Charles Gave, economista, analista financiero y empresario francés, es católico, y publicó hace unos años un pequeño libro titulado Jesús, el economista desconocido.
Su tesis es que, si los Evangelios son un fundamento moral de nuestra civilización, “entonces deben decirnos algo sobre la moral en los asuntos económicos de hoy”. Reconoce que la imagen de nuestro Señor ha sido utilizada por atroces antiliberales, como Hugo Chávez, que proclamó: “Jesucristo fue el primer socialista y Judas el primer capitalista”. Pero la tesis de Gave es que el mensaje evangélico es individualista y liberal, “y por tanto profundamente social”. Cree que el socialismo es servidumbre, y de ahí que sea por naturaleza contrario al individualismo y a las enseñanzas de Jesús.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraComo cabía esperar, empieza por la más liberal de las parábolas, la de los talentos, que destaca la indispensable retribución del capital. Frente a la larga tradición contraria a la usura, Gave recuerda que en la única vez que hablan los Evangelios del interés, es para aplaudirlo y para saludar la remuneración del riesgo, que no quiso correr el siervo que no invierte: “me dio miedo y escondí en tierra tu talento”, ante lo que el Señor protesta: “debías haber entregado mi dinero a los banqueros, y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los intereses” (Mt 25, 14-30).
La parábola de los trabajadores en la viña es definitiva contra la teoría del valor trabajo: no es la cantidad objetiva de tiempo trabajado lo que cuenta sino su valor subjetivo
Sobre el caso de la viuda pobre, despreciada por su pequeña ofrenda, pero reivindicada por Jesús (“ha dado más que nadie” Lc 21, 1-4), Charles Gave critica la teoría del valor trabajo, o según el coste de producción: el valor es subjetivo, y unas pequeñas monedas puede tener un valor inmenso. Los estatistas, los que dicen que es bueno que las cosas no sean nuestras sino del poder, son fariseos (Lc 12, 1; Mt 23, 27). La parábola de los trabajadores en la viña es definitiva contra la teoría del valor trabajo: no es la cantidad objetiva de tiempo trabajado lo que cuenta sino su valor subjetivo (Mt 20, 1). Para colmo de la incorrección política, la parábola defiende la propiedad privada: el dueño del dinero no es egoísta, y hace con él lo que cree más conveniente. También otra parábola, la tremenda de los viñadores, reivindica la propiedad privada, el capital y los contratos (Mt 21, 33). El aprecio por la inversión y el riesgo aparece claramente en la parábola del sembrador (Lc 8, 5).
Pero también hay en los Evangelios comentarios desdeñosos sobre la riqueza. Por ejemplo, el caso del joven rico, que cumplía los mandamientos, pero no acepta desprenderse de todos sus bienes (Mt 19, 16-22). Nótese que Jesús no pide al joven que entregue sus bienes gratis, sino que los venda, es decir, que sigan siendo propiedad privada. Asimismo, no hay nada en los textos sagrados que sugiera que el rico era malo; no lo era, y sabemos que Cristo lo amó (Mc 10, 21). Lo que está mal no es el dinero sino ser siervo de él: no se puede servir a dos señores (Lc 26, 19-31; Mt 6,24).
A los que creen que la expulsión de los mercaderes del templo prueba el antiliberalismo de Nuestro Señor, habrá que recordarles que los echó del templo, sólo del templo, no de la ciudad ni de la comunidad (Mc 11, 15). Jesús respeta la propiedad privada y la herencia: “Quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros? (Lc 12, 14). Y el que se queja del consumo suntuario, del perfume “muy caro” con que María ungió los pies de Jesús, el que reclama: “Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?”, es el peor de todos: Judas (Jn 12, 5).
El mensaje evangélico es anticolectivista, porque el contrato es de cada persona con Dios
Charles Gave subraya la faceta individualista de los Evangelios contrastándolos con el Antiguo Testamento, que estriba en la relación de Dios con su pueblo, y cómo éste cumple (o más bien incumple) sus obligaciones. El mensaje evangélico, en cambio, es anticolectivista, porque el contrato es de cada persona con Dios.
Por eso el socialismo en todas sus variantes suele ser hostil a la religión, y mortífero en sus versiones más extremas. Así como no fue Goebbels sino Lenin el que habló primero de repetir mil veces la mentira hasta que parezca verdad, la expresión “solución final” no se originó entre los nazis sino entre los comunistas: Lenin y Trostky discutieron sobre la necesidad de hacer lo mismo que hicieron los comunistas y anarquistas aquí en España: asesinar curas y monjas en masa. Y lo hicieron: había 350.000 religiosos ortodoxos en Rusia en 1917, y en 1940 solo quedaba 2.000. Dice Gave: “los regímenes socialistas han martirizado a más cristianos en el siglo XX que todos los demás sistemas políticos en toda la historia desde la Crucifixión”.