”, “ladrones” y demás. Una vez se han despachado a gusto, dejan unas monedas en la barra, se despiden del propietario del bar y vuelven a sus locales.
El centro comercial prosigue su deterioro mientras estos prebostes de la humanidad hablan y hablan; a la vez, el contador de luz continua con su ritmo, engordado por las cámaras frigoríficas de uno y los hornos de otro; el propietario del bar sigue secando sus vasos y poniéndose de perfil ante las broncas –no le vayan a salpicar-, y el administrador observa, con una mueca de desesperanza, cómo los números rojos se agrandan por la corrupción unos y la desidia de otros.
Los políticos corruptos no son más que ciudadanos sin principios que empezaron haciendo un puente al cuadro eléctrico y terminaron gestionando una empresa pública
Sí; lo que ocurre en esa vieja y cutre galería comercial es un retrato en pequeño de lo que acaece en nuestra querida y saqueada España. “A fin de cuentas, yo sólo tengo enchufados los frigoríficos a la corriente general del centro. ¿Qué es eso comparado con la Gurtel o los ERE de Andalucía?”, se justificaría el dueño del supermercado si se viese acorralado por las preguntas. Como siempre habrá alguien que robe más que yo, siempre encontraré excusa.
Los políticos corruptos no son más que ciudadanos sin principios que empezaron haciendo un puente al cuadro eléctrico y terminaron gestionando una empresa pública. Y es que hay algunos que, si no roban más, es porque no pueden.