
¿Alguien cree seriamente que gracias al nuevo permiso de paternidad va a aumentar la tasa de fertilidad de España, (1,33 hijos por mujer) una de las más bajas de Europa?
Sobre todo porque la medida no es para fomentar la maternidad sino para posturear de igualdad -dogma feminista que no admite discusión, bajo pena de anatema-. No viene mal que el padre disfrute de una semana más de paternidad y que se repartan las cargas con la madre, pero que no nos vendan la medida como la panacea, porque en realidad responde a un camelo ideológico. Como ha dicho muy bien Leonor Tamayo en Actuall, “No puedes equiparar lo que no es igual”.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
Suscríbete a Actuall y así no caerás nunca en la tentación.
Suscríbete ahoraHombres y mujeres somos iguales en derechos. Y era inadmisible que la esposa en España no tuviera cuenta corriente sin permiso del varón, o que no accediera al mercado laboral. Hasta ahí de acuerdo. Pero la igualdad absoluta es un camelo. Porque la civilización se basa en la diferencia. La que hace antropológicamente complementarios a varón y mujer. Y tratar de borrar esa diferencia es cargarse la civilización. En esas está el feminismo radical: en vender como progreso que la mujer imite al varón y renuncie a la maternidad.
Y por ese camino, el Occidente del siglo XXI está siguiendo los pasos de la antigua Roma, cuando las mujeres dejaron de reproducirse y era práctica corriente el aborto (o el abandono de los recién nacidos en la llamada “columna lactante”).
A ver, señores del Gobierno y la oposición ¿nos quieren decir cómo vamos a eludir el precipicio demográfico, si todo el sistema económico y social está diseñado para que nos tiremos de cabeza en él?
Veamos: el matrimonio está perseguido políticamente, penalizado económicamente y mal visto socialmente, hasta el punto de que chicos y chicas procuran evitarlo. Y el matrimonio (del latín ‘matrem’, madre) es la institución que asegura la perpetuación de la especie y el relevo generacional…
En EE.UU., ya hay más mujeres universitarias que hombres y en menos de 20 años habrá dos graduadas por cada graduado
Pero madres es lo último que quieren ser las jóvenes de Occidente. Prefieren ser ingenieras, ejecutivas, médicos o jueces. Antiguamente a la niña se le preparaba para las nupcias desde pequeña, y no salía de casa de sus padres sino para matrimoniar y formar una familia y tener hijos; actualmente a la niña se la programa para que se empodere y triunfe en la jungla laboral. En EE.UU., ya hay más mujeres universitarias que hombres (60% frente a 40%) y en menos de 20 años habrá dos graduadas por cada graduado.
Y si hace una carrera y luego un par de Másters y aprende idiomas y se curte en el extranjero no es para colgar los títulos y casarse, sino para amortizar la inversión y conseguir un buen trabajo y escalar en el mundo profesional.
Lo de ser madre pasa tan a segundo plano que ya no se acuerda hasta que el reloj biológico le avisa -en torno a la cuarentena- de que se le pasa el arroz, y entonces le entran las prisas… y quizá llega tarde. O como mucho tiene un hijo. (Y bien está; cada vida es un regalo, con un valor incalculable). Pero entonces no salen las cuentas.
En España ya hay más muertes que nacimientos y con una tasa de fertilidad tan baja, en 40 años habrá más septuagenarios que personas en cualquier otra franja de edad, y nos convertiremos en un empobrecido asilo, como apunta Alejandro Macarrón en Suicidio demográfico en Occidente y medio mundo: ¿A la catástrofe por la baja natalidad?
Los hombres somos de Marte y las mujeres de Venus, como titulaba John Gray su famoso libro, pero el establishment político se niega a verlo. Y vende como un logro histórico el empoderamiento de la mujer, pero cabría preguntarse si realmente es un logro o un retroceso.
No me miren así, yo no tengo la respuesta. Me limito a hacer preguntas incómodas ante hechos incontrovertibles. Las mismas que se hacen muchas mujeres, sotto voce claro… no sea que las lapiden, y algunas han dado el paso de hacerlo en público, y regresar al hogar y a la crianza de los hijos, como cuenta la periodista sueca Eva Herman en su libro El principio de Eva o la suiza Marianne Siegenthaler en «Ama de casa, el mejor trabajo del mundo”.
Estas y otras feministas que están de vuelta explican que la mujer, en líneas generales, se ha tragado el camelo de la liberación, y en lugar de eso está más sojuzgada que nunca. La medievalista Régine Pernoud, biógrafa de Leonor de Aquitania, explica que la mujer ha tenido históricamente un poder inmenso, dentro y fuera del hogar: el poder de transmitir la vida y también la cultura (¿por qué se dice “lengua materna” y no lengua paterna?). No se notaba, porque parecía que el hombre mandaba.
Pero en siglo XX, a la vez que adquiría derechos políticos tiraba el cetro que ostentaba en el ámbito familiar y ha terminado por convertirse en una superwoman cargada de trabajo, que no llega a nada, que va siempre con la lengua afuera, que imita al varón, en lugar de poner su sello femenino, y que está inevitablemente frustrada porque ha renunciado a ser madre.
Lo vio venir tempranamente Chesterton cuando ironiza sobre el mito de la igualdad: “La mujer ha dejado de ser reina de su familia para convertirse en esclava de su jefe”.
No nos engañemos: si por conciliación se entiende conciliar trabajo y hogar es un mito, porque tal cosa es harto difícil en la práctica, sobre todo si se tienen hijos, ya que para éstos la madre es insustituible.
Pero si por conciliación se entiende conciliar marido y mujer, no sólo no es un mito, sino que es lo natural. Históricamente no había nada que conciliar porque hombre y mujer trabajaban juntos en la casa y en el campo, y ella lo mismo daba de mamar al crío, que ordeñaba las vacas o vendimiaba.
Eso termina con la Revolución Industrial y en el siglo XX muchas mujeres se ven obligadas a elegir entre trabajo y hogar y se olvidan de que la verdadera conciliación no es trabajo-hogar sino la conciliación marido-mujer. Se olvidan de que el trabajo en el hogar es un verdadero trabajo, aunque no tenga visibilidad, y no esté remunerado ni reconocido. Pero es un trabajo crucial en la civilización, porque criar y educar hijos es “hacer personas” como señalaba el filósofo Julián Marías.
El varón podrá llevar a los niños al parque o hacer las cenas, pero no embarazarse, ni parir, ni amamantar
Y ahí el varón no puede sustituir a la mujer. Podrá tener cinco semanas de paternidad, pero jamás podrá hacer lo que hace una madre.
El varón podrá poner el lavavajillas, llevar a los niños al parque, planchar o hacer las cenas, pero no podrá embarazarse, ni parir, ni amamantar, ni tampoco transmitir la ternura y los cuentos infantiles como lo hace la mujer.
Menudo dilema dirá usted. En efecto, en menudo lío nos ha metido el sistema capitalista-consumista. Porque la culpa no la tienen las mujeres, sino un sistema injusto que nos conduce a todos a un callejón sin salida. Fueron los Rockefeller de turno los que tuvieron la feliz idea, allá por los albores de 1900, de hacer que la esposa siguiera los pasos del marido y también se pusiera a trabajar fuera de casa. Muy hábil: el plutócrata conseguía duplicar la mano de obra pagando el mismo salario. Dos trabajadores por el precio de uno. Y hasta ahora.
¿Cómo lo ven? Si alguien tiene alguna alternativa, que no se la guarde para sí. Se lo ruego.