
Jolene Dawson ha anunciado al mundo que se alegra de haber conservado el pene, una información que, estoy segura, el mundo no siente la menor necesidad de conocer, siendo, por lo demás, un sentimiento que comparten millones de varones que nos hacen la caridad de guardárselo para sí.
Pero, como su nombre femenino -con el que, pueden jurarlo, no nació- indica, Jolene tiene alguna levísima excusa para que su alivio resulte algo más original de lo que sería en otros.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraLa australiana, que con sus 21 añitos ha pasado ya por el cirujano plástico varias veces, tiene el dudoso honor de haber salido tres veces del armario.
Primero lo hizo como gay, lo que a estas alturas no es precisamente el colmo de la originalidad, siendo una aplaudidísima hazaña que pronto la modernidad celebrará con un ritual tan elaborado como grimoso.
Poco después decidió que no, que no era un varón gay, sino una mujer heterosexual atrapada en el cuerpo de un hombre. Muy atrapada debía de estar, porque se ha sometido al bisturí por valor de 70.000 dólares para escapar de tan íntima prisión biológica. Se ha puesto pecho, se ha cambiado la nariz, se ha rellenado la frente y se ha limado la mandíbula. Ahora tiene en proyecto operarse la nuez y coserse el ombligo. Todo muy normal, sigan circulando.
«Se alegra de haber mantenido eso que se ha convertido en símbolo del heteropatriarcado opresor y de lo que carece la abrumadora mayoría de las lesbianas, dándole quizá una injusta ventaja comparativa»
Ya saben, esta cosa que nos venden como lo más ‘natural’ del mundo, pero que exige un grado de pericia médica y quirúrgica avanzadísima. Y cara, muy cara.
Pero no hay dos sin tres, dicen, y ahora ‘Jolene’, después de probar con un centenar el varones -según confesión que, una vez más, el público no le ha demandado-, ha decidido salir por tercera vez del armario, esta vez como lesbiana. Una, en su inocencia, cree que sería más fácil definir eso como una extraña vuelta a la casilla de salida, y que sería más fácil definirse como varón heterosexual, pero la modernidad no funciona así. Y por eso se alegra de haber mantenido eso que se ha convertido en símbolo del heteropatriarcado opresor y de lo que carece la abrumadora mayoría de las lesbianas, dándole quizá una injusta ventaja comparativa.
Ignoro si Jolene cumple las condiciones para tener entrada propia en el Libro Guinness de los Récords. El mundo va tan deprisa que es muy posible que no, o que no pueda revalidar el título mucho tiempo. Pero lo curioso del asunto, lo que me hace traerlo aquí, no es tanto la extraña peripecia de Jolene como el hecho de que, informados de la misma, tenemos que fingir que no nos hallamos ante un caso de evidente inestabilidad mental y emocional, sino de una simple ‘evolución’.
«Si está usted descontento con su sexo, no hay problema, en el registro lo arreglan en un pispás. Si está descontento de su orientación sexual, aguántese y hágase a la idea»
La naturaleza humana es plástica, estamos hechos de plastilina: esa es la base intelectual de la izquierda, del progresismo. Lo único fijo en ellos es que nada es fijo, que no existe ‘naturaleza humana’ en sí misma, y que todo lo que vemos es un mero ‘constructo cultural’. De dónde pueda salir esa ‘cultura’ y cómo explicar que en todas las culturas, algunas remotas y aisladas durante milenios, se hayan repetido idénticos estereotipos, es algo que dejan para otro día, supongo.
Pero hasta su relativismo es relativo, es decir, tiene sus límites marcados caprichosamente por el grupo que tenga mayor fuerza en cada momento. Y si todo es tan fluido y tan dependiente en última instancia de la ‘evolución’ de cada sujeto, marcada en exclusiva por sus libérrimas decisiones, no conseguimos entender por qué no se aplica esto mismo a la homosexualidad.
Porque, vean, aunque los ojos y la biología nos digan que ser varón o hembra es inalterable, que está inscrito y marcado en la última de nuestras células a nivel cromosomático, debemos creer y confesar que basta una declaración para pasar de un sexo (‘género’) a otro como quien cambia de piso. En cambio, si eres homosexual -algo inapreciable, en principio, a simple vista, y sin marcadores biológicos evidentes y fijos-, eso no lo cambia nadie.
No solo que no se pueda, en un sentido de imposibilidad física, sino también en un sentido legal. Si está usted descontento con su sexo, no hay problema, en el registro lo arreglan en un pispás. Si está descontento de su orientación sexual, aguántese y hágase a la idea, porque si hace el menor intento por buscar ayuda, el osado que quiera ayudarle irá a la cárcel y será marcado de por vida como un enemigo del pueblo.