Cruda realidad / Teresa de Calcuta y las canonizaciones por lo civil, por Candela Sande

    Ha cometido la Iglesia la petulante osadía de canonizar a Teresa de Calcuta sin encomendarse a The New York Times ni solicitar con la necesaria humildad el debido permiso de Banki-moon, Soros y, claro, han tenido que llamarle seriamente la atención.

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    San Juan Pablo II y Santa Teresa de Calcuta
    San Juan Pablo II y Santa Teresa de Calcuta

    Teresa de Calcuta no era santa, han decretado, que si el Papa es para los católicos infalible en circunstancias bastante raras y en cuestiones muy específicas, nuestros opinadores lo son 24/7, un no parar de inerrancia.

    Teresa de Calcuta no es que no sea santa, es que era bastante mala. Un horror, a saber qué oscuros intereses buscaba lavando las llagas purulentas de enfermos incurables tirados en las calles de Calcuta.

    Algunas personas creen que La Sexta da información.

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    Yo sé que mis modernos lo harían todos como un solo hombre, dedicar toda su vida a recoger de la calle a enfermos incurables y ninos desnutridos y desahuciados; es solo que eso, nos dicen, no está bien.

    Eso es un modo de retrasar la revolución social, es dar una excusa para que los gobiernos no actúen; los pobres no necesitan caridad, sino justicia.

    Porque, seamos sinceros, ¿quién de nosotros, si quedamos abandonados de nuestra familia y amigos y no tenemos un duro y estamos tirados en la calle con una enfermedad repulsiva e incurable, no preferiría quedar a merced de los amorosos cuidados de un departamento ministerial?

    Cuentan que cuando la ahora santa se reunió con Juan Pablo II, éste le confesó: «Todo el mundo habla bien de usted, madre». Pero en boca del Santo Padre era algo parecido a un reproche, y con razón

    Cuentan que cuando la ahora santa se reunió con Juan Pablo II, el entonces Papa confesó a la fundadora una preocupación que le turbaba: «Todo el mundo habla bien de usted, madre». Al mundo le parecería un piropo. A mí misma me encantaría que me dijeran eso. Pero en boca del Santo Padre era algo parecido a un reproche, y con razón.

    Es de las cosas más difíciles de digerir, y no será porque no se haya insistido en este punto: si el mundo -en el sentido teológico- habla unánimemente bien de uno, algo está haciendo mal, al menos si es cristiano.

    Tendemos a pensar que esto es una cruz adicional, algo que puede ocurrir y que debemos llevar con alegría, pero no: es una ley universal y como tal está expresada en el Evangelio.

    Por eso no puedo enfurecerme -no del todo, al menos- con quienes la han puesto de vuelta y media estos días, destilando una bilis que delataba hasta qué punto la santa removía sus conciencias putrefactas, y estoy seguro de que la santa lo hubiera agradecido y les tendrá a todos ellos en sus oraciones, porque su persecución la vindica.

    La permanente tentación del cristiano no es la increencia o la desesperación, sino el anhelo de negociar. Creo hablar en nombre de la mayoría cuando digo que casi siempre nos gustaría buscar un acomodo, no hacernos tan antipáticos, no ‘cantar’ tanto, transigir; llegar, en fin, a un acuerdo con el mundo -una vez más, en sentido teológico- para no caer demasiado mal ni acabar siendo el Don Contreras de la historia.

    Tengo muy malas noticias a este respecto: no se puede. Los furibundos ataques a la Madre Teresa no son un lamentable incidente o un terrible malentendido, sino algo previsto y absolutamente necesario.

    Teresa vivía para los que nadie quiere, que son por los que toda la modernidad dice estar obsesivamente preocupada desde un cómodo sillón, cambiando el mundo para mejor con su voto.

    A la Madre Teresa se la censuraba especialmente porque, en lugar de indignarse con la pobreza y luchar por acabar con ella, se ocupaba de los pobres. Porque no veía pobreza, en fin, no trataba con un fenómeno sociológico o un problema económico, sino con personas que sufrían, en las que veía a Cristo mismo.

    Al pensador utópico más que importarle los pobres le importa la pobreza y se ha propuesto acabar con ella creando infiernos en la tierra como el comunismo

    El pecado por el que se censuraba a la de Calcuta era el de creer, como Cristo, que «los pobres estarán siempre entre vosotros», algo que saca de quicio al pensador utópico de nuestro tiempo, que más que importarles los pobres les importa -dicen- la pobreza y se han propuesto acabar con ella creando infiernos en la tierra como el del comunismo.

    Pero las ideologías vienen y se van, los regímenes pasan, y Cristo sigue teniendo razón y nuestros intelectuales siguen errados.

    Podría decirse que el abismo que la separa inevitablemente de sus críticos es que estos en los pobres solo ven pobres, mientras que estoy seguro de que la Madre Teresa no vio un pobre en su vida. Ella veía personas que sufren, y en cada persona, a Cristo.

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