La modernidad tiene sus propias pesadillas, únicas, impensables en cualquier otra época. Tienen de peculiar que, produciendo resultados que harían llorar a Dickens, proceden de algo que se disfraza, no de dureza, sino de tolerancia y bondad.
Un matrimonio británico está ahora experimentando la esperpéntica crueldad de un régimen que se pretende solícito, de unos gobernantes que supuestamente sirven al pueblo en la segunda democracia más antigua de Europa: las autoridades amenazan con quitarles la custodia de su hijo adolescente, diagnosticado de autismo, por negarse a someterle a las brutales alteraciones de un tratamiento de cambio de sexo.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraLes ruego que hagan un esfuerzo para imaginar el cuadro; que, si tienen hijos, traten de ponerse en la piel de estos atribulados padres. Tienen un hijo con necesidades especiales, un hijo al que hay que atender continuamente, y que un día -lo que es algo más frecuente en sujetos neurotípicos que en la población general- expresa el deseo de cambiar de sexo.
No nos cansaremos de repetir dos verdades, al menos mientras sea legal: primero, que el cambio de sexo es una imposibilidad biológica, una ficción que, a costa de tremendos y constantes esfuerzos médicos y quirúrgicos, consigue solo un remedo físico del sexo supuestamente deseado que en una alta proporción de los casos resulta decepcionante para quien padece disforia de género.
Las autoridades escolares acusaron a los padres de «abusar emocionalmente» del niño por rechazar su cambio de sexo, y les denunciaron a los servicios sociales
Y, segundo, que entre el 80% y el 90% de los casos de disforia previos a la pubertad, la identificación con el sexo opuesto al biológico y los deseos de imitarlo desaparecen espontáneamente, sin tratamiento alguno, al llegar al pleno desarrollo sexual.
Nuestro sujeto expresó su deseo de cambiar de sexo, de someterse al tratamiento periódico e interminable para detener el proceso natural de la pubertad -mediante unos bloqueadores cuya seguridad a largo plazo aún no ha sido suficientemente probada-, y sus padres tuvieron la desgracia de que los médicos que le trataban, de la Clínica Tavistock de Leeds, que está autorizada por el Servicio Nacional de Salud para tratar con menores de edad con disforia de género, recomendaron que se administrara bloqueadores de la pubertad al niño para retrasar su desarrollo físico porque creía que era una mujer.
Los padres, temiendo con toda la razón del mundo por los efectos a largo plazo de medicamentos tan radicales, llegaron a la conclusión de que los deseos expresados por su vástago podían tener algo que ver con su dolencia psicológica, y decidieron dejar de llevarle a esa clínica y buscar por otro lado a quien tratara a su hijo.
Pero el niño dijo en clase, en el colegio, que sus padres no querían proporcionarle el tratamiento de cambio de sexo, y el Sistema se puso en marcha, implacable, según informa el diario británico Daily Mail. Un maestro les dijo que deberían aceptar sus deseos o llevarían al menor a un hogar de acogida, y las autoridades escolares acusaron a los padres de «abusar emocionalmente» del niño por rechazar su cambio de sexo, y les denunciaron a los servicios sociales.
Al cabo de seis meses, los servicios sociales determinaron que el niño podía sufrir un «daño importante» viviendo con sus padres y lo incluyeron en un plan de protección infantil. Un amigo de la familia se comprometió a vivir en el hogar familiar para que las autoridades pusieran fin al plan de protección.
Imaginen ahora a los padres, imaginen su devastación. Quieren lo mejor para su hijo, un hijo especialmente necesitado de sus atenciones continuas y su afecto, y simplemente desconfían de su mente inmadura y de su emocionalidad anómala para decidir por su cuenta someterse a mutilaciones quirúrgicas que le cambiarían para siempre y podrían no tener marcha atrás en caso de que se arrepintiese, lo que la estadística disponible sitúa como muy probable.
Y, en caso de que se nieguen a someter a su hijo a ese riesgo físico, puedan perderlo. Esto, sin contar con la desolación emocional de ser acusados de representar un peligro para su hijo y de sufrir la marginación social y la presión de los grupos trans.
Gran Bretaña es, en cierto sentido, un caso extremo, con una policía que ignora la delincuencia grave para centrarse en la detención de ciudadanos corrientes que expresan ideas prohibidas en Facebook o Twitter. Hace unos días, una periodista católica, tuitera habitual, Caroline Farrow, era interrogada por la policía después que se confundiera de pronombre al hablar de un niño transexual. Ese es el nivel.
Pero son las barbas de nuestro vecino; ya podemos poner las nuestras a remojar… O acabar tajantemente con esta locura antes de que acabe con nosotros.