
No es fácil perderse las elecciones más importantes de la historia, porque son siempre cada cuatro años. Quiero decir que nuestra clase política presenta cada contienda electoral como la definitiva batalla entre el Bien y el Mal, entre la catástrofe, el caos y la ruina y un futuro lleno de arcoiris y unicornios de colores.
No tengo que decir que esa no ha sido nuestra experiencia en la democracia española. Lo que hemos vivido ha sido un avance imparable y constante hacia la izquierda -o, si se prefiere, el ‘progresismo’– en dos fases:
Algunas personas creen que La Sexta da información.
Suscríbete a Actuall y así no caerás nunca en la tentación.
Suscríbete ahoraEn una, ganaban los socialistas y aprobaban ideas de bombero para que, en palabras de Alfonso Guerra, a España no la reconociese ni la madre que la parió, todas ellas en el sentido de debilitar la familia, las raíces cristianas y la cohesión nacional.
Y en la segunda fase, ganaban los ‘populares’ y ‘normalizaban’ y hacían conservadores los disparates aprobados por el PSOE.
Pero he de reconocer que, por primera vez -o segunda, si contamos las elecciones de diciembre-, las urnas nos presentan una alternativa significativa y real. Me refiero a Podemos.
Si tengo que serles totalmente sincera, no creo que un gobierno por mayoría absoluta de PP, Ciudadanos o incluso PSOE fuera sustancialmente distinto. Habría, claro, peculiaridades distintitivas, pero apuesto lo que ustedes quieran que iban a gobernar más o menos igual, con su porción habitual de corrupción, sus nuevas ‘ampliaciones de derechos’ y una situación económica mejor o peor dependiendo más que nada del ciclo económico y el entorno internacional.

No es algo exclusivo de España. En todo Occidente se ha funcionado así desde la Segunda Guerra Mundial, en un escenario de Fin de la Historia a lo Fukuyama con un partido más o menos de derechas (PP, CDU, Democracia Cristiana, Tories…) y otro más o menos de izquierdas (PSOE, PSD, PS, Laboristas…) que aplicaban políticas difícilmente distinguibles de mercado intervenido y soluciones keynesianas en lo económico y secularización creciente e invención de nuevos ‘derechos’ en lo demás.
Y ese es el modelo que se está rompiendo. En nuestro país, con Podemos.
«Estas elecciones son un bipartidismo enmascarado en las que se vota entre el nuevo modelo o el antiguo»
Y eso es lo que hace que, en realidad, estas elecciones sean un bipartidismo enmascarado en las que se vota entre el nuevo modelo o el antiguo, si bien no hay acuerdo en qué partido lo representa mejor.
Y mi tesis es que Podemos va a acabar gobernando, inevitablemente.
Veamos posibles escenarios, que en realidad son solo dos:
- que gobierne una alianza de PP y Ciudadanos
- o que gobierne una coalición de Podemos y PSOE con toda la ristra de partiditos nacionalistas que se apuntan a un bombardeo para sacar tajada.
Bien, en el segundo caso, ya está, ya lo tenemos. Si de algo entienden los podemitas es de poder. La plana mayor son profesores de Políticas, no han mamado otra cosa y Pablo no va a tardar ni dos minutos en hacerse con todos los resortes del poder real -desde la televisión al CNI- para afianzarse todo el tiempo que pueda. El PSOE será el partido menor en la coalición y, vacío de mensaje ideológico casi desde su origen, le iba a durar a Pablo dos telediarios.
Pero el primer caso no es mucho mejor. Para el PP sería una segunda oportunidad concedida in extremis por sus muy decepcionados votantes, que han visto cómo han desperdiciado una flamante mayoría absoluta para confirmar todas las leyes de Zapatero y debilitar aún más la estructura territorial de nuestro país.
A Ciudadanos le tocaría el papel de comparsa, de PP bis, responsable por asociación de todos los errores que cometa el inestable nuevo gobierno.
Por otra parte, los expertos avisan de una nueva recesión, que nos pillaría con una deuda equivalente al 100% del PIB y un déficit disparado por el que la UE nos quiere hacer pagar multa y un paro juvenil todavía asustante. Es decir, la tormenta perfecta.
Para cualquier partido de la oposición un gobierno así, en crisis y sin la unidad que representa un solo partido, sería un regalo inesperado y una presa fácil. Pero para Podemos va a ser un auténtico ‘punching ball’ al que no se le va a conceder un segundo de respiro.
