
El pasado sábado se entregaron los premios HO 2018. Como cada año, los premiados fueron personas que se han significado de una maner a especial en la defensa y el ejercicio de los derechos y libertades fundamentales, que cada vez más se ven amenazadas en España: libertad de prensa, de educación, religiosa, y defensa del derecho a la vida.
Allí nos reunimos muchos de los que pertenencen a lo que yo llamo «la resistencia», ciudadanos que creemos que otra España es posible, no negándonos a la modernidad ni al desarrollo social, sino impulsándolos basados en los principios que han hecho grande a España y que muchos quieren ahora dinamitar.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraTuve el honor no sólo de entregar el premio a Tom Evans, sino de cenar junto a él. Es un chico de 21 años, y vino acompañado de su hermano, 4 años menor que él. Durante la cena no pudo evitar esa tentación casi compulsiva que tienen ahora no sólo los chicos sino muchos adultos: mirar su móvil, navegar por las redes… no se lo reprocho. Es joven, no habla castellano, y aunque le traducía lo que iban diciendo, inevitablemente había momentos en los que «desconectaba».
Hablaba de su hijo con la calma y la paz del que se sabe con una misión cumplida, y con la madurez del que, siendo ya padre de dos hijos, ha enterrado a uno de ellos después de una batalla contra el empecinamiento de unos médicos y un juez que no han permitido a unas padres llevarse a su hijo a morir a su casa. Su mirada no es de rencor, sus palabras no son de rabia, no tiene ira en sus ojos. En todo caso un deje de tristeza, e incluso unas lágrimas que asomaron al final del acto, sentado junto a mí.
Morir dignamente está muy lejos de que te apliquen la eutanasia en la asepsia de las sábanas blancas de un hospital
Me contaba que si cambias las letras del nombre de su hijo, puedes escribir «A Life», y que por eso él ha decidido crear una fundación que luche para que se respete la vida hasta el final, que se pueda morir como cualquier ser humano merece, rodeado del amor de los suyos, sin dolor, y en paz.
Como médico no conozco a fondo los detalles ni la historia clínica de Alfie, y por eso soy prudente a la hora opinar sobre el caso desde ese punto de vista. Pero sí que hay algo que no puedo llegar a comprender y es cómo es posible que un juez o los responsables de un hospital puedan impedir a unos padres que se lleven a su hijo para que pueda morir en su casa.
Hoy, que tanto se utiliza el término “muerte digna” como un eufemismo para hablar de eutanasia, es más importante que nunca aclarar conceptos y hablar claro: morir dignamente está muy lejos de que te apliquen la eutanasia en la asepsia de las sábanas blancas de un hospital.
Legalizar la eutanasia reivindicando el principio de autonomía supondría aceptar que todos tienen derecho a ella, y reconocer que al final la vida de muchos niños como Alfie estaría a merced de los que un tercero quisiera hacer con ella. No es meter miedo, sólo hay que mirar a Holanda y su protocolo Groningen, que regula las condiciones por las que se puede matar a un niño en un hospital.
“Mi gladiador dejó su escudo y ganó sus alas”, escribió Tom la madrugada en la que su hijo ganó el Cielo. Alfie voló feliz, y Tom, un chico de 20 años, su padre, recogió su escudo y con él pretende defender a muchos bebés de una muerte provocada por los que nada saben de la vida y del amor.