El presentador y varios de los jueces de Operación Triunfo. / EFE
El presentador y varios de los jueces de Operación Triunfo. / EFE

Operación Triunfo triunfa una semana sí y otra también. Eso es lo que dicen los medios de comunicación en las últimas semanas. Pero su éxito no se debe a la música sino a los besos.

Primero fue el beso entre Alfred y Amaya que hizo recordar a muchos la relación Bisbal-Chenoa. Pero como ahora el criterio de familia se ha ampliado, la semana pasada ofreció otro momento histórico: el beso entre Marina, una chica que se declara bisexual, con su novio transexual.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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Aunque claro está, el lunes, tuvieron que recurrir a otro beso: esta vez entre Raoul y Agoney, dos chicos. El beso homosexual.

Llegado a este punto, uno no sabe qué más nos falta por ver. Puede empezar a pensar en otro tipo de relaciones, pero prefiere no imaginárselo demasiado. Y todo esto en la televisión pública, la que pagamos todos los españoles.

Las últimas semanas lo más noticiable del programa ha sido el beso entre una pareja transexual y otra homosexual

Un programa de talento musical que ha pasado a convertirse en un Gran Hermano con actuaciones donde parece más importante con quién sale y se acuesta cada uno que el nivel musical que puedan ofrecer los concursantes.

Y en el fondo, una nueva plataforma para imponer la agenda de la ideología de género LGTB y presentar como normal no lo que no lo es -sólo considerando normal como acepción de «que sigue la norma o regla«.

Ante esto, la respuesta de la mayoría de medios de comunicación es la de aplaudir y vitorear todo este tipo de acciones como si fueran hooligans. Da igual su línea editorial. Lo importante es plegarse a la línea que marca la agenda LGTB. Y es que su acoso puede ser muy duro.

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