
Por Javier Hernández-Pacheco.
Actuall acoge en sus páginas la contra-réplica del Prof. Rallo al Prof. Contreras, réplica a su vez al artículo en defensa de la maternidad subrogada que originalmente publicaba Rallo en Vozpópuli. A la paciencia y tolerancia del mismo medio me acojo yo ahora para terciar en esta polémica.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraNo voy a entrar aquí en el núcleo argumental expuesto por Rallo en esa contra-réplica, al que le sobra algo de la larguísima exposición, sólo aparentemente analítica, para unas tesis suficientemente expuestas en la conclusión que añade al final. Se afirma, en definitiva, que el matrimonio y la familia, por milenios entendidos como instituciones legales que «legitiman» la estable convivencia, ayuntamiento heterosexual y mutua asistencia (también, aunque nos llevaría más lejos, la acumulación y transmisión de propiedad patrimonial),no merecen especiales preferencias ni exclusividad legal ―sostiene Rallo― para ser el marco adecuado de reproducción biológica, gestación y educación cultural y moral de la consiguiente prole.
Eso que él llama «familia-nirvana» (conjunción semántica imposible para todo el que sepa lo que es el nirvana y recuerde lo que es convivir en un seno familiar), sería una institución propia de un «orden social natural», que no tiene que ver con la libertad humana en virtud de la cual, según Rallo, cada uno (aunque mejor al menos cada dos, «uno» y «una») toma la decisión de reproducirse.
Allá cada cual, lectores y protagonistas de esta polémica, a la hora de defender el modelo de vida y organización social que prefieran (aunque es cierto que su decisión, personal o política, supuestamente independiente, la terminarán sufriendo las generaciones venideras que en absoluto la toman).
No me termina de gustar el tono paternalista con que Rallo pretende administrar a su favor patentes de liberalismo
Si intervengo para terciar, es porque no me termina de gustar el tono paternalista con que Rallo pretende administrar a su favor patentes de liberalismo, para relegar la posición de Contreras a la defensa «conservadora» de una institución tradicional, que en el fondo considera como lastre del que todo buen amante de la libertad puede ―nunca mejor dicho― desembarazarse.
Porque, en efecto, en el centro de esta polémica está la suposición de que ayuntamiento sexual y gozoso alumbramiento de una nueva criatura, son extremos sobre los que, sin tener por supuesto nada que ver entre sí, un liberal (ah no, que son dos, uno y una) tiene que poder decidir, sin que medie ese embarazoso interludio de nueve meses, que sólo los conservadores consideran importante, y sobre el que el buen liberal puede –mejor, tiene que poder- prescindir: impidiéndolo, interrumpiéndolo, o como en la polémica que nos ocupa, haciéndolo objeto de desembarazante subrogación o ―vamos a entendernos― «subcontrata».

Sólo así será la nueva criatura lo que el liberal (que de este modo absolutiza la libertad situándola fuera de la molesta naturaleza) quiere que sean todas las circunstancias que le rodean, a saber, «producto» de su supuestamente omnímoda capacidad de elegir. Así definido el escenario, oponerse a ello es conservador. Y la pretensión de una posición liberal-conservadora en estas cuestiones, se muestra entonces como falaz.
No lo entiendo. Será porque mi madre, que nos engendró en las difíciles circunstancias de una larga postguerra, cuando quería imponer su autoridad solía espetarnos, recurriendo a la expresión que después se puso de moda: «vosotros a callar, que sois, los cuatro, hijos no deseados».
Y es que los hijos no se producen, porque, amigo Rallo, no son cosas destinadas a satisfacer no se sabe qué necesidades de auto-realización, sino absolutos que pertenecen a lo que Kant llama el «reino de los fines». Por eso «vienen», y han de ser acogidos, en un proceso que escapa en mucho a nuestra capacidad de decidir, sobre todo en lo fundamental, en ese fundamento propio que tiene cada uno para sí y que lo hace libre, insustituible, indisponible e indiseñable; en un proceso que, desde la primera cerveza que nos tomamos con el otro progenitor, nos supera con mucho.
Ellos son libres porque, como por cierto todas las personas con las que nos encontramos ―el compañero de trabajo, el vecino de escalera, nuestra mujer o marido, por supuesto nuestros padres e hijos―, escapan a nuestro control.
No terminamos de ser libres allí donde empieza la libertad de otros, sino que es ahí, donde encontramos ante nosotros a la libertad diferente, donde de verdad empezamos a serlo, y entonces responsables, cuando acogemos en la propia la libertad ajena. De esta forma esas libertades no son átomos perdidos de voluntad solipsista, sino proyectos que se integran y trenzan en la fortaleza de instituciones compartidas, como son la familia, la empresa, el vecindario o el Estado.
El mundo ―y en él ahora también los hijos― se convierte en material, en acopio de cosas disponibles
Por el contrario, la idea, en nuestro caso, de una libertad sin embarazo, es el principio de todo totalitarismo, que hace de la generación cadena de montaje de la que sólo se pide ahora que sea eficiente; y para la que, al final, el mundo ―y en él ahora también los hijos― se convierte en material, en acopio de cosas disponibles.
Por eso es tan importante la continuidad de ese proceso de generación que defiende Contreras: desde aquella primera, aparentemente tan intrascendente, cerveza, hasta el día en que esperamos sean ellos los que nos devuelvan piadosamente a la tierra, que es naturaleza de la que todos procedemos y a la que, como al seno que nos genera a todos, todos hemos de volver.
Lo dice Anaximandro de Mileto; lo saben los mitos primigenios; lo ha guardado por milenios la tradición de la que venimos. Y por eso es ese «orden natural», y muy especialmente en esto que es generación de nueva vida, un límite que resulta sacrílego querer convertir en artificio.
Claro, Rallo no quiere saber de estas embarazosas tradiciones, o mitos, o limites naturales. Es muy dueño, y además va ganando en el debate cultural. Pero eso no le hace más liberal que a Contreras, o modestamente que a mí mismo, que pedimos respeto para esa naturaleza y esa historia de instituciones culturales milenarias.
Son en medida importante el seno del que procedemos, que no un lastre del que convenientemente podamos prescindir. No si lo que queremos es ser libres, porque naturaleza y cultura, y el sistema legal en que se reflejan, son precisamente el marco en que lo somos, y en el que nadie puede disponer de nosotros, ni siquiera la madre que nos parió.