El primer ministro británico Boris Johnson, en una comparecencia tras la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea. /EFE
El primer ministro británico Boris Johnson, en una comparecencia tras la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea. /EFE

Es la crónica de una muerte política anunciada. La renuncia a su puesto de Boris Johnson se venía rumiando desde hace semanas como algo inevitable, pero no por ello pilla por sorpresa a propios y extraños, cuando los teletipos han saltado, como en las viejas redacciones. En rojo, el adiós de los tories, del Trump británico, el conductor del Brexit, el primer ministro más histriónico de las últimas décadas en el Reino Unido.

Boris Johnson ha ido experimentando poco a poco ese síndrome de la soledad del poder que poco a poco va viendo cómo quien manda es respetado no por quién es, sino por la silla que ocupa. Y ya saben, muerte el perro se acabó la rabia. Y candidatos a sentarse en sillas siempre hay muchos, aquí y en la China popular.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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En España hemos tenido el paradigma del líder del vaquero solo ante el peligro. El cowboy que ve cómo su cuadrilla va abandonando al líder de la banda porque huelen el final del camino. Aquí, hubo un Boris Johnson que teniendo gobierno y teniendo poder, se quedó sin partido: Adolfo Suárez González. La derecha ucedea quiso hacerse el harakiri porque había muchos gallos para un gallinero que era demasiado pequeño, y cuyo jefe carismático era tan fuerte, que nadie, absolutamente nadie, pudo hacerle sombra, ni coger su relevo…

A él no le hacía falta llevar peinados imposibles, ni hacer declaraciones polémicas, ni alinearse con ese llamado neotrumpismo… Solo le hacía falta ponerse delante de una cámara y decir «puedo prometer y prometo» para ganarse a un país y llevarse de calle unas elecciones que dos días antes tenía perdidas; nadie como él llevaba los trajes de Galerías Preciados; nadie como él representaba al españolito medio, postfranquista, que quería seguir con su pan, su hipoteca y sus niños. Y nadie como él representa también esa soledad del que, en pleno apogeo de poder empieza a verse traicionado por las ansias de poder de quienes hasta 10 minutos antes son los mejores amigos del alma.

¡Ay!, la soledad del poder que teniendo absolutamente todo no tienes absolutamente nada. Como diría Joaquín Sabina : «Era tan pobre que no tenía más que dinero. Pobre Cristina». Pobre Boris que no tenía más que poder. Todo el poder, pero solo poder. Y estaba solo.

Francisco Carrera Alcalde, CEO de Terreta Radio

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