De lo que nadie quiere hablar

    España es el país de la Unión Europea donde más tratamientos de reproducción asistida se realizan aunque todavía plantea una serie de cuestiones morales que no se abordan de manera definitiva, lo que en parte ha permitido que esta práctica se haya convertido en un negocio.

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    Los tratamientos de reproducción asistida suponen, todavía, una serie de dudas éticas que no se han resuelto / Flickr-Kevin Lecureur
    Los tratamientos de reproducción asistida suponen, todavía, una serie de dudas éticas que no se han resuelto / Flickr-Kevin Lecureur

    La notificación en el reciente congreso de la Sociedad Española de Fertilidad (SEF) de que España se ha convertido en el país de Europa donde más tratamientos de reproducción asistida se realizan, parece haber recibido poca atención en los medios. Sin embargo, la cifra del 7% de nacimientos mediante estas técnicas, más de 36.300 niños en la última evaluación anual, no parece nada desdeñable. De hecho, sólo Estados Unidos y Japón nos superan en número de ciclos de tratamiento anuales.

    Estas cifras tan abrumadoras deberían llevar a plantearnos diversos interrogantes: ¿Tienen las parejas españolas más problemas para concebir que las del resto de países europeos? ¿Somos más propensos a solicitar estos servicios en nuestro país que en otros? ¿Será que aquí existen menos trabas legales?

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    Lo cierto es que el 70% de las mujeres de 35 años que viven en España no tienen hijos, según el Instituto Nacional de Estadística. Se han aducido para ello varias causas entre las que destaca la precariedad de los contratos laborales con la consiguiente inestabilidad económica de cara al futuro, las amenazas más o menos veladas a posibles despidos en caso de embarazo o la mentalidad cada vez más extendida de disfrutar de los primeros años de matrimonio retrasando para más adelante la posibilidad de concebir, ya que muchas mujeres no son conscientes de que cuanto más tarde se postponga la concepción más difícil será conseguir el embarazo y éste será de más riesgo.

    Además de estas causas, que sí podrían explicar el aumento global de problemas de fertilidad, habría que contar con otros factores muy significativos, ya que un alto número de procesos de reproducción asistida, 12.070 en la última evaluación, correspondiente a 2015, se realizaron a parejas que vienen de otros países de nuestro entorno, hablándose ya de la existencia de “turismo reproductivo”, explicable por la laxitud de nuestra legislación. De hecho, mientras que en otros países se exige que la donación de gametos a las clínicas sea altruista, en España se provee de una compensación económica que puede ser entendida como actividad comercial en base a la oferta y la demanda.

    El anonimato de los donantes es otro factor que propicia esta actividad, impidiendo el acceso a estos datos a los niños así nacidos, siendo imposible conocer datos de posible consanguinidad en el futuro. Un caso paradigmático en 2008 fue el de Autrey Kermalvezen, nacida mediante donación de gametos, cuyas reflexiones expuestas en “Mis orígenes: una cuestión de estado” sensibilizaron a la opinión pública francesa, al serle imposible conocer quienes eran sus auténticos padres biológicos. La progresiva aparición de casos como éste ha llevado a países como Bélgica, Suecia, Austria, Noruega, Holanda, Finlandia y Reino Unido, entre otros, a abolir el anonimato de donantes, pero en España ni siquiera se ha sido capaz aún de poner en marcha un registro nacional de donantes para uso interno, a pesar de que la Ley 14/2006 lo contemple y de que la normativa europea lo exija.

    Existe la necesidad de afrontar el estatuto del embrión, tarea de múltiples aristas, que por ahora una gran parte de la comunidad científica  prefiere soslayar

    Sin exagerar, se puede afirmar, tal como documenta Débora L. Spar en su documentadísimo texto Baby Business (traducción en español, Ediciones Urano, 2006), que actualmente la reproducción asistida ha dejado de ser una práctica clínica al uso para convertirse en un negocio, una industria cuyo trasfondo ha desbordado el objetivo inicial con el que se puso en marcha, ayudar a parejas infértiles a lograr descendencia, utilizando unos medios no previstos inicialmente, como la congelación de embriones, la reducción embrionaria o embriocidio selectivo de embriones ya implantados, la selección de los mismos in vitro rechazando los excedentes, la creación de bebés de diseño y el recurso a los vientres de alquiler.

    Simultáneamente, ya no son sólo las parejas infértiles las que acuden a las clínicas. El mercado actual se extiende a mujeres sin pareja, bien porque no han encontrado el futuro padre apropiado o porque no desean tener una relación con un hombre debido a su orientación sexual. También en nuestro país se permite el acceso a la reproducción asistida sin límite de edad, aunque se tengan más de 60 años, e incluso se admite legalmente, en caso de que el varón haya fallecido, la denominada “fecundación post-mortem”, aunque ello suponga en estas situaciones, con el beneplácito del Estado, dejar al hijo por nacer sin padre referencial.

    Estas situaciones han llevado a la Comisión Deontológica del Colegio de Médicos de Vizcaya a posicionarse planteando a la comunidad médica el interrogante sobre hasta qué punto el médico encargado de llevar a cabo estos procedimientos debe asegurarse de que el entorno en el que se desarrollará la persona que nacerá tras su aplicación es el más adecuado, tanto en lo que se refiere a una situación de estabilidad familiar como de estabilidad social.

    Sin embargo, siendo todas estas cuestiones muy importantes y quedando otros  aspectos éticos sin tratar a fondo, el gran tema sobre la reproducción asistida sobre el que parece que nadie quiere hablar, ni siquiera las parejas que acuden a estas técnicas, es ¿el embrión es una cosa, instrumentable y sin valor, o una vida humana merecedora de respeto?

    Finalizando 2016, el University College de Londres acogió la jornada Rethinking the Ethics of Embryo Research. En ese foro, se recordó, entre otras cosas, la necesidad de afrontar el estatuto del embrión, tarea de múltiples aristas, que por ahora una gran parte de la comunidad científica prefiere soslayar, pero la condición de embrión es imprescindible para llegar a ser neonato, al igual que la situación de neonato es imprescindible para desarrollarnos como niño, primero, y adulto, después. Por todo ello, deberíamos reflexionar que quien no sea respetado en su desarrollo embrionario, no tendrá posibilidad de ser respetado jamás.

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    José Jara es presidente de la Asociación de Bioética de Madrid y miembro del 'European Board of Urology'. Autor de artículos científicos y de divulgación relacionados con la Ética asistencial, ha ocupado diversos cargos directivos en asociaciones científicas y recibido premios por la labor desarrollada. Es profesor universitario con espíritu inquieto, abierto y siempre en búsqueda de ideas que consigan una mayor humanizacíón de la Medicina.