Grandes novelas, grandes naciones

    Jonathan Franzen llegó a la portada de la revista Time con su novela 'Libertad', sin embargo su última publicación 'Pureza' no ha recibido críticas tan buenas.

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    El autor Jonathan Franzen/Fuente:EFE

    Siempre he sentido algo de envidia (todo lo sana que puede ser una envidia) de la narrativa estadounidense. No de la calidad puramente literaria, terreno en el que la novelística española tiene elementos más que dignos y ha dado algunas de las mayores cumbres del género. La envidia, que me gustaría ver convertida en alguna forma autóctona de emulación (que no imitación), tiene que ver con cierto ingrediente de su contenido.

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    Portada de ‘Pureza’ de Jonathan Franzen.

    Salamandra acaba de editar en España Pureza, lo último de Jonathan Franzen. Las críticas no han sido tan buenas en esta ocasión, pero recuerdan que Franzen insiste en la veta de su anterior Libertad, que lo llevó a la portada de la revista Time, aclamado como último autor de la Gran Novela Americana (GNA).

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    Franzen llega a la portada de Time.
    Franzen llega a la portada de Time.

    Tal cliché, acuñado en el siglo XIX con indisimulado marchamo publicitario por John William DeForest, ha perdurado a lo largo de la historia norteamericana con significativa energía. Eduardo Lago define la GNA como “aquella que, en virtud de un consenso imposible de definir, se considera que ha sido capaz de dar expresión al espíritu colectivo de la nación, de la cual es una alegoría”.

    La opinión pública termina estableciendo una para cada “vértice del tiempo”. Aunque por supuesto circulan diferentes listas, en todas aparecen desde Moby Dick a El día de la independencia de Richard Ford, pasando por Las aventuras de Huckleberry Finn, El Gran Gatsby o Las uvas de la ira.

    A nadie le parece que intentar captar el alma de su país sea ‘facha’

    Lo más interesante a nuestros efectos es la transversalidad del concepto. Prácticamente todos los novelistas estadounidenses, grandes y pequeños, de izquierdas o derechas, de una época o de otra, críticos o elogiosos con su circunstancia, desde el último plumilla al autor consagrado aspiran a cazar esa Ballena Blanca que los justificará para siempre ante sus compatriotas. A nadie le parece que intentar captar el alma de su país sea ‘facha’. Asumen la búsqueda de su identidad con una naturalidad… sí, envidiable.

    El tropiezo de Franzen

    Pureza, efectivamente, ha pinchado en hueso. Pero Franzen ha vuelto a intentarlo. De nuevo bucea en el corazón de su patria, que intuye incrustado en las relaciones personales y, sobre todo, familiares de sus compatriotas. Como el resto de sus colegas cazadores de la GNA, pretende poner la lupa en la realidad de su época para vigilar el respeto a lo que cada estadounidense considera inalienable: la persecución del sueño americano, concepto tan difuso como claramente intuido por el ciudadano concreto, incluso el más ferozmente crítico con el sistema. O quizás ese más que ninguno. El mismo Franzen se ha manifestado a menudo en contra del chovinismo paleto, al nacionalismo rancio que rezuma más de uno de sus compatriotas. Pero lo hace precisamente desde su orgullosa legitimidad de estadounidense.

    Y aunque Franzen se equivoque, aunque yerre en esta y otras novelas, aunque muchas de sus posturas (y postureos) políticos me puedan repatear, a pesar de todo, desde este lado del Atlántico yo me quito el sombrero.

    Me quito el sombrero ante el meritorio tropiezo de Franzen y saludo la llegada de El hijo, de Philip Meyer. Random House acaba de publicar en España, tras causar furor en el mundo anglosajón en 2013 y recibir el 2015 Prix Littérature Monde de Francia, esta novela de largo aliento que narra la vida de varias generaciones de una familia texana, desde principios del siglo XIX, en el salvaje Oeste, hasta una actualidad que se revela no mucho menos salvaje. Dura y sin contemplaciones, nada de mitificar/mistificar la patria: toda la violencia y los pecados originales, pero también el orgullo de una historia poderosa y una identidad rica. Con alma, sí. Encabeza la página web oficial del autor la siguiente cita sacada de una crítica de The Washington Post: “El hijo supone un plausible postulación a Gran Novela Americana”. Ninguna vergüenza. Al contrario, orgullo de quien se siente otro eslabón en una cadena que merece la pena honrar.

    ¿Se imagina que alguien se atreviera hoy a proponer una Gran Novela Española?

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