
1.- Para ser madre, empieza por el padre. Paradoja… lo más importante no es el hijo sino el padre del hijo. No podrás ser una buena madre si no pones en primer lugar al padre.
En esta época conviene repetirlo porque parece que el varón no cuenta y que los ninos vienen de París…
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraY no un varón cualquiera, un varón de usar y tirar, sino alguien dispuesto a quererte y respetarte todos los días de la vida, en la salud y en la enfermedad, trabajador, leal, delicado, caballero. Lo de guapo y rico, es relativo, pero si es así tampoco te apures.
Recuerda, sin varón no hay hijos, y no sólo para procrear, sino también para educarlos y lanzarlos a la vida. Es imposible ser una buena madre si no se es una buena esposa. Bueno… ¿a qué estas esperando? Para irte con tu chico y dedicarle tus mejores energías.
2.- Tira tu ego por el sumidero. Puedes ser alta o baja, flaca o rellenita, con o sin master, pero lo que no puedes es ir al paritorio con tu ego. Despréndete de él. Tranqui: tampoco te costará mucho, porque te saldrá sólo: todo para el nino, nada para ti. Descubrirás que con el parto, las noches en vela, darle de mamar, cambiarle los pañales y los desvelos de los primeros años, es como si un típex imaginario borrara de tu cabeza todo lo que se refiere a ti y solo ocupara sitio –en tu vida- el nuevo ser. La maternidad es una eficaz vacuna contra el egoísmo.
Cualquier madre sabe que está ante algo grandioso porque ella no sabe hacer ojos, boca, pies, manos; que la nueva criatura es muy superior a su pobre contribución
3.- Presume de hijo, pero recuerda que no lo has fabricado tú. Ponte hueca y enorgullecete de tu criatura. Pero no olvides que ese milagrito de carita graciosa y deditos sonrosados no es obra tuya. El varón llega a la Luna, descubre América o descubre al Dr. Livingstone junto al lago Victoria y se pone insoportable. Ninguna de esas proezas son comparables a un ser humano formándose en las entrañas de la mujer y sin embargo, ésta no pierde los papeles. Cualquier madre sabe que está ante algo grandioso porque ella no sabe hacer ojos, boca, pies, manos; que la nueva criatura (única, irrepetible, que tomará sus propias decisiones y sus propios derroteros) es muy superior a su pobre contribución; y que aquello le excede… porque viene de lejos y se proyecta al absoluto. No tiene sentido que se vanaglorie.
4.- Retrasa el cole y la guardería… si puedes. La recién parida prefiere quedarse con esa cosita tibia y diminuta en el regazo, y no quiere que se lo lleven a Nidos. Nada más natural. No te pierdas sus gateos y primeros pasos, cuando echa los dientes, cuando estrena el cochecito y la calle. Pero tampoco te pierdas, si puedes, sus primeras letras, la “m” con la “a” “ma”, no dejes que nadie más se lo enseñe. La que transmite la lengua materna es la madre, la que enseña las primeras oraciones, y le cuenta los primeros cuentos. No dejes que la guardería te usurpe. Ni dejes que otros modelen su cabecita: eres tú la que tienes el derecho y el deber de imprimir tu sello personal en la cera blanda de tu hijo.
¡Es que yo trabajo y tengo que enviarlo a la guardería!. Ok, si no tienes más remedio… pero pon en la balanza tu trabajo y los primeros pasos del nino… y toma decisiones. De ser madre nunca te arrepentirás… Quédate con la frase de Chesterton: “Una madre sólo envía al nino al colegio cuando ya es muy tarde para enseñarle las cosas que de verdad importan”.
5.- No seas pesada, tiene derecho a equivocarse solo. Eso sí, en cuantito, el mozo/a llegue a Bachillerato despréndete de él. No eres la propietaria de esa vida, sólo su administradora o tutora. En cuanto se valga por sí solo, lo sano es que vuele. Déjale, no le des la vara, no te pongas pesada. Tiene derecho a equivocarse sólo.
Te costará porque la madre querría para el nino una vida indolora, sin espinas ni aristas, y con éxito, pero tal cosa es imposible. El suspenso, el chichón, el desprecio, van en el pack educativo y pueden ser más formativos que dos masters, cuatro idiomas y una vida regalada. Al chaval hay que prepararle para el fracaso, no para el éxito. Es la mejor forma de hacerles ver que el bien no siempre tiene premio y el mal no siempre tiene castigo y que, no obstante, es preciso hacer el bien y evitar el mal.
6.- O tienes hijos para la vida después de la vida o no compensa. O tienes una visión trascendente de la vida o la educación es un fiasco. Echa cuentas… ¿compensa criar y educar a los hijos y desvivirte por ellos, para que todo termine dentro de 70 u 80 años en la nada? ¿Qué aliciente puramente humano puede tener formar una familia, trabajar arduamente por mantenerla, y traer hijos a un mundo hostil y en la que el sufrimiento es la regla?
¿Qué aliciente tiene una vida marcada por el dolor y la incertidumbre, y que inevitablemente concluye con la derrota, sí o sí, es decir la muerte?
¿Qué aliciente tiene una vida marcada por el dolor y la incertidumbre, y que inevitablemente concluye con la derrota, sí o sí, es decir la muerte? Sin una proyección trascendente, sin una creencia en la vida perdurable, encarar la vida terrena de forma desinteresada, en lugar de optar por el epicureísmo, es de masoquistas. Yo desde luego no lo soy: si he formado una familia con Teresa, mi mujer, y hemos tenido 7 hijos es porque creemos que esta vida pide otra, y que nuestras 7 criaturas tienen un destino eterno. Esa y no otra es la clave de la educación. A menos que prefieras la frase de Camus en su obra Calígula: “Los hombres mueren y no son felices”.
7.- Siempre te quedará París. Llegará un momento en que el crío se irá, para formar una familia, para correr mundo. Tu papel consiste en dejarle marchar, respetar su libertad, llorar por él y esperar, quieta parada en tu sitio. Tranquila: la familia es el lugar al que siempre se vuelve. Pero antes te ignorará y, probablemente, te tildará de pelma. Sin lágrimas no hay madre, sin el sabor agrio de la ingratitud no hay madre. No esperes su agradecimiento. Siempre te quedará París: tu chico, el padre, el origen de todo.
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