Si crees que este artículo es homófobo, léelo otra vez

    Ser macho no es ser machista. Y ser homosexual no es ser homosexualista.

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    Bandera homosexual. Wikipedia

    Macho y machista. ¿Verdad que son palabras muy similares con significados distintos? El que esto escribe nació con un par de razones que lo sitúan holgadamente en el sexo masculino. Soy macho. Y eso no me hace ver a las mujeres como seres inferiores ni actuar menospreciándolas, porque no soy machista.

    Homosexual y homosexualista. En esta línea Barrio Sésamo, vamos a explicar la diferencia entre estos dos conceptos: homosexual es quien siente atracción física por personas de su mismo sexo. El homosexualista es aquel que hace bandera política de una preferencia sexual, y se suma a procesos de reingeniería social que tienden, entre otras cosas, a alterar la naturaleza del matrimonio y de la familia. Hay homosexualistas bien intencionados que creen sinceramente que sólo están demandando la ampliación de derechos de un colectivo.

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    Pero olvidan que las consecuencias no sólo afectan a los homosexuales sino a toda la sociedad. Por ejemplo: ¿debe privarse a los ninos huérfanos de su derecho a tener un padre y una madre sólo por el deseo de adoptar que pueda tener una pareja homosexual? ¿Deben las escuelas enseñar por ley que uno puede elegir ser hombre o mujer, a pesar de que sea absolutamente falso ya que no se pueden variar los cromosomas (XX del varón, XY de la mujer) con los que uno nace?

    De hecho, niego la mayor: los homosexualistas ni siquiera se limitan a ampliar los derechos de los homosexuales, también se los recortan. Por ejemplo cuando persiguen y tratan de prohibir las terapias de reorientación sexual, a pesar de sus notables resultados.

    Hay homosexuales que son homosexualistas y hay otros que no lo son. También hay heterosexuales homosexualistas (cada vez más: la batalla cultural la ha ganado el lobby LGBT) y otros que no lo son.

    Si no eres homosexualista, eres homófobo

    Homófobo. Este término significa “persona que rechaza a los homosexuales”. Seguro que no conoce usted mucha gente que odie a otras personas por sus inclinaciones sexuales. Y si conoce usted alguno, sepa que esa persona tiene un problema. Porque hay que ser zote para odiar a Oscar Wilde, a Alejandro Magno, a Julio César o a Rock Hudson. Hay que ser rematadamente imbécil para odiar a un hermano, a un primo, a un vecino por el hecho de que se encame con unas o con otros.

    El término «homófobo» no se usa para identificar a quien siente odio por los homosexuales, sino para insultar a quien critica las medidas homosexualistas

    Personalmente no conozco ningún homófobo. Y eso es porque, gracias a Dios, no abundan en estas latitudes (otra cosa sería hablar de países musulmanes donde los ahorcan públicamente). Sin embargo el término está a la orden del día. Si hemos de hacer caso a lo que publican los medios, en España no cabe un homófobo más. ¿Cómo se explica esa contradicción?

    Resulta que habitualmente el término “homófobo” no se usa para identificar a quien siente odio por los homosexuales, sino para insultar a quien critica las medidas homosexualistas. Pobre de usted si considera que el “matrimonio homosexual” debiera llamarse de otro modo. Pobre de usted si cree que los ninos huérfanos tienen derecho a un padre y una madre. Pasará a ser tildado de “homófobo” y no habrá razonamiento posible que le quite el sambenito, si no es la completa adhesión a todas las reivindicaciones homosexualistas.

    Oscar Wilde
    Oscar Wilde

    ¿Ve la diferencia? Cuando el lector homosexualista empiece a acordarse de mi madre y me llame homófobo por escribir este artículo, no me estará llamando “detractor de los homosexuales” sino “detractor de las tesis homosexualistas”. Sucede exactamente como con los nacionalistas catalanes, que suelen llamarme anticatalán: no lo hacen porque esté en contra de los catalanes (que no lo estoy, para empezar porque soy catalán), sino porque estoy en contra de la ideología nacionalista.

    ¿Católicos homosexuales? Pues claro

    Existen católicos homosexuales, obviamente. La Iglesia los acoge con respeto, compasión y delicadeza. Como es lógico, exige eliminar todo signo de discriminación injusta contra ellos. Y les ayuda a vivir su vida en castidad. Entre ellos hay personas con testimonios admirables.