Por maravillosamente que gobiernen -y los precedentes no son demasiado esperanzadores-, la situación internacional, los complejos inerradicables de la derecha, las servidumbres de Bruselas y, en fin, la realidad pura y simple, que no es nunca perfecta, proporcionarán un marco oscuro con el que contrastar el panorama de ensueño de Podemos.
Y, nos pongamos como nos pongamos, los modelos siempre funcionan mejor que la realidad.
Pero, ¿cómo es posible que un partido de izquierda radical y marxista pueda tener tirón después del terrible historial del comunismo desde 1917 en todas las ocasiones y en todos los lugares donde ha gobernado?
Hay, fundamentalmente, tres razones: la prosperidad democrática, la radicalización del mensaje social y la pericia política de los podemitas.
España lleva creciendo desde hace casi un siglo, el mismo tiempo que lleva en paz, y en prosperidad demócratica desde 1978, es decir, cada vez es mayor la proporción de españoles que no han vivido o no recuerdan otra cosa que el régimen actual. No tienen un periodo de penurias con el que comparar lo de ahora, o de conflicto o falta de libertades, con lo que cualquier descenso en el bienestar es para ellos una crisis intolerable.
«Uno puede ir a marchas contra el capitalismo y grabarlas con su iPhone, pero ninguno piensa que las cosas de que disfrutan puedan desaparecer, porque las da pos supuestas»
En toda Europa empieza a suceder lo mismo. Los jovenes quieren protagonismo cambiando el modelo de sus padres y abuelos. No es algo nuevo, al fin. Uno puede ir a marchas contra el capitalismo y grabarlas con su iPhone o gastarse unos buenos euros en una camiseta especialmente resultona del Che Guevara. Ninguno piensa que las cosas de que disfrutan puedan desaparecer, porque les han rodeado desde siempre y se las da por supuestas. Solo un estómago bien alimentado puede hacer de la ideología de género una cuestión política de primer orden.
En segundo lugar, todo el mensaje que han estado transmitiendo durante décadas -desde que los jovenes adultos de hoy estaban en la cuna, el único que han escuchado- el mundo de la cultura, la televisión, el cine, el arte, la música y, muy especialmente, el sistema de enseñanza y las universidades es una preparación de Podemos, un preanuncio de su llegada. El marco mental e ideológico, el dogma implícito que divide la realidad en buenos y malos incluso antes de reflexionar sobre ellos es ese «otro mundo es posible», ese ensalzar la revuelta, canonizar a los que se saltan las normas, mitificar una ‘lucha’ continua contra las convenciones y la autoridad.
Los propios partidos que hoy representan el sistema se han prestado encantados a este juego, como lo han hecho las grandes empresas en su publicidad. ¿No llegó al poder Felipe González con el lema ‘Por el Cambio’? Bien, pues les han tomado la palabra y ahora quieren un cambio de verdad. Y el partido que más tiempo ha gobernado en democracia, ay, no puede darlo con verosimilitud.
Por último, los podemitas son los primeros que se han criado dentro del sistema. Pedro Sánchez o Rivera podrán ser relativamente jovenes, pero sus opciones no lo son. Las de Podemos, sí. Y mientras que los líderes de PP y PSOE hayan echado los dientes en el partido, su historial académico les hace proceder de otros mundos: la economía, el derecho, las ingenierías.

Pero la plana mayor de Podemos, criada en el enrarecido ambiente de la Facultad de Políticas, ha desayunado, comido y cenado política. No saben otra cosa, pero esa la saben bien, y carecen de los escrúpulos y los pudores, de los respetos humanos de sus rivales. Son revolucionarios a tiempo completo.
Al lector de Actuall no tengo que decirle que la teoría política que quiere aplicar Podemos es un desastre que solo lleva a la miseria, a la represión y a la merma de libertades. Puede, naturalmente, ser Venezuela, como repiten muchos.
Personalmente creo que las condiciones de nuestros país -incluso su localización geográfica- son muy distintas de las del país caribeño, y confío en que, de cumplirse mi profecía en estas elecciones o las siguientes, el desastre podemita se parezca más al de Syriza en Grecia que al de los bolivarianos en Venezuela. Crucemos los dedos.