
Aunque Steven Spielberg situó Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal en el contexto de la Guerra Fría, sólo con El puente de los espías ha abordado en serio este período de la historia reciente, a partir de hechos reales. El cineasta ha ido construyendo su filmografía combinando los títulos palomiteros propios de un Peter Pan que se negaba a crecer, con otros títulos más maduros, casi siempre de corte histórico, ligados a Estados Unidos o a sus orígenes judíos.
25 años después de la caída del telón de acero, Steven Spielberg entrega El puente de los espías, la última de sus lecciones de historia en celuloide, que incluye imágenes del levantamiento del muro berlinés de la vergüenza. Muy bien realizada, quizá otro director la habría concebido con un corte más intimista. Pero Spielberg no sería Spielberg si no recurriera a la espectacularidad que le permite un holgado presupuesto, a su disposición siempre, de modo que un Berlín o un Nueva York de finales de los años 50 y principios de los 60 lucen espléndidamente, como también las evoluciones de los aviones espía americanos U2 que sobrevuelan la Unión Soviética, para tomar fotos de los movimientos del proverbial archienemigo.
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Para bucear en la Historia, Spielberg recurre, como es habitual en él, a una historia más pequeña, protagonizada por personas de carne y hueso; y tanto en este caso como en los que le precedieron, al contrario de lo que asegura el dicho popular, las hojas no impiden ver el bosque. De modo que temas como los miedos casi paranoicos de la Guerra Fría a la confrontación nuclear, junto al rechazo a todo aquello que oliera a comunista, hasta el punto de que uno podía ser tachado de antipatriota si no lo rechazaba con la debida contundencia, y el espionaje entre uno y otro bando, son servidos a través de las andanzas de James B. Donovan, un abogado al que tocó defender a regañadientes a un espía ruso pillado en Estados Unidos in fraganti. Tal circunstancia le llevaría más tarde a participar en un intercambio de prisioneros en Berlín.
En el paraíso de la libertad (EEUU) hasta los comunistas cuentan con un abogado que les defienda
La peripecia de este personaje, encarnado por Tom Hanks, permite dar al film un aire capriano, Donovan es una especie de caballero sin espada, que asiste legalmente a su cliente espía, no acepta limitarse simplemente a hacer el paripé de que en el paraíso de la libertad que sería Estados Unidos, hasta los comunistas cuentan con un abogado que les defienda.
Estamos ante el paradigma del héroe corriente, que actúa del modo que considera correcto, incluso saliéndose del guión que otros le han trazado, con su determinación para salvar a un estudiante que, en principio, no forma parte del canje previsto. El enfoque idealizado recuerda a otro personaje real al que Oliver Stone dotó de rasgos indudablemente caprianos, el Jim Garrison que investiga el magnicidio de JFK.
Resulta curioso observar que el acercamiento de los filmes de Spielberg a la Historia comenzó de modo lúdico y anecdótico, casi infantil, con las aventuras del intrépido arqueólogo Indiana Jones. De ahí, trasunto de sí mismo, colocó a un chico obligado a madurar en el centro de El imperio del Sol, primero de sus acercamientos a la Segunda Guerra Mundial.
Por supuesto, la película que al fin le convirtió en un cineasta ‘serio’ fue La lista de Schindler, donde para mirar al horror del holocausto puso el foco en un empresario avispado, Oskar Schindler, que de moverse por su propio interés reclutando mano de obra judía barata, pasa a darse cuenta de que “quien salva a un hombre, salva al mundo entero”.

Igualmente, para abordar el desembarco de Normandía, tomó en Salvar al soldado Ryan una de las historias humanas que se cuentan por millones acerca de esa guerra, la del intento por poner a salvo a uno de los combatientes cuyos hermanos, también en el frente, han muerto en distintas acciones bélicas. En su esfuerzo por humanizar la guerra y mostrar personas, el director cambió un poco el chip al escoger como escenario la Primera Guerra Mundial en la algo disneyana Caballo de batalla, pues es un animal aquí el que sirve de “mcguffin” o excusa argumental para tal propósito.
En Lincoln se describe la lucha política en el Congreso para liquidar la compraventa legal de esclavos
Los conflictos bélicos citados, aunque no dejan de ser mundiales, tienen rasgos genuinamente americanos. A la hora de mirar al pasado, Spielberg no se ha remontado muchos más lejos de la historia de los todavía jovenes Estados Unidos, lo más lejos que se ha ido fue al período en que estaba en juego la abolición de la esclavitud, en Amistad, sobre el motín abordo de este barco negrero en 1839, donde se encuentran presentes dos presidentes, Martin Van Buren y John Quincy Adams; otro presidente era el protagonista absoluto de Lincoln, donde se describe la lucha política en el Congreso, en plena guerra de secesión, para liquidar la compraventa legal de esclavos. Previamente la situación de los afroamericanos en su país había sido objeto de otra película, la más femenina de Spielberg, El color púrpura.
En todas las películas citadas hay causas nobles, y héroes sin tacha. La excepción en el recorrido histórico spielbergeano podría ser tal vez Munich, una trama de venganza, la respuesta de los servicios secretos israelíes al terrorismo olímpico palestino de 1972, un comando que busca a los responsables del atentado para eliminarlos, aplicando estrictamente la ley del talión.
El director, judío como es bien sabido, ofrece su reflexión acerca de los odios que anidan en Oriente Medio, donde la violencia engendra más violencia, y en que las razones y respuestas de los distintos bandos pueden ser cada vez más difíciles de diferenciar, como sugiere la escena en que comparten apartamento israelíes y palestinos; su cinta despertó críticas del lado sionista, pero después de ganarse el respeto de los que temían que trivializara Auschwitz en La lista de Schindler, está claro que no convirtió el asesinato masivo en superficial espectáculo hollywoodiense, la suya había pasado a ser una voz autorizada y respetable.