
El mes de junio suele ser duro para los cines, porque si un año no hay Mundial de Fútbol, es que hay Eurocopa, y luego además llega la Olimpiada, y encima hace buen tiempo, y lo que apetece es estar en la playa o en la piscina, y no encerrado en una sala oscura. Quizá por eso las distribuidoras han programado el estreno de dos títulos deportivos, ambos basados en hechos reales. Eddie el Águila nos sitúa en los Juegos Olímpicos de Invierno de Calgary, en el año 1988, en la competición de saltos de esquí, mientras que The Program pedalea acerca del Tour de Francia en un período que se extiende de 1999 a 2012.
Los protagonistas de ambos filmes no pueden ser más diferentes. El británico Michael “Eddie” Edwards es un tipo ingenuo, de orígenes humildes, que de pequeño tuvo un problema en las rodillas. Más sencillo que una mata de habas, siempre ha soñado con participar en la Olimpiada, y debido a sus limitaciones físicas, que le impiden optar a la clasificación, se decanta por una disciplina, el salto de esquí, que no ha tenido representante de su país desde tiempos remotos.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraDesde el principio de Eddie el Águila el espectador tiene claro que Eddie no es precisamente alguien cuya casa va a necesitar una ampliación para colocar las muchas copas y medallas que le aguardan. Pero él va a pelear, se va a esforzar para salvar los obstáculos que le ponen en el Comité Olímpico de su país, irá subiendo de altura en el trampolín de salto, y va a ganarse el corazón de Bronson Peary, antiguo y malogrado saltador, al que trata de camelarse para que le entrene.

El film dirigido por Dexter Fletcher, que antes dirigió la recomendable Amanece en Edimburgo, rompe así con el clásico drama deportivo donde la meta se reduce a ganar. Y el mérito es que a pesar de todo hay emoción, y épica, y lágrimas, y risas. La relación entrenador-deportista rompe tópicos –están muy bien Taron Egerton y Hugh Jackman– y hay momentos mágicos, como la de la breve conversación entre el favorito finés y Eddie. Desde luego la cinta pone en valor la máxima olímpica sostenida por Pierre de Coubertin, lo importante no es ganar, sino participar.
Por supuesto que la victoria es importante, a nadie amarga el dulce de ser el primero en una disciplina deportiva, todo lo contrario. Durante muchos el estadounidense Lance Armstrong fue un icono de la bravura en el ciclismo, y sus siete maillots amarillos en el Tour de Francia parecían una hazaña imposible. Y es que en realidad eso era: imposible. Las dudas sobre el dopaje del ciclista planearon, mientras otros compañeros de pedaleada daban positivo en los controles. Los aficionados querían creer que no, su caso era distinto, él había superado un cáncer, y todo lo había logrado a base de fuerza y tesón. Finalmente todo salió a la luz, y el deportista admitió sus métodos poco nobles para ganar, él quería la victoria a cualquier precio, no le valía otra cosa.

En The Program Stephen Frears consigue entregar un relato bastante ajustado de lo ocurrido en los años del fraude Armstrong. No se ensaña con su protagonista, encarnado bien por Ben Foster, simplemente muestra a alguien enfermizamente obsesionado con el primer puesto, con ganar, con el triunfo. Se trata de un personaje lleno de contradicciones, al que claramente le agrada visitar un hospital de ninos con cáncer, y “perder el tiempo” con uno de ellos con el ánimo decaído; pero que también puede comportarse como alguien próximo a un matón de discoteca, cuando en el pelotón advierte a otro ciclista de lo poco aconsejable que resulta denunciar las prácticas de dopaje, todos de alguna manera están en el mismo barco viene a decir.
No deja de ser curioso observar que a Frears le interesen de siempre los engaños, no hay más que ver en su filmografía al seductor vizconde de Valmont en Las amistades peligrosas, a Los timadores tomados de una novela de Jim Thompson, o al falso Héroe por accidente en que un pillo suplanta a otro pillo que ha salvado al pasaje de un viaje aéreo. Aunque también tiene un film dedicado a uno de los deportistas más admirados, el recientemente fallecido boxeador de El gran combate de Muhammad Ali.
En tiempos de cita con las urnas para elegir Parlamento y Senado por segunda vez en seis meses, no estaría de más que los partidos políticos sostuvieran con claridad unos principios y no buscaran el voto y ganar a cualquier precio. Desgraciadamente veo poco espíritu olímpico y de diálogo en nuestros candidatos, incapaces de negociar en serio un pacto, todo parece que se hace cara a la galería, y no con el propósito primordial de servir a los españoles. La verdad es que prefiría 4 águilas como cabezas de cartel, pero nuestras aves presidenciables no parecen capaces de alzar el vuelo, demasiado lastre en sus prejuicios y ambiciones para despegarse de la tierra. Unos más que otros, sí, pero no, no veo águilas sino aves de corral.