Brexit

    Si Gran Bretaña saliera de la Unión, con toda seguridad se acabaría para la City el trato de favor que hasta ahora ha recibido de Bruselas.

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    El primer ministro británico David Cameron y el alcalde de Londres Boris Johnson.

    Florece en Gran Bretaña una flor desconocida en el Sur de Europa, el populismo de derechas. Es cierto que Nigel Farge y su UKIP perdieron las últimas elecciones en Reino Unido, pero el Partido Conservador, a cambio de su mayoría absoluta, ha tenido que asumir la exigencia esencial de aquél, la celebración del referéndum acerca de la permanencia en la Unión Europea.

    Todo parte de un error. Una parte considerable de los conservadores ingleses, cuando salen a la calle, creen que la Unión Europea es responsable de que no sean ya capaces de reconocer a su país. Naturalmente, aunque no se diga abiertamente, parte del disgusto proviene de la cada vez mayor presencia de inmigrantes. Olvidan estos ciudadanos que la inmigración es más consecuencia de haber tenido Gran Bretaña el imperio que tuvo que de pertenecer a la Unión. El caso es que lo que los ingleses euroescépticos pretenden arreglar saliéndose de la Unión Europea no tiene arreglo. O, mejor dicho, no lo tiene de esa manera.

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    David Cameron ha fracasado en su intento de mantener unido a su partido alrededor de la idea de que lo que conviene es seguir en Europa. En vez de eso, ha suscrito un acuerdo con Bruselas a fin de que se respete una supuesta excepcionalidad que en realidad ya existe añadiendo una cosmética disminución de la protección social de los inmigrantes europeos en las islas. Lo pactado es el peor acuerdo posible porque, teniendo como tiene escasas consecuencias prácticas, no satisfará a los euroescéticos ingleses. Y como principio, en cuanto hace que sea peor el trato que los trabajadores europeos reciben en Inglaterra que el que reciben los trabajadores ingleses en Europa, es inaceptable. Si el resto de mandatarios europeos lo han aceptado es porque es poco, durará sólo siete años y proporcionará a Cameron un caramelo con el que engolosinar a los euroescépticos.

    Sin embargo, las cosas se han complicado. El popular alcalde de Londres, Boris Johnson, conservador como Cameron, ha declarado su intención de hacer campaña por el «no». Ha calculado que, estando los gerifaltes del partido del lado del primer ministro, alinearse con los que desean salirse de Europa le convertiría en su obvio sucesor si gana el «no» y Cameron se ve obligado a dimitir. Es una jugada personal arriesgada que tiene el efecto colateral de incrementar las posibilidades de victoria del «no» como inmediatamente han reflejado los mercados.

    Gran Bretaña ya no vive del imperio ni de sus fábricas. Vive del centro financiero mundial que es Londres

    Porque lo que tienen claro Cameron, los conservadores que en esto están a su lado y los grandes poderes económicos del país, es que Gran Bretaña ya no vive del imperio ni de sus fábricas. Vive del centro financiero mundial que es Londres. Y es así porque la City está en la Unión Europea y el Gobierno de Su Majestad y Bruselas le permiten tomarse ciertas libertades que a otros posibles rivales, como París o Frankfurt no les están permitidas. Y para que siga así es necesario, no sólo disfrutar de esas libertades, sino estar en la Unión Europea. Si Gran Bretaña saliera de la Unión, con toda seguridad se acabaría para la City el trato de favor que hasta ahora ha recibido de Bruselas. Que pudiera seguir siendo Londres el centro financiero que hoy es a pesar de eso es cosa que nadie está en condiciones de garantizar. Por eso, el mercado se muestra favorable a premiar a la libra cuando se vislumbra que Gran Bretaña seguirá en la Unión y a castigarla si parece que se saldrá.

    En ese sentido, Boris Johnson se ha comportado como suelen hacerlo los peores políticos. Ha aprovechado la oportunidad que se la ha ofrecido de promocionar su carrera política prescindiendo de toda consideración acerca de qué es lo mejor para su país y se ha puesto al frente de una manifestación que defiende algo en lo que él no cree, pero que puede abrirle las puertas del 10 de Downing Street.

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    Emilio Campmany nació en Madrid, en 1958. Estudió en el Liceo Italiano y es licenciado en Historia y en Derecho por la Universidad Complutense. Es también registrador de la propiedad. Ha publicado dos novelas, "Operación Chaplin" y "Quién mató a Efialtes" y una narración de la crisis que desató la Primera Guerra Mundial llamada "Verano del 14. Una crónica diplomática". Está casado y tiene dos hijos.