Para que el mal avance basta con que los buenos no hagan nada
Para que el mal avance basta con que los buenos no hagan nada

“La línea que separa el bien del mal no pasa entre Estados, ni entre clases, ni entre ideologías, sino que atraviesa el corazón de cada ser humano”, dice Aleksandr Solzhenitsyn. Pero… ¿Cuándo hacemos el mal? ¿En qué preciso instante nos alejamos de la luz sumergiéndonos en la oscuridad de las sombras?

Siempre he tenido la teoría de que existen tres tipos de personas: las neutras, estas que sin ejecutar acciones perjudiciales para terceros prefieren vivir sin pena ni gloria preocupándose únicamente de obtener su propio beneficio. Por el contrario, conviven aquellas que, sin embargo, perjudican con sus acciones a terceros después de haber amaestrado a su conciencia para que esta no les susurre cuando vayan por el camino erróneo. Al contrario, caminan preocupados por el porvenir de los demás buscando siempre el bien guiados por la conciencia inspirada por las virtudes. Coexisten estos caracteres entre sí, imperando, desgraciadamente, los perfiles de las gentes neutras que no hacen ni el bien ni el mal preocupados únicamente en ver la vida pasar.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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Esta semana, mismamente, escuchaba de refilón a un guarda de seguridad desahogarse con uno de sus colegas porque él quería tener amigos con los que simplemente echarse unas risas y que no le contaran sus problemáticas existenciales. “Quedo a tomar unas cervezas a pasármelo bien, yo ya tengo suficientes problemas”, apuntaba éste con contundencia y queja. No hay compromiso con nada ni con nadie. Este mundo está repleto de objetores de conciencia de las buenas causas.

Para beneficio del mal, respiramos en un mundo en el que en la mayoría de las ocasiones los buenos no hacen nada. Siempre que pienso en la valentía de enfrentarse a los que quitan la paz me viene a la cabeza la figura de Ignacio Echevarría. El valiente que en un atentado terrorista en Londres se enfrentó a los agresores y terminó dando su vida por lo que creía justo. Se me riza la piel solo de contarlo. Hay que tener mucha sangre fría para hacer lo que hizo Ignacio aquella tarde. Temperamento propio de unos pocos valientes. Pocos habríamos actuado así. Si ni tan siquiera somos capaces de recriminar a un maltratador que acosa a su mujer a plena luz del día vamos a tener los bemoles de dar la vida por lo que creemos. No hay nada más bonito que dar la vida por los amigos, dijo Jesús.

Actualmente nos encontramos en una situación en la que el mal camina a su antojo ante la cobardía y la inclinación de rodilla de los que deberían dar la cara. Llevamos tiempo así. El 20 de octubre de 2011 ETA decretó el alto al fuego tras unas negociaciones con el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, y un año después veíamos cómo aquellos acuerdos están dando su fruto. Parte de la sociedad española ve a los terroristas como unos revolucionarios y olvida el recuerdo de las víctimas como Miguel Ángel Blanco mientras el mártir político observa desde el purgatorio la capacidad de poner y quitar gobiernos de sus verdugos.

El 24 de agosto de 2016 el Gobierno de Colombia comandado por Juan Manuel Santos firma la paz con las FARC declarando el alto al fuego, pero dotando a los delincuentes de un arma política en forma de unas siglas. Los que deberían proteger a la ciudadanía se postran ante el enemigo de la virtud dejando sin refugio a los inocentes. Así fue y así continúa siendo. Se ha visto con la negociación de la CIA con los Talibanes ante la toma de Kabul. El mantra de que Estados Unidos no negocia con terroristas es cosa del pasado y ahora la administración norteamericana permanece impasible ante la barbarie. Con el mal no se negocia, a los cuervos no se les cría, se les debe cortar las alas y el pico antes de que te saquen los ojos.

Ilusos los que se creen buenos permaneciendo impasibles ante la deriva del mal, la realidad es que son igual de crueles o incluso peores porque pudiendo evitar la oscuridad se esconden tras ella.

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