
La homeopatía ha sido descalificada por la Organización Mundial de la Salud y los ministerios de Sanidad de diversos países. Se considera una pseudociencia, una superchería, carente del más mínimo rigor científico.
Y la Universidad de Barcelona ha suprimido un master de esa especialidad. Sin embargo, el Gobierno (o lo que queda de él) no ha suprimido el Ministerio de Igualdad –que ahora está unido a Sanidad y Asuntos Sociales-, a pesar de que la igualdad es un mito feminista que carece de rigor científico. El hombre y la mujer sólo son iguales ante la ley, y en lógica consecuencia tienen los mismos derechos, pero en todo lo demás son distintos y en eso consiste la gracia y la razón de ser del hombre y de la mujer: en la diferencia.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraTampoco la Ideología de Género posee base científica. Pero ahí la tienen: en las leyes, en los programas de los partidos, y hasta en los libros de texto. ¿Cómo es que tamaña superchería ha llegado tan lejos? Muy sencillo. Porque la política ha entrado como un elefante en una cacharrería en el terreno de la ciencia.
¿Puede el BOE negar lo evidente y hacer que dos y dos sean cinco?
¿Puede el Boletín Oficial del Estado negar lo evidente y hacer que dos y dos sean cinco? Claro que puede. Ocurrió con un Gobierno que elevó a ciencia una solemne mamarrachada, la impuso por real decreto, y eliminó del mapa a quien osara disentir, a golpe de ostracismo académico, multa o prisión.

El Gobierno era el de Stalin y la mamarrachada la de Trofim Denisovich Lysenko, un ingeniero agrónomo que sostenía que las plantas podían ser modificadas únicamente por el ambiente al que se encontraran expuestas, sin tener en cuenta su herencia genética. Lysenko logró el favor de la cúpula soviética, que consideraba la genética como «ciencia burguesa», y su disparatada teoría fue doctrina oficial de la URSS durante dos décadas. Consecuencia: el fracaso más absoluto.
Camino a Siberia
Con Lysenko, dos y dos fueron cinco, sí, pero mientras la genética sirvió en Occidente para mejorar las cosechas, en la URSS millones de personas murieron de hambre. Y hasta que cayó en desgracia, Lysenko estuvo en el olimpo de la Academia de Ciencias, ganó el Premio Stalin y la Orden de Lenin, y fue considerado un héroe nacional. Y los científicos que se atrevían a decir que dos y dos no son cinco sino cuatro acababan en Siberia, como Nicolai Vavilov, el mejor genetista ruso, acusado de ser espía británico, que murió en un campo de concentración en 1942.
Hay un número apreciable de varones asesinados por mujeres, pero como el dato se opone a la doctrina oficial, el Gobierno silencia la cifra
El mito de la igualdad se basa en una mentira: que varón y mujer son la misma cosa; como la Ley de Violencia de Género se basa en otra: que la violencia es consustancial al hombre y es preciso corregir esa tendencia. Cuando la violencia no tiene género, como lo demuestra el hecho de que haya un número apreciable de varones asesinados por mujeres.
Pero como ese dato se opone a la doctrina oficial, el Gobierno silencia la cifra. A la cruda realidad la llaman machismo, como los soviéticos llamaban «burguesa» a la evidencia científica.

Lo mismo ocurre con la Ideología de Género. Otra superchería elevada a la categoría de ciencia, por el procedimiento de llenar cátedras universitarias de “lysenkos”, publicar tesis doctorales feministas o de género como churros (y eso son: churros, por su compulsiva cantidad y su nula calidad), convertir el camelo en doctrina académica e imponerla luego en los planes escolares a fin de troquelar las cabecitas de los futuros ciudadanos.
En eso, la Igualdad y el Dogma de Género siguen al pie de la letra el guión que el marxismo dejó escrito a comienzos del siglo XX. Primero se hace una revolución (la rusa de 1917 o la sexual de los años 60); después se transforma la sociedad (se suprimen las clases sociales o –en el caso presente- se suprime la distinción de sexos); y, por fin, se impone una férrea dictadura (la soviética o la dictadura de Género).
Delatar por miedo
Para que cuaje la ambiciosa operación de ingeniería social es preciso que la verdad sea sustituida por la mentira y que los disidentes sean condenados al silencio o al ostracismo. De lo primero se encargaron algunos de los científicos que en EEUU fueron presionados por los lobbies gays y feministas y que por miedo a perder el prestigio o el puesto de trabajo negaron la evidencia. Ni hay nada más eficaz que el soborno del dólar y el soborno de los respetos humanos.
Y de las condenas se encargaron los gobernantes, jueces y legisladores, que ganados a la causa de la Igualdad y el Género, repescaron otro clásico del totalitarismo marxista: la censura. ¿Que a alguien se le ocurre levantar la voz para recordar que dos y dos no son cinco sino cuatro? Le arreas una multa de muy padre y señor mío y verás como no vuelve a chistar. Que el infeliz, a pesar de todo, insiste… no te preocupes, sus compañeros le delataran por miedo (como se hacía en el maoísmo), le señalaran con el dedo y él quedará profesionalmente arrinconado y condenado a una Siberia especialmente cruel: el ridículo.
Como en la URSS la mentira se presenta como verdad irrefutable y como en la URSS los disidentes son perseguidos
Como ven, no hay tanta diferencia entre el caso Lysenko del estalinismo y lo que está ocurriendo ahora mismo en Occidente. Como en la URSS, la mentira se presenta como verdad irrefutable (y ese era justamente el nombre del periódico del Partido Comunista ruso: Pravda, La verdad); y como en la URSS, comisarios políticos, celosos inquisidores y tropeles de lameculos persiguen a los disidentes, a golpe de censura.

Lo peor que podríamos hacer es ceder ante quienes, por sus mismísimos decretos, osan poner sus manos sobre nuestros hijos con sus operaciones de ingeniería social; o ante quienes –a golpe de multas o cárcel- pretenden dinamitar la libertad de expresión, uno de los pilares de la democracia.
Nos acusarán de «reaccionarios y decadentes» y hasta puede que, en su paranoia, nos acusen de ser «espías britanicos». No nos importa. Todo menos seguirles la corriente.