Los escolásticos españoles: defensores de la sociedad civilizada y el derecho a la vida

    Los escolásticos españoles de los siglos XVI y XVII defendían ante todo la vida como un derecho "natural" y, derivados del derecho a la vida, defendían los derechos a la libertad y la igualdad de trato ante la ley

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    Imagen de un feto / Life Site News
    Imagen de un feto / Life Site News

    Una sociedad verdaderamente «civilizada» es aquella donde arraiga el respeto por la vida como el primer derecho individual que debe salvaguardar cada persona por ser intrínseco, intransferible e inalienable.

    Solo cuando se respeta la vida, surge el verdadero respeto por los derechos individuales que se derivan del mismo hecho de vivir, como son los derechos a la libertad, a la propiedad, y a la igualdad de trato ante la ley.

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    Los escolásticos españoles de los siglos XVI y XVII defendían ante todo la vida como un derecho «natural» y, derivados del derecho a la vida, defendían los derechos a la libertad y la igualdad de trato ante la ley y, posteriormente,  defendían también la propiedad privada como un derecho de «gentes» o consuetudinario. Otros escolásticos jesuitas, como Juan de Mariana, Juan de Salas y Juan de Lugo, defendían los derechos individuales como intrínsecos del hombre como un «iure humanitatis» que es inalienable por ningún otro ser humano y por ningún gobierno.

    La revolución francesa se considera el inicio del proceso de secularización, laicismo, relativismo y amoralidad que se ha ido expandiendo por el mundo hasta dejar sin referentes morales cristianos

    Por el contrario, la revolución francesa de 1789 se considera el inicio del proceso de secularización, laicismo, relativismo y amoralidad que se ha ido expandiendo por el mundo hasta dejar sin referentes morales cristianos (fijos y absolutos) a los países de Occidente: Europa y América. Ésa rebelión contra Dios y la naturaleza humana, ése ingenuo progreso «social», ésa búsqueda «arrogante» de la felicidad en la Tierra, sirven de escusas psicológicas para imponer ideologías o  religiones seculares que coaccionan y atentan contra la vida, la libertad y las propiedades de los individuos.

    Precisamente, por ello, mueve a escándalo el asesinato de un nino recién nacido, asfixiado por su propia madre, Emile Weaver, condenada a cadena perpetua en Ohio (Estados Unidos de América):

    “Emile texted her boyfriend: “No more baby.” “What?” he said. She repeated, “No more baby.” “How do you know?” “Taken care of. Don’t worry about it.” He rejoined, “I would like to know how you killed my kid (…)

    (…) Emile did a very bad thing. A monstrous and evil thing. But is she worse — all that much worse — than her counterparts who dispose of their babies earlier and more neatly? I have a hard time buying it. And I think we are a deeply hypocritical society”

    No deja de sorprender el doble rasero moral de Occidente, cuando algunos ciudadanos condenan el asesinato de un recién nacido por su madre pero quedan indiferentes y defienden el aborto que es el asesinato de un nasciturus semanas antes del parto y empleando técnicas de asesinato aún peores, porque destrozan su cráneo y/o desmiembran su cuerpo; máxime sabiendo que está científicamente demostrado que un nasciturus de siete semanas se distingue perfectamente en una ecografía con 17 a 22 mm de tamaño, con su cabeza, sus brazos y sus piernas, con su corazón latiendo 80 veces por minuto, con facciones definidas, con ojos que ven, con nariz que huele, boca que degusta y tacto que palpa, y con sentimientos de unión con la madre que permite que crezca y se desarrolle en su interior hasta el alumbramiento.

    Sorprende comprobar la inversión de valores, la irresponsabilidad y la laxitud moral de muchos dirigentes políticos

    Ante la pirámide poblacional invertida y el envejecimiento exponencial de la poblacion de Occidente, también sorprende comprobar la inversión de valores, la irresponsabilidad y la laxitud moral de muchos dirigentes políticos que son incapaces de articular una legislación provida (con amplias leyes de adopción, de prohijamiento y de desgravación fiscal, de atención gratuita y de ayuda a las futuras madres) y que, en su lugar, regulan solamente leyes promuerte con la eugenesia e incluso con la eutanasia «asistida» como banderas «progres» para el futuro de una humanidad «artificial», materialista y deshumanizada.

    Hoy en día, hablar del derecho a la vida es políticamente incorrecto porque suena fuerte, abrupto  y radical. Pero es que la vida es así: fuerte, abrupta, radical, jovial, bella y absoluta. La vida se tiene o no se tiene. No se está un poco vivo o un poco muerto. Se vive o no se vive, así de radical es la trascendencia del derecho a la vida. No valen las medias tintas. No vale ningún tipo de relativismo. Solo hay que analizar los hechos desalmados y abominables del asesinato de un bebé por su madre  Emile Weaver para darnos cuenta del miserable delito cometido sobre un ser absolutamente inocente e indefenso.

    Cuadro del padre Juan de Mariana
    Cuadro del padre Juan de Mariana/ Wikimedia

    Sin duda, el derecho a la vida se trata de una cuestión trascendental y básica que prevalece en la mente de las personas de bien y que arraiga en el amor, en la empatía por los demás, en la compasión, en la misericordia, en el mismo instinto de supervivencia como especie y en lo más íntimo del alma humana.

    La vida es algo propio del derecho «natural» de todo hombre y mujer a vivir por el hecho simple y trascendental de que un nasciturus, desde el momento de su creación y hasta más allá de su concepción, es un ser humano con capacidad de trascender y percibir las sensaciones, los sentimientos y la realidad del Universo, de lo Absoluto, de Dios.

    Analizado desde el área de la psicología, cuando hablamos del derecho a la vida, estamos hablamos de sentir emociones positivas, de querer y de empatizar, de sentir la importancia de cada vida individual frente a los modos de pensamiento psicopáticos, egoístas y ruines que reducen la vida del «nasciturus» a una simple cuestión material y relativa que, perversamente, sesgan la compleja realidad y rebajan la dignidad esencial del ser humano a una mera cuestión legal, a un hecho sociocultural, a una simple mercancía económica e, incluso, a un objeto político al albur de la «guía», la planificación y los ruines designios de dirigentes totalitarios.

    Sin embargo, al hablar del derecho a la vida, se quiera reconocer o no, también abordamos el área de la teología, es decir, de la capacidad de trascender del ser humano, de la capacidad de observar el vínculo de unión con lo Absoluto, de la capacidad de espiritualidad y de comunión con el Verbo Universal, de la capacidad de compasión y misericordia, de la capacidad de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.

    El derecho a la vida es la institución moral básica y esencial para el arraigo de una sociedad civilizada, abierta y libre, tal y como defendieron los intelectuales escolásticos en el XVI y el XVII, siglos antes de que las ideologías o religiones de la política y las anti-filosofías sistematizadoras de la modernidad intenten arrastrar al ser humano hacia el fango del relativismo moral y el totalitarismo de lo políticamente correcto.

    (*) Puede leer el artículo que originó estas reflexiones en National Review

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