¡Muera el Quijote! (dejadle Descansar en paz)

    Se cumplen cuatro siglos de las muertes de Cervantes y Shakespeare.

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    Don Quijote y Sancho Panza/Fuente:EFE.

    Aviso a navegantes de la cosa cultural: en abril se cumplen cuatro siglos redondos y lirondos de las muertes gemelas de Cervantes y Shakespeare. Si los aniversarios en general tienden ya a precipitar cataratas informativas más o menos informativas, imagínese uno que incumbe a semejantes nombres y, sobre todo, que se origine en tamaña casualidad.

    Más de un bestsellero está tardando en convertir esta última circunstancia en causalidad esotérica, ya verá. Yo, menos veloz y osado que Dan Brown, por ejemplo, me limitaré de momento a proponer un vistazo a la huella de las dos cimas de la literatura universal en sus correspondientes caracteres… nacionales. Con perdón, pero es que juraría que estas han existido y siguen existiendo, pese a la tabarra de la globalización (¿ya nadie se acuerda de las ecúmenes griegas, romanas, cristianas…)

    Algunas personas creen que La Sexta da información.

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    La Inglaterra que hemos conocido desde Shakeaspeare a esta parte dibuja una historia de éxito. Nos guste más o menos, sea más o menos justo, esté cimentada en medios más o menos abyectos. Es así. Lo inglés tiene un regusto a sentido común y practicidad, a inteligencia algo fría pero eficaz.

    El escritor William Shakespeare/Fuente:Wikimedia.
    El escritor William Shakespeare/Fuente:Wikimedia.

    Imagínese a sus élites leyendo Macbeth, reconociendo en la voz del bardo el peligro de las brujas que anidan en el oído del barón su paradoja maligna: “Hermoso es lo feo, y feo lo hermoso”, todo depende de cómo quieras mirarlo.

    Macbeth sabe que no es lícito tomar el trono de su primo y se resiste: “Me atrevo a hacer todo lo que es propio de un hombre; quien se atreva a más, no es hombre”.  Pero cae en el engaño de las Hermanas Fatídicas y desencadena la tragedia.

    Al final, se lamenta: “La vida es un cuento sin sentido narrado por un idiota”. Y todos los lectores de su historia asienten. Quien no mira la realidad cara a cara, pierde la razón. La locura es una advertencia.

    El paisaje español desde aquel arranque del siglo XVI a la triste actualidad es un vértigo de decadencia. Es así.

    Imagínese a las élites españolas leyendo… Vaya, algo va mal… Bueno, ánimo, imagine que las élites españolas hubieran leído El Quijote con atención y un mínimo de ecuanimidad.

    Ortega explica “El Quijote” como un aviso extremadamente lúcido de Cervantes ante lo que estaba sucediendo en nuestro país. En la cúspide del poder territorial, la evolución cultural viraba hacia esa prioridad de la razón y la técnica que daría lugar a la modernidad.  Y España, claro, se revuelve.

    Retrato de Miguel de Cervantes.
    Retrato de Miguel de Cervantes.

    Cervantes avisa de la tendencia de las élites españolas a negar la mayor, en lugar de corregir los excesos de esa tendencia imparable, aprovechando sus muchos beneficios. Como el Quijote, decide que si la realidad no está a su magnífica altura… ¡que le den morcilla a la realidad!

    Uno de los artículos sobre el Quijote que empiezan a poblar los periódicos titulaba con el muy socorrido “No son molinos, son gigantes”, en recuerdo de la más famosa de las aventuras del hidalgo, esa en la que arremete contra… un molino. Porque era eso, un molino, construido por algún tipo sin armadura ni flores de lis, con sudor y sentido común, para la innoble tarea de… ¡dar de comer a la gente! Cuestión esta poco gloriosa para un hidalgo: el hijo de algo no podía trabajar, dada su condición, eso era cosa de plebeyos.

    Resulta mucho más divertido imaginar que son gigantes y destrozar el molino y soñar con Dulcinea y creerse un caballero andante, y si las órdenes de caballería ya no existen… ¡peor para la existencia!

    La generación del 98 decidió que el Quijote no era un personaje trágico, sino luminosamente ejemplar

    Cervantes dejó morir al Quijote en un aleccionador final. Consciente, lúcido y arrepentido de una locura que no le había permitido hacer nada realmente memorable, aparte del ridículo. Pero los románticos profanaron su tumba literaria, sacándolo a empujones al ruedo ibérico en su versión más “gore”: resbaló por todo el XIX hasta dar en la generación del 98, que decidió que el Quijote no era un personaje trágico, sino luminosamente ejemplar.

    Desprecio hacia el Quijote de Cervantes

    Contra ellos carga Ortega con tanto o más brío (y bastante razón, hasta demasiada…) que ningún caballero andante. Azorín, Baroja, pero sobre todo Unamuno desprecian el Quijote de Cervantes: construyen el suyo propio, victorioso en una derrota que inventan gloriosa, arte en el que los españoles no hacemos sino progresar hasta la excelencia de la excreción.

    Ortega intenta explicarles que es normal, y maravilloso, que el Quijote nos resulte entrañable, porque la ironía de Cervantes, más sutil que los truenos shakespearianos, muestra la verdadera herida de quien pudo ser y no fue. ¡Pero deja claro que no lo fue, y esa es su desgracia: no ser! Perdone el lector el cúmulo de exclamaciones, pero me cuesta conllevar la traición postmortem al escritor más grande de este país y a su personaje más logrado y necesario.

    Unamuno dijo en un artículo que “don Quijote es inmensamente superior a Cervantes” porque “si este fue su padre, fue su madre el pueblo en que vivió y de que vivió Cervantes, y don Quijote tiene mucho más de su madre que no de su padre”.

    La genialidad de Cervantes consiste en advertirle a ese pueblo suyo del monstruo que estaba malcriando

    ¡Precisamente! La genialidad de Cervantes consiste en advertirle a ese pueblo suyo del monstruo que estaba malcriando, un monstruo entrañable pero catastrófico. Supuesta elite de nuestro país, el hidalgo no solo es incapaz de coger el toro de la realidad por los cuernos, sino que arrastra en su locura al pobre Sancho, al hombre del pueblo, pleno de sentido común y potencial, que en lugar de crecer en conocimiento y amor a la realidad, termina liado en ínsulas inexistentes.

    El hidalgo… Hoy le ponen una fundación o un puesto de comercial vip en un banco de inversiones o una caja de ahorros. Y  el que no se haga con alguna sinecura, siempre puede desahogar su hidalguía quejándose de lo que podría ser si las reglas de la realidad no se obstinaran en llevarle la contraria a su nobilísima voluntad. E imaginarse que dicen de él, como del Cid, “qué gran vasallo si tuviera buen señor”. Pero a mí solo me sale un suspiro parecido cuando se me aparece el pobre Cervantes: “Qué gran escritor si tuviera buen país”.

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