¿Y si nos ponemos de acuerdo para erradicar el acoso escolar?

    Según el estudio ’ Evolución de la Violencia a la Infancia en España según las Victimas (2009-2016)’ realizado por la Fundación Anar, que atiende por teléfono a niños y adolescentes en riesgo, la violencia escolar, en el período estudiado, ¡aumentó un 584%!

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    La pandilla de abusones de la serie Los Simpson, icono del acoso escolar.
    La pandilla de abusones de la serie Los Simpson, icono del acoso escolar.

    El 2 de mayo se celebra el Día Internacional contra el Acoso Escolar, una oportunidad para aproximarnos a una realidad que, lamentablemente existe y que, contra todo pronóstico, aumenta en las aulas españolas.

    Por cierto, que los telediarios y los periódicos no se hacen eco, habitualmente, de estas situaciones. Únicamente lo reflejan cuando su resultado ha sido trágico y se ha cobrado la vida de un niño o un adolescente. Ya saben lo que dicen las crónicas: “Nadie había observado nada raro en el muchacho. Si acaso, estaba más callado. Le costaba ir al colegio. Se encerraba en su cuarto…” Pero el chaval ya no puede dar su opinión porque ha decidido cortar por lo sano.

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    Y es que, según el estudio ’Evolución de la Violencia a la Infancia en España según las Victimas (2009-2016)’ realizado por la Fundación Anar, que atiende por teléfono a niños y adolescentes en riesgo, la violencia escolar, en el período estudiado, ¡aumentó un 584%! Una cifra espeluznante.

    Si nos atenemos a los datos proporcionados por la sección española de la organización ‘Save the Children’ publicados en enero de 2016 en el informe titulado ‘Yo a eso no juego’ el 9,3% de los estudiantes de nuestro país considera que ha sufrido acoso. Para obtener estos datos la ONG preguntó a 21.500 estudiantes entre 12 y 16 años.

    El acoso, la violencia, la coacción, el insulto y la discriminación expresan lo peor de la naturaleza humana. Pertenecemos a una especie que es capaz de hacer lo mejor y también de perpetrar lo peor. De dar la vida por el prójimo y de hacer al prójimo la vida imposible. Es la naturaleza humana desde sus orígenes. Cain y Abel. Teresa de Calcuta y Josef Stalin.

    ‘Negro, gordo, enano, cojo, gafas, cegato, gitano, moro, maricón, pecoso, nenaza, feo, idiota…’ son algunos de los calificativos con los que lo peor de nuestra humanidad insulta a sus compañeros. Los mismos agresores que comparten pupitre y patio con sus víctimas

    El acoso escolar siempre es un mal, una perversidad. Su crueldad tiene un ‘plus’ porque refleja agresiones de fuertes contra débiles. Ataques de mayores contra pequeños, de niños contra niñas, de adolescentes contra niños de uno y de otro sexo, de una etnia contra otra… Y así hasta el infinito. ‘Negro, gordo, enano, cojo, gafas, cegato, gitano, moro, maricón, pecoso, nenaza, feo, idiota …’ son algunos de los calificativos con los que lo peor de nuestra humanidad insulta a sus compañeros. Los mismos agresores que comparten pupitre y patio con sus víctimas.

    ¿Qué provoca el acoso escolar? Desconozco la respuesta y, con toda seguridad, es muy compleja. La agresividad, la violencia, la maldad… tienen claves que se me escapan. Niños, jóvenes y adultos, todos los seres humanos tenemos zonas desconocidas, oscuras, ocultas. Reacciones inesperadas. Familias deshechas, padres violentos o adictos, patologías no diagnosticadas. Traumas infantiles que claman venganza contra inocentes. Heridas sin curar que nos conducen a dañar a otros.

    Y, nos guste o no, existe el mal sin calificativos. Esa terrible palabra que la sociedad relativista y buenista del 2018 no desea que se pronuncie. Pero el mal está ahí y no sólo en los catecismos o en los antiguos manuales de ética. Lo peor se manifiesta en cada gesto que realizamos de abuso, insulto, agresión, menosprecio … Las consecuencias del daño son incalculables. Quitarse la vida es una alternativa que con toda probabilidad es producto de muchos factores. Y, de no optar por esa trágica vía, encontramos soledad, sufrimiento, depresión, dolor…

    En definitiva, el acoso escolar no es una broma ni una anécdota. Dedicarle un día al año es una frivolidad. El sufrimiento evitable de una persona, sobre todo si es un niño o un adolescente, merecería un esfuerzo, un tiempo y una dedicación mayores. Y, desde luego, es inaceptable que grupos políticos, ideológicos o de cualquier naturaleza clasifiquen a los acosados en función de ‘la causa’ de la agresión, la amenaza o la discriminación.

    Las víctimas del acoso escolar no pueden pertenecer a una u otra clase según los intereses de los adultos. No hay categorías. Por eso es terrible que profesores, legisladores, pensadores y políticos los utilicen. Por ejemplo, no se puede imponer ideología LGTBI en los centros educativos utilizando el dolor del niño o del adolescente al que han atacado por sus características físicas, porque no le gusta el deporte o porque tiene un timbre de voz diferente, es un negado para el deporte o tiene una evidente atracción por personas de su mismo sexo. Es igualmente condenable que los profesores clasifiquen a los alumnos por la profesión de sus padres y los ridiculicen o aislen, pongo por caso, por ser hijos de policías nacionales o guardias civiles como ha sucedido en el año 2017 en Cataluña, España, Unión Europea.

    Ojalá pudiéramos llegar a un Pacto Nacional contra el Acoso Escolar. Sin ataduras ni hipotecas. Pensando sólo en el menor, la víctima. Y también en el agresor, otro niño o joven a quien sin duda habrá que frenar, sancionar y, sobre todo, examinar para conocer qué oscuras razones le llevan a hacer el mal. Y qué hacer para evitar que se convierta en un adulto maltratador o un delincuente.  Si lográramos erradicar el sufrimiento que provocan estas situaciones, sin duda, tendríamos niños y jóvenes más seguros y personas más responsables. ¿Lo intentamos?

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