
Siguiendo el magisterio de Iglesia y el contenido de la Relatio final del Sínodo, Actuall sintetiza los cinco argumentos por los que no se puede admitir a la comunión a los divorciados vueltos a casar.
- Porque supondría admitir que el matrimonio es disoluble.- La indisolubilidad del matrimonio es un mandato divino, no humano, ni competencia del Papa o de los obispos, sino de Dios: “Lo que ha unido el Dios que no lo separe el hombre” dijo Jesucristo (Marcos 10, 2-16). Por tanto, ni el Santo Padre ni un Sínodo pueden decidir sobre el particular.
Y dar la comunión a quien comete pecado de adulterio -al haberse divorciado y vuelto a casar- es bendecir esa ruptura y esa nueva unión.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraEl propio Sínodo ha dejado muy claro que el matrimonio por la Iglesia es indisoluble, sin excepciones. El numeral 48 titulado “Indisolubilidad y fecundidad de la unión esponsal” –aprobado por 253 votos contra 6– resalta que “la irrevocable fidelidad de Dios a la alianza es el fundamento de la indisolubilidad del matrimonio. El amor completo y profundo entre los cónyuges no se basa solo en las capacidades humanas. Dios sostiene esta alianza con la fuerza de su Espíritu”.
Y en el numeral 1, votado unánimemente por todos los obispos presentes (260 votos), los obispos recuerdan la homilía del Papa, del 4 de octubre, en la que decía que Dios “une los corazones de dos personas que se aman y los une en la unidad y en la indisolubilidad».
“Toda la vida cristiana está marcada por el amor esponsal de Cristo y de la Iglesia” (Catecismo)
- Porque hay una estrecha relación entre eucaristía y comunión. Ya que la eucaristía son unas nupcias –la unión definitiva e irrevocable de Cristo con su esposa la Iglesia-, y el matrimonio es una comunión (común-unión, una sola carne).
Lo dijo expresamente Juan Pablo II: la eucaristía “Es el sacramento del Esposo, de la Esposa” (Carta Mulieris dignitatem). Y no hablaba en metáfora: Para redimir al género humano, Cristo da la vida por su Esposa, la Iglesia. De suerte que “toda la vida cristiana está marcada por el amor esponsal de Cristo y de la Iglesia” como dice el Catecismo, que llega a denominar a la eucaristía “banquete de bodas” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1617.)
El Catecismo no hace otra cosa que seguir a San Pablo, cuando decía que el amor esponsal de un hombre y una mujer es “signo sacramental del amor de Cristo a su Iglesia”, un amor que alcanza su punto culminante en la Cruz, expresión de sus ‘nupcias’ con la humanidad y, al mismo tiempo, origen y centro de la Eucaristía. Y lo de Cristo por la Iglesia es amor, definitivo y exclusivo, sellado por su sangre: ha dado la vida por ella.
- Por que la Iglesia se negaría a sí misma si permitiera comulgar a quienes se casaron por la Iglesia, se han divorciado y se han vuelto a casar.
De todo ello se deduce, que sería una incongruencia que quien ha sido infiel en su matrimonio por la Iglesia (eso es un divorciado vuelto a casar) acuda a recibir la eucaristía. Y una contradicción todavía mayor que la Iglesia lo permitiera. Porque sería como negarse a sí misma. Daría por buena “la contradicción objetiva entre la unión sacramental de Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, que se realiza en la eucaristía. y la condición de infidelidad del divorciado que convive con otra persona”
- Porque supondría vaciar de significado el sacramento de la confesión. Si una persona puede ir a comulgar en pecado mortal (y en ese estado se encuentra cuando comete adulterio), sin acudir previamente al sacramento de la penitencia, entonces ¿para qué sirve éste?
No hay que olvidar que para recibir válidamente el perdón divino en la confesión es preciso reconocerse previamente pecador, tener dolor de haber ofendido a Dios y arrepentirse. Si un divorciado vuelto a casar recibe la comunión sin confesarse antes, no se está reconociendo pecador y no manifiesta dolor ni se arrepiente ya que no está dispuesto a cambiar de vida.
La verdadera misericordia no consiste en cambiar la doctrina sino tender una mano al pecador para que cambie de vida
- Porque se le haría un flaco favor al divorciado. Comulgar en pecado es un sacrilegio, como subraya San Pablo “quien coma el pan o beba la copa del Señorindignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor.” )I Corintios 11,27), y ratifica el Catecismo: “El sacrilegio es un pecado grave sobre todo cuando es cometido contra la Eucaristía, pues en este sacramento el Cuerpo de Cristo se nos hace presente substancialmente” (Catecismo 2120).
Darles la comunión equivaldría a dejarles sumidos en el error y la mentira y no facilitarles la posibilidad de arrepentirse. La verdadera misericordia no consiste en cambiar una doctrina que viene de Dios y rebajar la exigencia moral, sino tender una mano al pecador para que reconozca su error y cambie de vida. Así lo expresó el arzobispo de Caracas, cardenal Urosa, al referirse a los divorciados durante este Sínodo: “El hijo pródigo fue recibido por su padre, solo cuando regresó al hogar”
La Iglesia no abandona al pecador que muestra signos de arrepentimiento aunque todavía no sean plenos. Quiere ser cercana a él y puede hasta proponerle la comunión espiritual en el sentido, no de realizar una unión plena con Dios imposible mientras exista un impedimento, sino en aumentar el deseo de recibirle como un camino penitencial.
En cuatro numerales de la Relatio (83, 84, 85 y 86) se ofrece amplia explicación sobre la importancia de acogerlos en la Iglesia y recordarles que no están excomulgados aunque su situación es irregular; y plantea una serie de orientaciones para acompañar a estos fieles, incluida la posibilidad de que estudien si, tal vez, su primer matrimonio por la Iglesia fue nulo.

No se trata de buscar un subterfugio para deshacer aquella primera unión y acallar la conciencia, sino de examinar, a la luz de la conciencia, si hubo realmente matrimonio o no. La Iglesia no puede deshacer matrimonios, lo único que hace el tribunal eclesiástico en una sentencia de nulidad es constatar, a partir de una serie de pruebas, si hubo o no hubo matrimonio.