
Por Pablo Gutiérrez Carreras.
Pero, después de todo (vea los dos primeros artículos de la serie: I y II), he encontrado en la Ley un aspecto verdaderamente digno de elogio. Una de las conductas que llevan multa es: “La elaboración, utilización o difusión en Centros educativos de la Comunidad autónoma de libros de texto y/o materiales didácticos que presenten a las personas como superiores o inferiores en dignidad humana en función de su orientación sexual e identidad o expresión de género, o que inciten a la violencia por este motivo”.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraPues sí, aquí sí que dan en el clavo. Y en este aspecto, se recoge una doctrina de la Iglesia. La Iglesia siempre nos ha recordado que una cosa son las personas de condición homosexual y otra, sus actos (por citar un ejemplo antiguo, Declaración de la CEE Matrimonio, familia y uniones homosexuales n.4, documento de 1994; pero podría citarse miles de documentos, empezando por el Catecismo). Nadie puede considerarse superior a otro en dignidad. La dignidad nos la da Dios. “Y vio Dios que era muy bueno” (Gn 1,31).
El pecado, enseña la Iglesia, no nos hace perder la imagen de Dios que somos (perdemos la semejanza, decían los Padres de la Iglesia, pero no dejamos de ser imagen de Dios). Porque una cosa es defender la sacramentalidad del matrimonio entre hombre y mujer, sacramentalidad que no posee la unión de dos personas del mismo sexo.
Las personas han de ser tratadas (todas) con atención, amor y misericordia
Pero esto no es juicio sobre la dignidad de las personas. Por eso podemos y debemos hablar bien alto de la grandeza del matrimonio sacramental. Porque con eso no atacamos a nadie. Es como quien se goza con la chuleta y el vino… Defender estas cosas y amarlas no supone condenar a los vegetarianos. Supone, simplemente, disfrutar con la chuleta y el vino.
Las personas han de ser tratadas (todas) con atención, amor y misericordia. Pero precisamente por ello, para ayudarles (ayudarnos) a alcanzar los bienes a los que estamos llamados (sobre todo, la comunión, esa especial unión que se experimenta en la relación padre-hijo, en la amistad, en el matrimonio, en la relación con Dios) podemos y debemos recordar las doctrinas de la Iglesia.

Así lo hizo el mismo Jesús. Predicó la indisolubilidad del matrimonio, pero cuando se encontró con la mujer de los cinco maridos, le prometió un agua con la que ya no tendría más sed (Jn 4, 13). Jesús nunca dejó de acercarse a los pecadores (todos somos pecadores, necesitados de perdón y misericordia), pero recordándoles siempre que estaban llamados a una vida nueva. Jesús tenía palabras de misericordia. Su vida fue entrega salvadora, por su misericordia hacia los hombres.
Eso es así, pero también los evangelistas nos presentaron sus terribles advertencias. Quizá son literarias, en un contexto oriental enigmático, poético, exagerado, terrible. Pero ahí están. A algunos diputados les vendría bien leerlas: “El que escandalizare a uno de estos más pequeños…” (Mateo 18, 16).
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Primer artículo de esta serie: Ley de imposición sexual de Cifuentes (I): Censura vs glamour.
Segundo artículo de la serie: Ley de imposición sexual de Cifuentes (II): Entrada libre, pero no hay salida.