El nivel subterráneo de la opinión pública en España lo podemos medir por la reacción a la difusión de los llamados papeles de Panamá, la documentación sustraída del bufete Mossack Fonseca. Cada grupo de prensa ha buscado a sus enemigos. Así, La Sexta se ha centrado en la familia Franco y la infanta Pilar de Borbón y La Razón en el cineasta Pedro Almodóvar y los Pujol; y mientras los republicanos tienen monarcas de los que burlarse, los monárquicos tienen presidentes de república.
Y si los liberales encuentran a los Kirchner, a los bolivarianos venezolanos y a Varufakis, los izquierdistas señalan a Mario Vargas Llosa y Mauricio Macri. Por el contrario, apenas algún medio español ha destacado que aparecía un empleado del rey marroquí Mohamed VI, ese amigo de España… y de los saharauis, que son ciudadanos españoles.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraSeamos claros: Panamá es un Estado de juguete (78.000 kilómetros cuadrados y cuatro millones de habitantes), creado por Estados Unidos en 1903 para hacerse con terreno para construir el famoso canal. Una de sus pocas riquezas, junto con ese canal y, vinculado a él, el abanderamiento de buques, es la prestación de servicios financieros y legales a multitud de clientes en Iberoamérica, una región que hasta hace poco se caracterizaba por su inestabilidad y su hiperinflación.
¿Y si casi todo fuera legal?
Se constituyen muchas de estas sociedades –con menos requisitos y más rapidez- para invertir en numerosos países, evitar la doble imposición fiscal a los beneficios, escapar de corralitos o confiscaciones, atenuar los riesgos del cambio de monedas o las quiebras estatales…
Por ejemplo, empresarios hoteleros, industriales o inmobiliarios españoles o alemanes que van a hacer negocios en la República Dominicana, Brasil o Perú constituyen este tipo de empresas. Aquí no hay delito de ningún tipo, siempre que el dinero sea declarado a las haciendas respectivas.
Otro grupo de los señalados son jefes de Estado o sus testaferros de países donde la libertad es un bien escaso, como Arabia Saudí, Pakistán, China, y con ellos tampoco habrá apenas consecuencias, pero por otros motivos no relacionados con sus respectivas legislaciones fiscales.
Por tanto, la posible recaudación por multas que muchos europeos creen que contribuirá a llenar de nuevo las arcas públicas no dará ni para pagar ni el monto de una semana de las pensiones públicas (en 2014, el 10,5% del PIB español se destinó al abono de pensiones). Lo mismo ocurrió con la lista de clientes que en 2008 robó Hervé Falciani del banco británico HSBC en su filial suiza, de la que ya apenas se recuerda algo.
Los papeles de Panamá demuestran que existe no una casta, sino una ‘supercasta’ global, que, por encima de idiomas, religiones, ideologías y fronteras comparte jets privados
La ‘hiprogresía’
Entonces, ¿cuál es lo censurable? Los papeles de Panamá, así como la lista Falciani, demuestran que existe no una casta, sino una ‘supercasta’ global, que, por encima de idiomas, religiones, ideologías y fronteras comparte jets privados, premios, conferencias, cátedras, negocios y matrimonios.
Los creadores de opinión que exigen mano dura contra el fraude y los políticos que elevan los impuestos a sus gobernados hasta límites insoportables se saltan sus compromisos morales y sus leyes para encontrarse en bufetes, bancos y restaurantes de Panamá, Andorra, Gibraltar, Suiza, islas Vírgenes Británicas, las Bahamas o Mónaco.
Varios de estos políticos, como Bill y Hillary Clinton, Al Gore y los ex primeros ministros britanicos John Major, Tony Blair (y su cónyuge) reciben docenas de miles de dólares o libras o euros por dar conferencias en universidades dotadas bien por las fundaciones arriba citadas, o similares, o bien por grandes bancos. En el sueño de un conspiranoico, el socialista Gerhard Schroeder, canciller alemán durante siete años, pasó a trabajar para la Banca Rothschild y luego para la multinacional rusa Gazprom.
Ante este espectáculo de hiprogresía (“haz lo que digo, no lo que hago”), yo, que cada día me siento más reaccionario, suspiro de admiración ante el derrocado emperador de Austria, Carlos de Habsburgo, que murió pobre en Madeira, o el zar Nicolás II de Rusia, asesinado junto a su familia por los bolcheviques.
Unos investigadores financiados por Soros
Para acabar de tener los nombres que forman esa ‘supercasta’ hay que preguntarse quiénes faltan en esos documentos difundidos a nivel mundial por un grupo de periodistas ‘independientes’ y ‘comprometidos’, el ICIJ, que se define como el mayor equipo internacional de periodistas de investigación, cuya sede se halla en Washington. Por cierto, que no hay miembros de la élite política, financiera ni hollywoodense de EEUU.
Quizás lo más conveniente sea buscar esos nombres entre los mecenas del ICIJ que éste reconoce. Entre estos financiadores se encuentra la Fundacion Open Society, del magnate financiero (y filántropo, como le firmaba El País en las tribunas que le publicaba) George Soros, un hombre que ha hecho su fortuna con la especulación en bolsa y en divisas, y que ha propuesto que la Unión Europea acoja a millones de refugiados y emigrantes asiáticos y africanos y pague sus costes mediante la emisión de más deuda pública estatal.
Otros financiadores son las fundaciones de multimillonarios como los Ford, los Packard, los Van Vlient y Sigrid Rausing. En la categoría de amigos del Trust Sigrid Rausing aparece el académico británico Timothy Garton Ash, que entre sus propuestas para ordenar el mundo está la de azuzar el enfrentamiento político y militar entre la UE y Rusia. Y el presidente ruso Vladímir Putin es uno de los salpicados en este escándalo vía amigos. ¿A usted le llama la atención, amigo lector?
Parte de la ideología de estos mecenas multimillonarios y sus intelectuales orgánicos la forman el control de la poblacion (no sólo en cuanto a su número, sino, además, en cuanto a las ideas que debe tener), la lucha contra el cambio climático, la promoción del aborto (y mañana de la eutanasia), del ‘género’ y de la agenda LGTB, la justicia transnacional y la desaparición de los molestos Estados-nación.
En todas las distopías hay diferentes clases, como los eloi y los morlocks, que se alimentan de aquéllos, incluso las que critican una sociedad sin clases. Y así ocurre en la Cosmópolis que se está creando ante nuestros ojos. Como escribió Nicolás Gómez Dávila: «En el Estado moderno, las clases con intereses opuestos no son tanto la burguesía y el proletariado como la clase que paga impuestos y la que vive de ellos».