    Pero lo sorprendente es que hay homosexualistas entre los católicos. Me van a disculpar los nombres largos, pero voy a referirme ahora a los católicos-homosexuales-homosexualistas. Lea otra vez el término, no se me despiste. Es fácil empatizar con ellos: son personas que no quieren renunciar a Dios pero tampoco a sus sentimientos. Y cumplen con las «obligaciones» del cristiano tratando de olvidar lo que su madre, la Iglesia, ha dicho desde su fundación: «Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves*, la Tradición ha declarado siempre que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados. Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso». (Catecismo, 2357)

    Uno puede tratar de vivir en castidad y caer mil veces. Ningún problema. Se confiesa y se levanta mil y una. Como hacemos todos los miserables pecadores que conformamos la Iglesia

    Uno puede tratar de vivir en castidad y caer mil veces. Ningún problema. Se confiesa y se levanta mil y una. Como hacemos todos los miserables pecadores que conformamos la Iglesia. Pero lo que uno no puede hacer es rendirse y empezar a aceptar las tesis homosexualistas: “Como sé que volveré a caer, he decidido que esto ya no está mal. Ahora, está bien. La Iglesia tiene que evolucionar. Total, no hago daño a nadie. Y yo siento amor por esa persona”.

    Pero la realidad es otra: sí haces daño a alguien, a ti. Te condenas. Y eso que sientes no es amor, seguro que se parece mucho, pero no lo es. Porque no existe amor verdadero que sea contrario al amor de Dios, y este vínculo –como nos enseña el Catecismo- se opone a la ley natural. La Iglesia, querido amigo, evoluciona, pero no puede convertir la sodomía en virtud. Por mucho que se cometa siempre con la misma persona.

    En cualquier caso, decía que uno empatiza con los homosexuales homosexualistas que encuentra en la Iglesia. Y uno reza por ellos, por su conversión, porque llevan una dura cruz y no querría verme yo soportándola, por mucha ayuda de los Sacramentos que tuviese. Dios les colme de bendiciones.

    Matiz importante: no se escandalice nadie porque la Sagrada Escritura considere los actos homosexuales como depravaciones graves. No se invente nadie que la Sagrada Escritura llama depravados a los homosexuales, sino al acto que con total libertad pueden cometer o no. Una cosa es el pecado y otra el pecador. Rigor con uno, amor con el otro. Y por si hay algún puritano en la sala, quiero dejar claro que los actos homosexuales no son las únicas depravaciones graves que uno puede cometer. Un día, con más de un par de copas, les describo alguna de mis noches de juventud.

    ¿Por qué hay católicos a favor del homosexualismo?

    Ahora bien, con quien no empatizo nada es con los heterosexuales que “están” en la Iglesia y han comprado el discurso homosexualista.

    Muchas personas mueren por afirmar que son cristianos y que siguen a la Iglesia. No tengamos miedo nosotros de morir un poco (cada vez que nos llamen homófobos y otras lindezas)

    Suelen ser modernetes que quieren llevarse bien con Dios sin perder el aplauso del mundo. Y eso tiene difícil encaje. “Si una persona es gay, busca al Señor y tiene buena voluntad, quién soy yo para juzgarla”. La famosa frase del Papa es muy acertada: los cristianos no debemos juzgar a las personas, porque a ver quién es el guapo que está libre de pecado.

    Ahora bien, tenemos la obligación de saber juzgar qué está bien y qué está mal. Debemos conocer, por ejemplo, el citado párrafo del Catecismo y actuar en consecuencia. Los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados, y si usted no está de acuerdo con el magisterio de la iglesia, recuerde que este año se celebra el V centenario de la herejía protestante. Igual le inspira para hacerse una iglesia a medida: recuerde eliminar las cartas de San Pablo a los romanos, a los corintios y a Timoteo. Y meta unicornios, muchos unicornios.

    Ahora mismo muchas personas mueren por afirmar que son cristianos y que siguen a la Iglesia. No tengamos miedo nosotros de morir un poco (cada vez que nos llamen homófobos y otras lindezas) por ser cristianos y seguir a la Iglesia.

    Imagino que este artículo ha herido los sentimientos de más de uno. Es un asunto complicado donde la propaganda ha jugado muy bien sus cartas. Sepan que no era mi intención ofender a nadie sino arrojar un poco de luz sobre tanto tópico y tanto eslogan. Un saludo afectuoso a todos los lectores.

    *Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10

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    Francisco Segarra es director del digital geopolítico www.institutodeestrategia.com, publicitario y escritor. Por un milagro de la Gracia de Dios, después de 40 años de excesos, ya no fuma ni bebe. En Twitter es @ElCoronelPakez y en la vida real un alegre melancólico crónico. Con el monje Altisent cree firmemente que lo que pasa es lo que toca y Dios lo quiere. Su lema: OMNIA IN BONUM.