
El pasado sábado asistí en Málaga a la final del IV Torneo de Debate Universitario, impecablemente organizado por ese modelo de responsabilidad cívica y vocación de servicio que es Cánovas Fundacion.
Esta experiencia me ha permitido conocer de primera mano la práctica de las escuelas de debate, afortunadamente cada vez más extendidas en las universidades españolas y con una incipiente presencia también en el bachillerato.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraY la verdad es que después de ver a los dos equipos finalistas argumentar y contra argumentar tan brillantemente, en el contexto de seriedad y respeto marcado por las reglas de este tipo de torneos, no pude menos que confirmar la fértil siembra de estas iniciativas.
Reflexionando ahora sobre esta reciente vivencia me vienen a la cabeza otras dos ideas, creo que muy conectadas.
La primera ha sido muy reiterada en los últimos tiempos y se la oí, nuevamente, a algunas de las autoridades que hicieron uso de la palabra en la jornada malagueña: “estamos ante la generación más preparada de nuestra historia”.
Sintiéndolo mucho y abstrayéndome ahora de la indudable excelencia de los estudiantes que participaron en el referido campeonato malagueño, discrepo cordialmente con ese juicio sobre la actual generación de jovenes. Y es que, con carácter general, no es eso lo que verifico alrededor ni lo que se desprende de los informes más solventes sobre los resultados del sistema educativo español o la sociología de la juventud española.
Otra cosa es que estemos ante la generación que, en algunos aspectos no poco decisivos, más oportunidades tiene para ser la más preparada y que hay muchos jovenes españoles que están sabiendo aprovecharlo. Ahí sí podemos ponernos de acuerdo.
De la resistencia a la regeneración
La segunda idea tiene que ver con la responsabilidad moral que la nueva generación tiene ante la profunda crisis actual de España, paralela a la que sufre la Europa más occidental.
Tengo la impresión de que están cayendo derribados los últimos diques que podían frenar la invasión de los nuevos bárbaros del relativismo, la plutocracia, el laicismo y los ídolos de la ideología de género en el territorio de esta España fragmentada, corrupta y cansada, sin orgullo y sin proyecto nacional.
La legislatura de Rajoy no puede haber resultado más desoladora
La legislatura de Rajoy no puede haber resultado, en esta perspectiva, más desoladora en cualquier nivel en el que nos situemos: el político, desde luego, pero también el de la sociedad civil e, incluso, el eclesiástico, siempre con honrosas excepciones.
Ante un panorama así nada puede justificar el abandono de la resistencia. Pero una cosa es el deber moral de resistir al mal, con todas nuestras fuerzas, y otra pensar ingenuamente que, solo aguantando la embestida contra los últimos restos de España y del humanismo cristiano en el espacio público, podemos cambiar el curso de unas tendencias culturales y políticas impuestas, de forma implacable, por poderosísimas fuerzas globales.
Sí, hace falta mucho más que resistir. La regeneración de España, en lo que humanamente podemos calcular y dejando siempre la última palabra al Señor de la Historia, solo llegará por una profunda renovación.
Renovación tanto de la comprensión de nuestra realidad comunitaria como de las propuestas que, nacidas de la dignidad inviolable de todo ser humano, promueven el bien común y la justicia como bases y razón de ser de la sociedad política.
Una renovación que afectará también al lenguaje, los argumentos y los medios a utilizar en la acción cívico-política y que va a exigir un esfuerzo de creatividad en la búsqueda de soluciones a problemas nuevos, en un contexto de profundos y rápidos cambios.
Misión generacional
Este es, a mi juicio, el gran desafío y es aquí donde enlazo otra vez con la calificada como “generación más preparada de nuestra historia” y la experiencia del Torneo de Debate Universitario. Porque esta generación es imprescindible para la colosal misión a la que acabo de referirme. Es ley de vida. De ahí la importancia de que tome conciencia de su papel generacional, comprometiéndose a fondo con él.
Que se prepare aprovechando las inmensas oportunidades que brinda el mundo globalizado de hoy, formándose en conocimientos y habilidades, pero también cultivando el espíritu y las virtudes que permiten descubrir el sentido auténtico de la existencia, para vivir y servir desde él.
Y de ahí, asimismo, la necesidad de que otros, aspirantes a seguir siendo jovenes de alma pero con la experiencia que solo dan los años vividos, nos empeñemos seriamente en la movilización, orientación y formación de los jovenes en la Verdad y el Bien ¿Hay acaso otro camino?